Liderazgo emocional. El equipo en un entorno complejo.

     "El líder es un negociador de esperanzas."
Napoleón Bonaparte.

    En el mismo ojo del huracán de una crisis sistémica, en pleno azote de la revolución tecnológica, en medio de esa onda expansiva que supone la explosión de todo este descontrolado contraste de paradigmas, apenas queda margen, espacio ni tiempo para evaluar ciertos efectos que conlleva vivir en la grieta que se abreBueno, queda bastante; para muchos, todo; queda la decisión de atrincherarse o correr el riesgo de hacerse al camino para siempre ya imprevisible.
         Sea como fuere, todo liderazgo persigue la capacidad de impacto de su equipo, esa particular manera de afectar(se) y afectar la realidad de tal modo que termine por transformar los objetivos marcados en verdaderos logros. En este sentido, hay tres elementos fundamentales para el funcionamiento efectivo de todo equipo:
1.   El grado de CONCIENCIA (Realidad). Se trata del conocimiento que el equipo tiene tanto de su realidad interna (Resortes) como de la realidad externa en la que se establece su desempeño (Entorno).
2.   El nivel de PRESENCIA (Ser). Hace referencia a la constitución de la identidad del equipo, al establecimiento del compromiso por parte de sus integrantes y a esa capacidad para crear atención, generar foco. Es el tiempo de la generación de la energía, donde acontece el alumbramiento de los motivos, donde aparece el poder de las razones o la vinculación con el sentido (Macro-visión). Aquí sabremos quién o quiénes se sienten convocados…
3.   La fuerza de la INTENCIÓN (Hacer). Se trazan y definen los objetivos a alcanzar (Micro-visión). Nos encontramos en la fase de la gestión de la energía. Entre la preponderancia de ángeles, demonios o chupópteros anda el juego de la acción en equipo. El liderazgo marcará la relevancia de unos y otros en orden a una adecuada ecología del grupo. Resultará decisiva esta conformación del ecosistema (Estructura) para la propia organización.
Después de todo, más que líderes buenos o malos, efectivos o incompetentes, la base del crecimiento se sustenta en la construcción de modelos de liderazgo que potencian o limitan al equipo, que contribuyen o no a identificarse con los objetivos y -sobre todo- el sentido de la acción que se emprende.
El liderazgo emocional se convierte en generador y canalizador de la energía del equipo, por lo que, en aras a su desarrollo y crecimiento, trata de reducir el impacto de los factores limitantes y provocar el impulso de aquellos factores que potencian el rendimiento y la identificación. Además, el liderazgo emocional se construye en la interrelación de otros principios de liderazgo como éstos:
1.   Liderazgo sinérgico. Potencia la creación de redes, la configuración de sistemas. Impulsa y confía en el talento de sus miembros y favorece las ideas innovadoras (Intraemprendimiento).
2.   Liderazgo divergente. Promueve el estudio de soluciones alternativas para la resolución de unos mismos problemas, situaciones o casos. Valora la riqueza de lo diverso y entiende de su efectiva complementariedad.
3.   Liderazgo visionario. Evalúa las tendencias, su procedencia y posible proyección. Aplica un interesante principio de trayectoriedad, dominando el análisis de contextos, el valor de las causas y el impacto de las consecuencias.
4.   Liderazgo espiritual. Cuida la conexión del grupo con el sentido profundo y último de la acción. Otorga mucha importancia a la dimensión trascendente de los miembros del equipo. Incide en el valor de la experiencia compartida, verdadero manantial de los resultados que vendrán.
     Pero entonces, ¿qué haremos en un entorno quebradizo e incierto, frente al temor de qué puede venir, a qué nos tendremos que enfrentar o dónde estaremos después de todo?, ¿qué haremos en medio de la grieta que se abre?
     Bueno, puede que cuanto viene no sea el verdadero problema; puede, al fin y al cabo, que la cuestión decisiva sea construir lo que somos y, por encima de todo, lo que estamos dispuestos a ser… algo que llamaremos LIDERAZGO PROVIDENTE.

De la trinchera al camino. (Imprudencias sobre Evangelii Gaudium)

“Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle,
antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad
de aferrarse a las propias seguridades”
Francisco, Papa de la Iglesia.

Toda una declaración de intenciones para un mundo –sobre todo intraeclesial- desapasionado, que no palpita, que tiene la queja como bastón y el victimismo por bandera. Pero también para un mundo en el que no parece haber espacio para los demás, donde emerge un individualismo racionalista de conciencia aislada y recurrente autorreferencialidad. Una exhortación encendida, de profunda provocación, que no cae en el dogmatismo huero o en una acomplejada normatividad; una exhortación llameante, destinada a un mundo interconectado y sobreinformado que continúa buscando una alegría que perdure más allá del instante que se nos va.
Derriba Francisco la barricada que la soberbia y no pocos temores infundados levantaron, abandona la trinchera del miedo, animando al sendero que nos acerca al mundo que no deja de caminar. Una eclesiología pastoral cercana, abierta, creíble, comprometida, se abre paso. Incluso el mismo concepto del magisterio papal abandona ciertos ribetes de infalibilidad que lo alejaban de la contingente y humana realidad. Aparece entonces una Iglesia que surca caminos nuevos, sin miedo a la sinuosidad del terreno que se abre a sus pies, ni temor a los horizontes difusos que se recortan en la lejanía. Una Iglesia sin miedo a salir de la trinchera paralizante que cavó como refugio estéril, como monumento a la amenaza inexistente o a la desconfianza en la propia providencia.
Reverdece el paradigma del encuentro, de la experiencia constituyente de Dios; se hace incuestionable la contundente fortaleza de la Alianza que el Éxodo nos regala. Y acontece esa apertura valiente, dispuesta a la peregrinación que enriquece. Se abandona  esa innecesaria urgencia de permanecer al mortífero calor que el refugio de la estructura dispensa, ése que estrangula y asfixia el mensaje más genuino… Sea como fuere, la superación de esta introversión eclesial alumbra nuevas estancias, nuevos espacios y, sobre todo, nuevos caminos que regalan nuevos horizontes.
Ante el riesgo evidente de perder el aroma fresco del Evangelio, surge un replanteamiento de objetivos, estructuras, métodos, estilo…; una renovación de formas y lenguaje que no temen “mancharse con el barro del camino”. Sí, con un único y principal temor, el de acaparazonarse y alejarse del mundo al que somos enviados.
Y todo para ser la sal y la luz en la “cultura del descarte”, allí donde quedan todos los sobrantes, el deshecho del mundo que emerge en esta “globalización de la indiferencia”, donde reina el desafecto. Una visión antropológica en la que el ser humano queda reducido, mutilado en su concepción y también en su aspiración, donde se crean seres domesticados e inofensivos, dependientes. Una Iglesia llamada a ser en ese peligro, en el del mundo escindido, un mundo excluyente donde los nuevos fundamentalismos serán una de las posibles consecuencias de ese galopante y maltrecho racionalismo secularista que agoniza entre hirientes dentelladas.
Una Iglesia que tendrá que afrontar la grave crisis del vínculo y el problema del desencanto. Una Iglesia que tiene la tarea de mostrarse y mostrar su mensaje limpio y directo, sin reducirse a la realidad de un  dogmatismo ramplón o un liturgismo desmedido. Una Iglesia que reaviva el valor de la credibilidad, sin manifestar mayor preocupación por mantener las verdades a salvo que por encontrarse con el mundo en la intemperie de la historia, de cada historia. En definitiva, la promoción integral del ser humano debe conducirnos con valentía a la propia superación del asistencialismo de un mundo que se empeña no arreglar del todo la grieta.
Ahora que el desierto espiritual parece acabarse, debemos saber si estamos dispuestos a transitar el camino que Dios nos sugiere, hacerlo nuestro en su dureza providente, y dejarnos seducir finalmente por aquella hermosa “revolución de la ternura” que un tal Jesús vivió y nos ofreció.

La existencia desnuda. Donde el ser comienza a ser. (Imprudencias sobre El hombre en busca de sentido)

“La vida cuyo sentido último dependa del azar o de la casualidad para mantenerse viva seguramente no merece la pena ser vivida”
Viktor Frankl.

         ¿Qué cabe esperar del destino cuando te sientes devorar inexorablemente por él?, ¿cómo reaccionamos ante la percepción cruel del límite o el descontrol absoluto de lo que supuestamente controlábamos?, ¿cuál es la esperanza que queda ante la ausencia de reglas a las que atenerse para continuar con vida? Al fin y al cabo, en medio del pánico en el que se siente zozobrar cualquier ser humano, puede que el verdadero drama de la existencia sea carecer de sentido, del propósito que éste dispensa y la acción a la que compromete.
La exaltación del tiempo cronológico, la concepción longitudinal de la existencia puede ensombrecerlo, apartarlo, pero nunca llega a ocultar del todo el sentido más profundo de la existencia humana, el tiempo ontológico, aquél que subraya y potencia el protagonismo del ser. Así, ante lo inevitable de las grandes reglas del juego, ante la pujante y en ocasiones desconcertante fortaleza de lo contingente, sólo ese sentido proporcionará sentido a todo.
El tiempo ontológico requiere una decisión fundamental para la persona, no otorga el poder a las circunstancias ni entrega toda posibilidad de realización a lo externo, sino que crea, confía en ese potencial que convierte al ser, desde que así lo decide, en expresión auténtica y máxima de lo posible, sí, traspasando esa difusa frontera que no pocos llaman lo im-posible.
El gran campo de concentración al que puede someterse nuestra todopoderosa modernidad es al del olvido de quiénes somos, ése que provoca la muerte en vida de nuestra propia identidad, al que arrojamos nuestro corazón para que sea despedazado por la indolencia y la apatía, doblegados por el hastío de todo. Quizá no se trate hoy de la experiencia explícita del horror, el terror, la angustia, la desolación o la total desnudez que provocaron los campos de concentración y exterminio. En cualquier caso, sabemos de ese hondo vacío que inocula la aniquilación de la emoción por la razón que fuere, de la del ser desprovisto de la dignidad que le fue conferida y desde la que se siente interpelado a ser en el mundo.
Al asumir el valor madurativo del sufrimiento inevitable, al descubrir su dimensión también potenciadora del ser, llega la hermosa posibilidad de descubrir tu propósito, y llega el riesgo de esa decisión que marcará la diferencia en tu vida, aquélla decisión que sabes la hará única. Entonces tomas conciencia de ti en el mundo, sientes el espacio y el valor de tu libertad, tomas la iniciativa y por fin te conviertes en responsable de tu existencia dentro de las grandes reglas ya dadas.

La capacidad de autotrascendencia –la voluntad de sentido- sólo es propia del ser humano; descubrirla y desarrollarla forma parte indisociable de su realización más profunda. Entonces, el tiempo ontológico se eleva sobre el tiempo cronológico. Después de todo, como Viktor Frankl advierte en las últimas páginas del libro, “la libertad no es la última palabra; es una parte de la historia y la mitad de la verdad”. 

Intraemprendimiento. El potencial posible, el talento necesario.

        "No nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles, 
pero son difíciles porque nunca nos atrevimos a hacerlas."

Lucio Anneo Séneca

El talento puede permanecer apagado durante algún tiempo, puede esconderse o incluso puede verse recluido por la razón que fuere, pero, más pronto que tarde, el talento estalla en las manos de quien lo reprime hasta expandirse en el espacio que le dejan, o aquél que irremisiblemente se crea. Sí, incontrolable, el talento termina por ocupar un determinado espacio y algo o mucho de tiempo. La cuestión será si esa expresión de talento derramará todo su valor en la estructura adecuada, será también quién o quiénes se beneficiarán de su desaforado poder creativo.
         Sea como fuere, existe un concepto que el mundo de las organizaciones, el trabajo en equipo más avanzado o la propia generación, impulso y desarrollo de proyectos viene empleando con diferentes matices, pero con una riqueza expresiva y conceptual que merece la pena analizar en aras de la salud de nuestras estructuras organizativas: Intraemprendimiento.
         Así, aparece el término intraemprendimiento como la capacidad personal o de un reducido grupo de los equipos para provocar el cambio efectivo desde dentro de la organización. Del espacio que las estructuras conceden al intraemprendimiento depende buena parte, no sólo de la realización de ciertas personas que conforman el equipo, sino también de la solidez dinámica de las organizaciones.
De este modo, no parece tarea del todo imposible trazar el perfil de las personas intraemprendedoras dentro del complejo mundo de las organizaciones:
1.   Desafiantes. Lejos de mostrarse apesadumbrados por una desconcertante realidad, viven los cambios de paradigma como una encendida oportunidad para crecer, regenerarse, probarse, valerse, reinventarse. Entienden el entorno movedizo como escenario de nuevas y mejores posibilidades. Les apasionan los retos
2.   Creativas. En medio de la tempestad más voraz o el más improductivo de los desiertos, el genio de estas personas pasea con humilde destreza por la cuerda que por suelo tiene. Cierta dosis controlada de presión los vuelve aún más productivos y efectivos.  
3.   Fuertes. Ante la resistencia de un buen número de quienes comparten camino –el miedo o los temores son inherentes también al espíritu humano-, no decaen ni renuncian a sus convicciones, ni tampoco dejan por ello de acudir al más desarrollado de sus sentidos, la intuición. No les va la vida en el rol dentro del equipo, pero sí conceden la máxima importancia a la posibilidad de desarrollar visión e impulsar ideas.
4.   Leales. Conscientes de sus limitaciones, pero también seguros de su valor -aunque no siempre del todo valorados-, aprecian la misión de sus organizaciones, se sienten identificados con sus objetivos más profundos (macrovisión), y, pese a sentir la tentación legítima del cambio, la fuerza y la alineación con la macrovisión de sus organizaciones les mantiene entusiasmados.
5.   Felices. En definitiva, se trata de personas que de no concedérseles el espacio, lo crean. Dentro o fuera, como decimos, el talento termina estallando como lava arrolladora e incontenible de un volcán. Y en la posibilidad de esa expresión libre consiste su felicidad abierta y dispuesta.

En cualquier caso, en un entorno tan complejo y cambiante para toda estructura de equipos, el espacio que las organizaciones concedan al intraemprendimiento resultará fundamental tanto para la regeneración y actualización de los proyectos (microvisión) como para la captación, retención y desarrollo del talento, el mayor capital de una organización con capacidad de adaptación, sentido de la competencia, posibilidad de impacto y vocación de perdurabilidad.

La propuesta cristiana en la pleamar posmoderna. (Al calor de A vueltas con Dios en tiempos complejos, de José Miguel Núñez)

“Débil es la índole del ser humano 
que se reconoce de alguna manera vinculado a la necesidad”
Simone Weil

Ni el creciente pragmatismo tecnológico, ni siquiera ese neo-utilitarismo que teje la relación actual del individuo con el mundo, han conseguido apagar del todo la necesidad de verdad del ser humano. Aun agazapado y entregado a cierta apatía vital, tampoco el debilitamiento progresivo de los argumentos de la razón ni la crisis funcional de la metafísica le han arrebatado la aspiración natural de alcanzar sentido en medio del sinsentido. El ser débil, vulnerable, consciente de su fragilidad, requiere ser escuchado y comprendido en su vociferante silencio de metal.
La muerte de Dios pretendida por parte de la insaciable razón científico-técnica tan sólo se ha podido convertir en un meritorio ocultamiento. De modo que tan ingente pretensión se conformó con borrar toda huella de Dios, para al menos hacerlo desaparecer incluso como posibilidad, como horizonte de sentido o referente último de todas sus expectativas humanas que requieren plenitud. La ciencia no fracasa, sólo que tropieza en manos de quienes pretenden poner en sus manos toda la posibilidad de verdad, como tropieza cualquier estructura que pretenda vender certezas absolutas y verdades inmutables en asequibles y cómodos plazos que aligeren la carga en tiempos tan complejos.

El ser humano pide ser escuchado, comprendido y atendido en su contexto, en el escrupuloso respeto a su libertad y su dignidad, en su aspiración máxima de libertad individual, en su humilde pero infatigable –por qué no- búsqueda de sentido. Y sólo entonces, el resurgir espiritual podrá traducirse en experiencia religiosa significativa, en descubrimiento y encuentro que se produce en su ser íntimo, contingente, real. Una experiencia que descubren la mujer y el hombre de hoy, aquellos que sienten el peso de la mirada, el volumen de las palabras cercanas y abiertas, el calor del tacto. Cae la falsa fortaleza de una propuesta que se atiene exclusivamente a unos fríos presupuestos ontológicos o a los parámetros que exigen conducir al lugar siempre prestablecido. Puede entonces que no superáramos el error de reanudar la búsqueda de Dios como fundamento metafísico, de ignorar lo decisivo del contexto en el que se produce la experiencia, donde aparece el ser como evento, no como estructura. En cualquier caso, siempre, ante la exigencia de construir en y desde la libertad, se tendrá la tentación de volver a los fundamentalismos que proporcionen calor y seguridades, de recuperar el aroma sentencioso y apriorístico de la norma.
Para el cristianismo, el acontecimiento de la encarnación de Dios –kénosis- resulta clave en la posibilidad y condición de la experiencia religiosa. Una experiencia que provoca que se transite del paradigma del Dios absoluto y dueño, impositivo e impuesto, entronizado en lejana cercanía, al Dios amigo y descubierto del “ya no os llamo siervos, sino amigos”. La religión como experiencia en ese ser que es evento, la religión desde la conciencia de criatura que entiende su naturaleza proveniente y vinculada. Supone asomarnos a la centralidad de la experiencia frente al sometimiento del imaginario metafísico supuesto e impuesto. El protagonismo del sujeto que salta, que decide lanzarse, vivir la experiencia que puede establecer significado y proporcionar sentido, sin caer –eso sí- en la absolutización y categorización del individuo, allí donde llegue a confundir autonomía con autosuficiencia. El riesgo consiste en caer en la trampa de trasladar el ideario metafísico del Dios-objeto, atrapado, reducido y manoseado, desprovisto de toda frescura, al sujeto-dios, como clave única –aunque débil, imperfecta- del universo comprensible y comprendido.
Luego entonces, la temida secularización no tendría por qué concebirse como un alejamiento absoluto de la raíz religiosa, sino como un nuevo escenario en el devenir y acontecer de la historia en el que darse la experiencia religiosa como descubrimiento, encuentro y diálogo, donde, sin dejar de serlo, se revela accidentalizada la esencia.
A la luz paradigmática de la encarnación –kénosis-, ¿tiene sentido, por tanto, el temor desaforado de una Iglesia que pueda aferrarse a las verdades absolutas de la norma por miedo al carácter contingente del ser y del mundo? Parece poco cuestionable la crisis del imaginario religioso potenciado por la seguridad de las certezas metafísicas. Se abre paso, así, el descubrimiento de la fuerza que tiene la debilidad del amor, el contundente mensaje que muestra la fragilidad del Dios kenotizado. No se trata de poner el acento de la muerte de Jesús en su dimensión sacrificial violenta, sino en el principio de sentido y coherencia que hay en sus decisiones y su encendida voluntad. Nos libera la libertad de Dios en Jesús, su opción valiente y arriesgada reflejada en el sentido profundo y pleno de la kénosis. Ciertamente, la muerte de Jesús de no es decisión de Dios y aceptación sumisa por parte del Hijo; hay libertad, sentido y coherencia. La muerte de Jesús no es condición, sino consecuencia de una opción libre y radical basada en el amor. Puede que Jesús no acabe con el mal, pero muestra la cercanía de Dios ante la experiencia del mismo, así como que su desfigurado rostro no es definitivo. Una experiencia que supera el paradigma de la deuda con la divinidad y conduce al paradigma de la libertad y el compromiso del amor. Al fin y al cabo, el amor se eleva como la revelación comprensible, donde descansa la verdad posible y consciente entre tanto entramado metafísico.

Mientras la posmodernidad agoniza en su desencanto por el desencanto, el ser humano camina buscando sentido entre la existencia y su significado. Y puede que sea entonces pertinente la pregunta por Dios ante el desencadenamiento de una espiritualidad que requiere experiencia, forma y sentido, pero que no recaiga en una molesta idea impuesta y sin espacio. Se trata de una propuesta cuyo valor no puede ser la transmisión de contenido, sino en el valor de la experiencia; una propuesta que se dirige al ser que descubre, que se quiere libre pero vinculado. Y es que no hay pretensión de totalidad en el ser humano de hoy, más bien hay deseo de experiencia concreta que anuda convicciones propias, conciencia de finitud y fragilidad en su difuso horizonte de sentido. Hay huella y camino. Después de todo, como sostiene José Miguel Núñez, “la historia de Jesús, Dios encarnado, es un escándalo: es poner boca abajo la omnipotencia de Dios que se hace amor desarmado.”

Nuñez, José Miguel. A vueltas con Dios en tiempos complejos. Conversaciones con G. Vattimo. Ediciones KHAF. Madrid, 2013.

"Soy el dueño de mi destino. Soy el capitán de mi alma".

“La libertad íntima nunca se pierde; es esa libertad espiritual que no se nos puede arrebatar, la que hace que la vida tenga sentido y propósito”
Víktor Frankl

Después de haber experimentado el escozor de la herida abierta, de la frustración por el esfuerzo baldío, del agrio sabor que toda derrota deja en la comisura de los labios dispuestos a la vida… Después de que se hundan tus pies en el fango de la miseria y el olvido, o se rasgue el tejido de tu propia dignidad a fuerza de inevitables circunstancias, –sólo entonces- descubres que el verdadero límite no es aquél que las situaciones te imponen como condición irremisible, sino que el límite, siempre autoimpuesto, consiste en desertar, renunciar a construirte y construir los sueños que, por mucho que tropiece en cada uno de sus intentos, exhala tu espíritu.
Dentro. Más dentro, justo ahí donde surgieron aquellos latidos que forjaron poco a poco tu conciencia a golpe de convicciones y creencias, encuentras las razones que te disponen y te movilizan en una determinada dirección, las mismas que hacen de ti lo que hoy eres. A veces con inseguridad, con humana incertidumbre, pero, al fin y al cabo, vas teniendo la valentía y la responsabilidad de crear(te) sobre lo creado y, por tanto, crear en cuanto te rodea, y esa –consciente o inconscientemente- es tu libertad más preciada y creativa.
Cualquier paso firme comienza desde el lugar donde tú en esencia eres, desde el espacio en el que sólo puedes ser… El caso es que no escoges –ni puedes- la fuerza del viento, ni siquiera su dirección, tampoco escoges el día lluvioso ni el esplendor del sol como apacible compañía; no decides sobre la piedras que en el camino encuentras, ni la disponibilidad del terreno, tampoco decides sobre ciertas distancias. Pero has decidido que ese ruido ya no te perjudica ni te frena.
Después de todo, lo fundamental tratas de ponerlo a salvo cada jornada con la templanza de la contemplación activa. Te aclara tu conciencia, te provoca tu voluntad, te agitan tus sueños y te impulsa el ímpetu de tu corazón; te alienta tu visión, te mantiene tu fortaleza y, sobre todo, te sostiene tu fe, tu frágil pero consistente fe.
El olor de la victoria proviene de esa estructura interna que construyes con artesana paciencia. No existe victoria completa que no ponga a prueba la fe personal –también la del equipo-, ésa única capaz de acercarnos a los límites con que demarcaron nuestro desarrollo, nuestras posibilidades y, por tanto, nuestra acción; aquellos límites que un día tuvimos que creernos y que ya no pesan ni frenan lo que deseamos alcanzar.

En la noche que me envuelve,
negra como un pozo insondable,
doy gracias al Dios que fuere
por mi alma inconquistable.
En las garras de las circunstancias
no he gemido ni llorado
ante las puñaladas del azar,
si bien he sangrado, jamás me he postrado.
Más allá de este lugar de ira y llantos
acecha la oscuridad con su horror.
No obstante, la amenaza de los años
me halla y me hallará sin temor.
Ya no importa cuán recto haya sido el camino,
ni cuántos castigos lleve a la espalda.
Soy el amo de mi destino,
Soy el capitán de mi alma.

                   William Ernest Henley

Los girasoles ciegos. La dignidad arrebatada, la derrota de todos.

“Sólo tengo el miedo que tanto miedo me daba (…)
El miedo explica casi todo”
Alberto Méndez

         Hay en la derrota de cualquier ser humano una pequeña derrota de cuantos fueron y estuvieron en algún momento, ya fuera cerca o lejos, fuera antes, ahora e, incluso, después. En cualquier caso, la luz que se apaga al otro lado oscurece también el brillo de quienes aún se sienten bendecidos por el incandescente pero caprichoso pálpito de la vida que les sonríe.
Nosotros nos empeñamos en mantenerlos, pero el tiempo borra con solemne frialdad la cruel entelequia de los bandos, y lo real trae una verdad sangrante que desnuda a todos, la misma que termina demostrando que sólo ganó la derrota, ordenándola a unos y a otros. Puede que el tiempo que tardamos en asumir cada verdad es el mismo tiempo que, por alguna razón –o sinrazón- relegamos a nuestra conciencia, despojándola de su función reveladora, constitutiva, ésa indispensable para construir, entre otras cosas, la dignidad propia e incluso ajena.
Entonces, el olvido o el silencio se convierten en una forma de tortura despiadada, ésa que lega la desmemoria acordada o consentida por ambos contendientes, aquélla que dispensan las miradas apagadas que poco o nada transmiten a cuantos continúan el camino. Quien no asume no camina del todo libre.
¿Y si la guerra fuera agitada por los temores infundados de algunos corazones destemplados e inseguros…? Al fin y al cabo, toda guerra viste orgullo y suda odio, toda guerra se lleva por delante la dignidad, la libertad y, por supuesto, cualquier victoria que nadie pueda o pretenda atribuirse en ese momento en el queremos creer en una gloria abortada. Hasta el lenguaje se rinde entregando palabras tan nobles y distinguidas como gloria o victoria.
Lo que alcanza a sobrevivir de los conflictos, de la desesperación y el desgarro con que las guerras cubren las vidas de tantos seres humanos no es sino la vergüenza y el despropósito, el amargo trago de la derrota, el desgarro que provoca el dolor por otros elegido para tantos inocentes que sólo tienen su llanto sordo como abrigo raído o inútil medicina. Y queda sólo el miedo, la soledad, el dolor, la pérdida, el vacío… El sinsentido destrona cada vida y la desposee de su alma y su brillo, de toda o mínima esperanza.

         Poco tan devastador como la renuncia personal a cualquier modo que pudiera quedar de vida -“sin Elena no quiero llegar al final del camino. Sin Elena no hay camino”, apenas acierta a espetar unos de los personajes protagonistas-. No cabe más dolor en un alma, ya sólo queda muerte en la vida que otros decidieron partir. Sólo queda, ya para otros, la memoria como posibilidad de prevenir los daños que vienen; la memoria quizá como legado que proteja la dignidad y bendiga la libertad de aquellos a los que ahora les pertenece el derecho natural a intentarlo de nuevo.

Talento emocional. Conciencia y libertad.

Las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo.... del miedo al cambio.
Octavio Paz

         A veces huimos, y no sabemos muy bien por qué, ni hacia dónde, pero huimos del tiempo que se nos da, de las horas que nos regalan, también del espacio que se nos concede. Incluso hay quienes desertan de toda posibilidad u oportunidad de avanzar por ese infundado temor a sentir el viento en contra, convirtiéndonos en fugitivos de nosotros mismos, en sombra que arrastra y se lleva por delante la voluntad propia. Para entonces, vive tu sombra, y te mueve tu miedo…
         Conocerse a uno mismo no consiste sólo en adentrarse en la interioridad para quedarse en ella, en descubrir dimensiones nuevas para regocijarse en ese hallazgo y quedarse ensimismado, paralizado en él. Conocerse supone también construirse, verse en la batalla silente de las decisiones, edificar sobre el terreno conquistado y, sobre todo –si lo haces llegar-, aprender a disfrutar con ello.
         El talento emocional nos remite a la capacidad personal para descubrir, conocer y construir la interioridad, esculpir nuestros adentros para convertirse en expresión limpia y rotunda del ser que crece cada instante. Hay algo de impulso innato hacia dentro en todo ser humano que, o bien se enciende y despliega, o bien, por la misma inercia de los hábitos que adquirimos, se apaga, cesando esa singular búsqueda que distingue a quienes desarrollan esta dimensión de la persona.
El talento emocional crea y llena espacio interior, pero también exterior, genera estructura y construye en y desde ella. Como manantial inagotable, dispone de su valor para mejorar lo propio y también lo ajeno. El talento emocional habilita el estado y la situación para intervenir desde la libertad y para la libertad. Construye y al mismo tiempo, como motor de dos tiempos, proyecta. Sabe captar casi por instinto la atmósfera de los ambientes, la temperatura de los momentos. Domina los tiempos y pregunta respuestas. Canaliza y filtra la luz para despojar a las sombras de su enfermizo poder.
En cualquier caso, la persona que desarrolla su talento emocional no posee más luz que otras, pero sí es posible que rentabilice mejor el potencial de esa luminosidad que le explota en el interior, muy dentro, de manera que logra aprovechar toda su incandescencia, proyectando esa luz y ese calor que llenan espacios de dentro y de fuera.
El talento emocional se muestra abierto y flexible ante lo que viene o llega, sabe de la realidad caprichosa y cambiante, así como de la libertad del ser humano incluso ante lo inevitable de algunas circunstancias. El efecto personal del desarrollo del talento emocional tiene también su eco en cuantos alrededor se encuentran. No pasa desapercibido; se contagia, se transmite y crea una onda expansiva que nada puede frenar. 
      Al fin y al cabo, esa actitud, esa disposición que descubre y construye, que crea y proyecta vida viene de experimentar que poco o nada nos pertenece tanto como la conciencia y la libertad. Y luego vendrán días, otros días en los que el miedo se disipa, en los que poder ser desde ahí, desde esa conciencia que libera.

La cordura errante. El ocaso del mundo que todo lo sabe.

“Ningún gran genio se dio sin una mezcla de locura”.
Séneca.

    Aletargado por el embriagador aroma de lo exitoso, buena parte de nuestro mundo se conforma con permanecer el mayor tiempo posible en ese pedestal de barro en el que encumbramos las magníficas cuentas de resultados. Ni siquiera existen razones consistentes ante esa huida hacia adelante emprendida por el ser humano, el mismo que ya sólo tiene olfato para el beneficio y oído para el halago.
    El homo cordatus (hombre cuerdo) mira hacia abajo y camina ensimismado, ajeno a cuanto le rodea. La cordura errante es el síndrome de la aceptación de lo establecido como el mal menor que consentimos como vida. La cordura errante no deja de ser nuestra libertad rendida a los planes ajenos, entregada a los pies de aquellos que consideramos por algún extraño motivo poderosos, la misma libertad sentenciada por nuestra desidia, derrotada, ofrecida como generoso tributo a quienes ya piensan y sienten por nosotros, sintiéndonos incluso agradecidos por ello.
  Esa cordura errante nos tranquiliza y nos dispensa una seguridad siniestra, pues sus dominios regalan márgenes y demarcan límites que deseamos tener como referencias vitales que –supuestamente- nos permitan no zozobrar. La cordura errante en la que deambulamos se encarga de abotonar nuestra conciencia con ojales de monótona certeza. Nunca tiene preguntas, siempre ofrece respuestas. En la cordura errante sucumbimos entre brindis desapasionados que se apagan con las últimas luces de la noche…
         Quizá no se trate de una cruenta pugna dilemática entre la cordura y la locura por alcanzar el modus vivendi perfecto, entre la razón y la emoción. Ni una ni otra. Para el ser humano, absolutos como la verdad, o tangibles como la realidad, sólo pueden abordarse desde una mentalidad problemática, libre de sentencias urgentes. Después de todo, quizá sea la lucidez la que proporcione sentido a cualquiera de las dos posibilidades.
En cualquier caso, hay un punto de lucidez en toda locura que devasta ese mundo tan firme como incierto al que arrastra la cordura errante del mundo que todo lo sabe; que derriba los muros que levantaron nuestros miedos y nuestras inseguridades para traspasar la frontera de lo seguro aparente. Existe un punto de lucidez en toda locura que convoca al espíritu más libre y creativo que duerme dentro de ti, ése que arrinconamos por temor a volar junto al precipicio que el camino en ocasiones trae.
Al fin y al cabo, encontramos un punto de lucidez en toda locura que nos reconcilia con aquello más singular y único que hay en nosotros y que el mundo –como también nosotros- necesita, espera y merece disfrutar. Quizá sea entonces la lucidez la que, sin acaso pretenderlo, proporcione la necesaria cordura a esa elocuente y salvadora locura que apuesta por el salto de alcanzar lo mejor. Valores como la valentía o la superación no dejan de ser un rapto afortunado de la locura en nosotros. ¡Déjalo ser...!

El tamaño de tus alas.


Enseñarás a volar, pero no volarán tu vuelo.
 Enseñarás a soñar, pero no soñarán tu sueño.
 Enseñarás a vivir, pero no vivirán tu vida.
 Sin embargo…en cada vuelo, en cada vida, en cada sueño,
perdurará siempre la huella del camino enseñado.
Teresa de Calcuta

         Las decisiones importantes terminan llegando, aparece en el sendero de pronto la necesidad de elegir, y con ello, prendida a tu corazón, la agitación de la duda que te hace, casi por instinto, mirar atrás. Sí, en alguna otra ocasión lo has sentido, tratas de parecer seguro una vez más y, aunque no te resignas –no forma parte de tu carácter-, sabes que en la opción está el tormento, en toda posibilidad de elegir se encuentra el peso más fatigoso, pero también el más generoso, el de la libertad.
          Y en esas decisiones, en acompañada soledad, donde el cruce de caminos te detiene, la valentía no está en el riesgo que con ellas se asume, sino en la libertad que las impulsa, en el caudal de vida que en ellas pones sin reparar en los posibles daños, en el compromiso que consigues reunir para tal envite y en la resistencia que serás capaz de mostrar cuando las luces se apaguen y no haya más grito de aliento en la noche que los latidos sordos de tu corazón.
          Apacible o de extrema dureza, extenso o breve en su recorrido, el ser humano siempre ha requerido de referencias que hagan reconocible y transitable el camino que emprende. Un suelo que pisar, una pared que tocar, unas manos que agarrar… Desde el vientre de nuestra madre ha sido siempre ese el escenario placentero de toda búsqueda personal, una referencia desde la que despegar y a la que, llegado el momento, regresar. Pero, ¿qué sucede cuando las referencias se disipan, los límites se abren y el camino, con sus decisiones, apremia?
       En cualquier caso, existe la opción de elegir no elegir, de pretender no equivocarse, de entregarse al desánimo con que la desconfianza te postra ante su poder sombrío y funesto, de sentarse al borde del camino atenazado por la inseguridad que invade a quienes no asumen su humana fragilidad y, con ella, la posibilidad cierta de tropezar, caer, levantarse, sacudirse y… seguir o –por qué no- buscar alternativas.
        Todo lo peor podría ser llegar adonde no esperabas, sentirte al borde del precipicio y que a tus pies, aterido por el frío, se abre el mundo que soñabas. Entonces, agarrotado, agarrado a ti, entre la confusión, mirarás atrás para descubrir, antes de ver nada más, tus propias alas, aquellas que, sin notarlo, han ido creciendo todos estos años por la entrega de quienes te amaron, de quienes nos hicieron sonreír, pero también llorar. Las mismas alas que sólo ahora, en el momento de la verdad, necesitarás desplegar con la misma fe inquebrantable de cuantos las forjaron días tras día para tu vuelo.
      Para cuando quieras tomar conciencia de todo, será la inspiración como vigoroso eco dentro de ti la que te empujará y te impulsará, la inspiración como voz unísona de aquellos que procuraron tu fortaleza y hoy son también motivo. No mires entonces atrás, cuanto del pasado necesitas está ya en tu corazón como fuerza incontenible que te hace mover las alas. Tienes el propósito y tienes la fe. No esperes entonces. ¡Vuela!

"Sólo nos cambia lo que amamos" (Entrevista de J. Rubio a Pablo d´Ors).

Irrenunciable... Por su interés y recomendable altura intelectual  y espiritual, recojo la entrevista que Javier Rubio realiza a Pablo D'Ors para elconfidencial.es
 
 
Escritor, sacerdote, doctor en teología y filósofo, Pablo d'Ors (Madrid, 1963) está protagonizando un curioso fenómeno editorial. Su libro dedicado a la meditación,  Biografía del silencio (Ediciones Siruela) ha agotado sus cuatro primeras ediciones a través de la recomendación de quienes lo han leído previamente. Desde su amplio bagaje intelectual y su experiencia como religioso, el nieto de Eugenio D´Ors habla para El Confidencial de su vivencia directa al margen de cualquier misticismo, y de cómo la práctica de la meditación puede ayudarnos a todos en nuestra vida cotidiana.

 
Defina en sus propias palabras, por favor, que es Biografía del Silencio
Este libro nace de una práctica continuada de meditación. Llegó un momento en el que decidí escribir un pequeño diario de mis prácticas de silencio y, leyéndolo, me di cuenta de que mi experiencia podía ayudar a otros.
 
Empezó a meditar, según cuenta, por la necesidad de superar la angustia, la ansiedad o la  insatisfacción por la proyección de su carrera literaria. ¿Le explotó, digamos, una bomba en las manos y cogió mayor ambición espiritual o personal?
(Piensa mucho la respuesta). La vida del hombre puede estar planteada en términos de suma o de resta. En mi caso personal, hasta los cuarenta años me planteé la vida en clave de suma, es decir, intenté construir mi identidad sumando experiencias, lecturas, viajes, relaciones... Desde la resta, en cambio, la cosa es bien distinta, porque no se trata de agregar cosas, sino de quitarlas para descubrir quién eres en realidad. La identidad no es entonces una conquista, sino un descubrimiento.
Somos bastante incapaces de estar con nosotros mismos, en silencio interior. Nos ponemos nerviosos porque enseguida salen a relucir todos nuestros fantasmas. Cuando empecé a meditar, sospechaba que estaba dando un cambio sustancial en este sentido. El descubrimiento esencial fue el de que el silencio es, fundamentalmente, una nostalgia, un pánico y una revelación, por este orden.
Nostalgia porque todos, en mayor o menor medida, decimos que nos gustaría tener más tiempo de silencio, porque en teoría lo apreciamos y buscamos. Pero ese deseo suele quedarse ahí en el noventa y nueve por ciento de los casos, y eso genera nostalgia. Pánico porque cuando por fin nos atrevemos a hacer silencio, lo primero que descubrimos es que tenemos miedo. Somos bastante incapaces de estar con nosotros mismos, en silencio interior. Nos ponemos nerviosos porque enseguida salen a relucir todos nuestros fantasmas. Pero si superamos ese pánico, se produce algo así como una revelación: descubrimos quiénes somos y a qué estamos llamados. Es así como el silencio nos va educando a estar con nosotros mismos, a conocernos y a aceptarnos. A mi modo de ver, este es el único camino para tener una vida decente.
 
En un mundo que se acelera irremediablemente, y desde un punto de vista eminentemente práctico ¿La meditación es una terapia para evitar el exceso de información, de ruido, para superar la sobreestimulación típica de nuestra cultura?
Sí, es una terapia. Y no solamente urgente, sino esencial. Urgente es llamar al fontanero cuando en tu casa tienes una gotera, por ejemplo. Pero esencial es dedicar tiempo a la amistad, a la naturaleza, a Dios si se es creyente.... El principal problema del hombre contemporáneo es la dispersión; la meditación fomenta la capacidad de atención y de concentración. Y lo cierto es que solamente cuando estamos atentos vivimos de verdad.
 
Nuestro sistema educativo nos forma para el mejor conocimiento interior. Ejercicio físico, alimentación, conciencia social.., pero no contamos con una tradición de formación de nuestra vida interior. ¿Es la meditación una herramienta para ello?
Tienes toda la razón. Para mí este es el gran drama. Hoy no sólo se exige una gran determinación para emprender este camino, que es muy solitario. Es que resulta muy difícil encontrar maestros o verdaderos guías. Existen, por supuesto, pero son pocos y no es fácil encontrarlos. Además, hace falta una extraordinaria humildad para seguirles.
 
Pero usted en este sentido, puede ser un maestro…
No, no soy ningún maestro. Soy un simple buscador que ha escrito su experiencia.
 
Sí, pero lleva andado un camino… Entonces, ¿cómo y por qué recomendaría la meditación al ejecutivo agresivo, al conductor de autobuses, a la madre con hijos y un trabajo... a cualquiera? ¿Les va a aportar algo a su vida cotidiana?
Les diría lo siguiente: vivimos mucho, pero tenemos poca experiencia de la vida. Porque yo diferencio vivencia de experiencia. Vivencia es aquello que nos sucede y experiencia, en cambio, es permitir que eso que nos ha sucedido se pose y nos configure, que nos conforme. Sin la capacidad de parar para acoger, para dar cauce a la receptividad, todas esas vivencias no se harán auténtica experiencia en nosotros.
 
El hecho de que uno concentre su atención con semejante intensidad, ¿Nos ayudará en nuestro quehacer cotidiano, en el día a día?
No veo nada más práctico. Si caminamos por la calle reconcentrados en nuestros pensamientos, no vemos la realidad. La meditación te ayuda a salir de ese ensimismamiento que, poco a poco, nos va amargando y minando. Suelo poner un ejemplo que me resulta muy claro. Levántate una mañana y di en tu interior: “Soy un desastre”; repítelo cuantas veces te acuerdes a lo largo de todo el día y verás cómo llegas a la noche fatal. O, por el contrario, levántate y comienza a decirte: “Soy una gran persona”, o “soy luz”; verás entonces cómo terminarás la jornada sintiéndote francamente bien.
Puedes tener la peor situación del mundo, pero si estás contento contigo mismo, el asunto es bien distinto. Esto significa que el mundo interior, la palabra interior, tiene una capacidad esencial para configurar el propio estado anímico. La felicidad, por otra parte, no es otra cosa que satisfacción ante la propia imagen. En este sentido, somos bastante responsables de nuestro nivel de satisfacción o insatisfacción. Puedes tener la peor situación del mundo, pero si estás contento contigo mismo, el asunto es bien distinto. Pues esto es, precisamente, lo que proporciona la meditación.
 
Entonces, utilizando una metáfora, ¿La meditación podría ser para la mente y el alma como la pesa al músculo, o las zapatillas a la carrera? Es decir, algo cotidiano con un fin muy práctico y concreto para nuestra salud integral.
Así es. De hecho, el seminario de entrenamiento espiritual que animo y del soy fundador, “Buscadores de la Montaña” se llama, nace precisamente de este planteamiento. Igual que hay gimnasios para el cuerpo físico, ¿por qué no plantear un espacio y un tiempo para quienes desean un gimnasio para el espíritu? Sí, considero que la meditación podría compararse a estas pesas o zapatillas de las que hablas. La metáfora me parece adecuada.
 
Para un gran ejecutivo, por poner un ejemplo, de sectores ultracompetitivos, o para los tiburones financieros? ¿No sería la meditación un torpedo para su forma de funcionar, para su modus operandi? Si meditaran, a lo mejor dejaban su trabajo...
Creo que si las grandes empresas comenzaran una pedagogía para que sus empleados meditaran, en primera instancia se crearía una gran crisis entre los empleados y la empresa arriesgaría la quiebra; pero también creo que en última instancia sería de un gran beneficio, puesto que se trabajaría con mayor plenitud y mayor capacidad de rendimiento. Cuando meditas, tu trabajo es enormemente más eficaz. Si se aumenta en capacidad de concentración, se realizará el trabajo con mayor eficacia y rapidez. En pocas palabras: si los empleados de una empresa meditasen, mejoraría el rendimiento de producción, estoy casi seguro.
 
¿Vivimos entonces una época y un ritmo de vida que, aunque con calidad material, es también un peligro para la vertiente emocional?
Para mí eso es claro. Si no ponemos remedios contundentes y no perseveramos en su ejecución, el futuro no es halagüeño. Cada vez habrá menos personas profundas y serán más uniformes. Los individuos tendrán menos personalidad y serán más manipulables. Me preocupa todo esto mucho, y no solo por los demás, sino por mí mismo, puesto que yo no soy inmune en absoluto.
 
La sociedad pide al individuo proactividad, ambición, capacidad para crear tu propio destino, pero la meditación parece lo opuesto, la aceptación de la realidad tal y como es. ¿Cómo se puede combinar esta dualidad?
La meditación no anula las legítimas ambiciones del ser humano, sino que las recoloca. Lo que elimina es la ansiedad a la hora de perseguirlas, así como la frustración si es que no se consigue aquello a lo que se aspira. Yo medito todos los días y sigo aspirando a ser un escritor reconocido. A lo que la meditación me ayuda es a vivir esa aspiración sin ansiedad; me ayuda a no hacer depender mi felicidad de la consecución de tal reconocimiento. La felicidad está para mí ahora más en el camino que en la meta.
 
Si, como explica, el fruto principal de la meditación es aceptar la realidad…  Ante un enfermedad grave, dificultades duras de la vida, o para los familiares del reciente accidente de Santiago, la realidad es dura…¿Puede ayudarnos su práctica?
Lo que voy a decir ahora es muy gordo y puede ser malinterpretado. El problema radica en que nosotros consideramos que el dolor y el mal no deberían existir. Por ello, cuando el mal hace su aparición, lo sentimos como una violación de nuestros derechos, como algo que debería ser erradicado de inmediato. La realidad, sin embargo, aunque nos pese, es que el dolor no es antinatural, es natural.
La adversidad puede vivirse como oportunidad y, cuando se vive así, sin dejar de ser adversidad, pasa a ser también algo constructivo. Pondré un ejemplo. Conozco a muchos enfermos con cánceres terminales que lo viven muy mal, con mucha rabia; pero también conozco a otros (muchos menos) con los mismos cánceres pero con una profunda aceptación de los mismos. El problema no está, por tanto, en el cáncer en sí mismo considerado, sino en la actitud con la que se afronta. Desde determinadas actitudes, lo negativo puede llegar a ser positivo. ¿Cuál es la clave? No huir de la negatividad, del dolor, de la tragedia, sino más bien atravesarla. Y eso es lo que enseña la meditación.
Lo más sensato que cabría decir a quien está en medio de una situación dramática es que la viva, puesto que bien vivida puede aportar una sabiduría y una plenitud extraordinarias. La quietud propia de la meditación nos incomoda: enseguida nos pica el cuerpo, por ejemplo, y pronto aparecen pensamientos que agobian. Lo más habitual en esos casos es levantarse y claudicar. Pero si se persevera, si se atraviesa todo eso, lo que se descubre es que dentro de cada uno de nosotros hay algo así como un jardín del Edén, un espacio en el que no hay oscuridad, sino sólo  luz. En esto que digo no hay nada de esotérico. Mucha gente que ha recorrido este camino ha descubierto un reducto en su interioridad donde efectivamente se encuentra bien. Pero eso solo se consigue atravesando la oscuridad.
 
Su experiencia tiene también un valor especial porque también es un religioso, un sacerdote. ¿La meditación no pone en evidencia el componente cultural de toda religión, sus dogmas? ¿No se caen muchos ídolos?
No solo es que se caigan, sino que deben caerse. Pero no creo que las instituciones sean necesariamente negativas. Lo que sí son necesariamente es precarias, como todo en nuestra condición humana. Esta tarea de desmontaje que se produce cuando hay una práctica continuada y seria de silencio es necesaria y permite que la pertenencia a una determinada institución pueda ser más consciente y responsable.
 
Con los cambios interiores que se producen cuando meditas ¿La meditación puede hacer tabla rasa de la religión institucionalizada tal y como la conocemos?
(Lo piensa detenidamente) Voy a intentar explicarlo con un ejemplo. Si estás casado y meditas, la meditación puede ayudarte a descubrir los defectos y la relatividad de la persona a la que amas. Pero descubrir esos límites o defectos te puede conducir a dos opciones opuestas. Una: pensar que no tiene sentido continuar juntos. Otra: gracias a que conozco los defectos del ser al que amo, puedo amarlo más y mejor. Más aún: es así como amo su realidad y no la idea que tenía de ella. Con la Iglesia o la religión, sucede algo parecido. La meditación ayuda a descubrir que, en último término, tú mismo eres al menos tan precario como esa institución a la que perteneces o esa religión que profesas.
La meditación trabaja uniendo; nos hace comprender que nuestra identidad no se acaba en este cuerpo material, sino que estamos vinculados unos a otros. La meditación no te hace un estúpido incapaz de ver lo que hay. Lo negativo existe, es obvio. La meditación te va limpiando la mirada, eso sí, y te va haciendo descubrir el lado luminoso y hermoso de todo. Y ello hasta el punto de que quien no tenga esa mirada, pensará no solamente que es ingenua, sino que es idiota. Pero hasta en las realidades más hostiles hay posibilidad de luz.
 
En un terreno más metafísico o espiritual de la meditación ¿Los profundos estados de conciencia que se alcanzan permiten percibir que exista algo más allá de nuestro cuerpo físico?
Entre quienes meditamos no todos responderíamos de la misma manera a esta pregunta. La meditación ayuda, entre otras cosas, a darte cuenta de que la definición que has dado de ti mismo es muy pobre. Porque uno no puede definirse simplemente por estar casado o ser soltero, por ser ingeniero o carpintero, tener hijos o no tenerlos, estar en paro o no… Todo eso son simples circunstancias. Incluso el pensar que eres alegre, tímido, valiente, entusiasta… Todo eso es pobre porque nos separa por contraste de los demás. La meditación trabaja uniendo; nos hace comprender que nuestra identidad no se acaba en este cuerpo material, sino que estamos vinculados unos a otros. Es así como empieza uno a sentirse más en conexión o comunión con todos lo demás.
La meditación te cambia si la amas. Sólo nos cambia lo que amamos. En este sentido, la meditación rompe el antropocentrismo y te hace más cosmocéntrico, hasta el punto de hacerte comprender que el materialismo puro no tiene fundamento. Hay multitud de factores que, sin una consistencia material inmediata, te configuran: el amor, la esperanza, la piedad... Es así como puedes llegar a ser una persona más espiritual; pero de ahí a reconocer que hay un Dios, lo cual es un acto de fe, hay ciertamente un trecho.
Meditar es habitar en el anhelo que todos tenemos de una vida mejor. Todos aspiramos a cambiar, a mejorar, a crecer. Existe en el ser humano una clara no conformidad con lo que hay. Mirar interiormente esa no conformidad, ese anhelo, esa aspiración, eso es meditar. Y eso es lo que nos hace mejores. Para un creyente, yo diría que ese anhelo de plenitud es Dios en uno mismo, un Dios que está gritando y pidiendo su espacio y que, en la medida en que se le mira, va ensanchándose más y más.
 
En el libro explica cómo la meditación le ha llevado a un determinado estilo de vida…
La meditación te cambia la manera de vivir. Vives con mayor lentitud, por ejemplo. Aprecias más lo esencial, como la naturaleza, la amistad, la oración, el cuerpo… La meditación te cambia si la amas. Sólo nos cambia lo que amamos.