El tamaño de tus alas.


Enseñarás a volar, pero no volarán tu vuelo.
 Enseñarás a soñar, pero no soñarán tu sueño.
 Enseñarás a vivir, pero no vivirán tu vida.
 Sin embargo…en cada vuelo, en cada vida, en cada sueño,
perdurará siempre la huella del camino enseñado.
Teresa de Calcuta

         Las decisiones importantes terminan llegando, aparece en el sendero de pronto la necesidad de elegir, y con ello, prendida a tu corazón, la agitación de la duda que te hace, casi por instinto, mirar atrás. Sí, en alguna otra ocasión lo has sentido, tratas de parecer seguro una vez más y, aunque no te resignas –no forma parte de tu carácter-, sabes que en la opción está el tormento, en toda posibilidad de elegir se encuentra el peso más fatigoso, pero también el más generoso, el de la libertad.
          Y en esas decisiones, en acompañada soledad, donde el cruce de caminos te detiene, la valentía no está en el riesgo que con ellas se asume, sino en la libertad que las impulsa, en el caudal de vida que en ellas pones sin reparar en los posibles daños, en el compromiso que consigues reunir para tal envite y en la resistencia que serás capaz de mostrar cuando las luces se apaguen y no haya más grito de aliento en la noche que los latidos sordos de tu corazón.
          Apacible o de extrema dureza, extenso o breve en su recorrido, el ser humano siempre ha requerido de referencias que hagan reconocible y transitable el camino que emprende. Un suelo que pisar, una pared que tocar, unas manos que agarrar… Desde el vientre de nuestra madre ha sido siempre ese el escenario placentero de toda búsqueda personal, una referencia desde la que despegar y a la que, llegado el momento, regresar. Pero, ¿qué sucede cuando las referencias se disipan, los límites se abren y el camino, con sus decisiones, apremia?
       En cualquier caso, existe la opción de elegir no elegir, de pretender no equivocarse, de entregarse al desánimo con que la desconfianza te postra ante su poder sombrío y funesto, de sentarse al borde del camino atenazado por la inseguridad que invade a quienes no asumen su humana fragilidad y, con ella, la posibilidad cierta de tropezar, caer, levantarse, sacudirse y… seguir o –por qué no- buscar alternativas.
        Todo lo peor podría ser llegar adonde no esperabas, sentirte al borde del precipicio y que a tus pies, aterido por el frío, se abre el mundo que soñabas. Entonces, agarrotado, agarrado a ti, entre la confusión, mirarás atrás para descubrir, antes de ver nada más, tus propias alas, aquellas que, sin notarlo, han ido creciendo todos estos años por la entrega de quienes te amaron, de quienes nos hicieron sonreír, pero también llorar. Las mismas alas que sólo ahora, en el momento de la verdad, necesitarás desplegar con la misma fe inquebrantable de cuantos las forjaron días tras día para tu vuelo.
      Para cuando quieras tomar conciencia de todo, será la inspiración como vigoroso eco dentro de ti la que te empujará y te impulsará, la inspiración como voz unísona de aquellos que procuraron tu fortaleza y hoy son también motivo. No mires entonces atrás, cuanto del pasado necesitas está ya en tu corazón como fuerza incontenible que te hace mover las alas. Tienes el propósito y tienes la fe. No esperes entonces. ¡Vuela!

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