De la adolescencia; de un hermoso claroscuro.


    "El verdadero amor no es otra cosa que el deseo inevitable 
de ayudar al otro para que sea quien es."
Jorge Bucay.
      Cuanto ahora supone agitada incertidumbre, presagio de todo, preludio de algo, incluso… promesa de nada, pronto se convertirá –si quieres- en una realidad única y brillante. Puedes llegar a sentirte más vulnerable; se trata del precio de ser más consciente de tu persona, de la realidad que te envuelve y de los interrogantes que te acarician con distante y fría ternura. No desesperes, el precipicio desde donde sientes caer no es interminable. El vértigo con que te asomabas a ese acantilado desde donde la niñez se empeñaba en despedirse no será tan alto como advierte tu gesto demudado, aturdido.
Vendrá la claridad, la serenidad necesaria para decidir, cuando entiendas que las conquistas a las que la persona puede enfrentarse son tan innumerables como los días. Aprende a esperar sin desesperar, a buscar, por difícil que resulte, con la paciencia de quien es enemigo irreconciliable de la prisa. Poco que traiga la precipitación decorará como mereces las estancias de tu ser. Habítate despojado de esa angustia sin fundamento que amordaza tu corazón libre y dispuesto a sentir; aquello que te preocupa es importante, pero toda la inseguridad que los complejos regalan pueden afrontarse con valentía, y entonces, sólo entonces, se disipan como la niebla cuando se levanta la mañana. Y, aunque haya días que el viento del oeste traiga el gris de las nubes, brillarás como el sol.
La calma, la contemplación, te susurrarán que lo que hoy te hace sentir incluso extraño de ti no tiene por qué permaner, no es sino el vacío necesario que se genera desde dentro para que pueda llenarse del mundo que te viene, inundarse de la vida que como incontenible torrente se aproxima buscando espacio. Y se llenará con el alcance de tu libertad más concreta y abierta.
En el tiempo de la siembra no podemos sufrir –desesperar- por no recoger el fruto pretendido. Hay una fortaleza cierta y auténtica en el valor de la esperanza, en el corazón de quienes no ahorran en emociones ni sentimientos, sino que invierten todos sus bienes personales en el parqué de la vida, hincando la azada de su talento en el surco no siempre agradecido de las horas.
A todos nos acompaña el niño que fuimos, pero también el adolescente que disfrutamos… y sufrimos. Y no sólo nos acompaña, sino que, con desigual y desacompasada frecuencia, asoma para recordarnos que eres hoy, en parte, por ellos. Y es que no se trata de etapas cronológicas que despedimos más o menos agradecidos, sino -más bien- de bagaje, de experiencia acumulada, de memoria activa que diseña un mapa y una hoja de ruta emocional cuyas claves no se encuentran tan ocultas como a menudo pensamos.
Sea como fuere, cuando ya menos lo esperas, después de tanta lucha personal, liberarás tu humanidad, encontrarás en el espejo de los demás una persona igual de vulnerable, pero con una mente mucho más resistente y, sobre todo, fuerte, muy fuerte de corazón. Tu alma no deja de tener la medida que forjaste, por la que te batiste en duelo incluso contigo mismo. Ahora ábrela y vívela cada instante.



De un exhibicionismo vacío a una propuesta valiosa

      El mundo fluye, se transforma, muda y retorna, emprende, involuciona, evoluciona, no se detiene…; la realidad del cambio no parece cuestionarse, más bien se impone como estructura de pensamiento, situación o intervención. En el nuevo paradigma en el que sobrevivimos, sobredimensionada, la coyuntura devora a cualquier estructura con alguna vocación de permanencia o mínima intención de repercusión.
Con todo, no merece la pena lamentarse por los rincones de los días ante la complejidad del escenario que nos tocó interpretar y gestionar. Ante la incertidumbre, serenidad y constancia, no hay máscara que oculte el verdadero rostro de las cosas para siempre. Por unas u otras razones, la realidad nunca dejó de ser compleja para cada generación que afrontó su momento crucial, su particular cita con el peso de la historia. Y la queja, como fuerza, rara vez moviliza en la dirección necesaria.
Amante de todo efectismo, nuestro mundo gusta de moverse por la capacidad de impacto, de repercusión. El ámbito de influencia –lo cuantitativo- traduce la valía de lo que se expone en ese mercado en el que cada persona se exhibe como marca. Hasta aquí, todo bien si se apunta y conduce a procesos de transformación efectivos, que proponen al ser humano caminos de realización sólidos, donde se generan y establecen redes de verdadero desarrollo y crecimiento. Bueno si no se queda, después de todo, en un exhibicionismo vacío que se descompone al apagar los luminosos de los expositores personales, y tu soledad termina por delatarte.
Definitivamente, para quienes, con independencia de los motivos, desean tener sitio y relevancia –impacto e influencia- en este macroescenario globalizado, todo se juega en el mensaje, en su forma y en su fondo. Para muchos, con la forma basta si con ésta se consigue el propósito; en este caso no resulta relevante el alto alcance del mensaje, sino su efecto instantáneo, que es para el que se diseñó. Para otros no parece suficiente el envoltorio y su fulminante efecto, tratando de ofrecer algo, o mucho más, que un fogonazo que no repara en la oscuridad y el frío con el que devasta al ser humano al apagarse su llama.
            En cualquier caso, sólo si tenemos claro que nuestro mensaje se dirige a la libertad más profunda y concreta de la persona, tendrá el espacio y la repercusión que pretendemos. Poco que no sea consistente resiste la embestida del tiempo ni la exigencia con que la dignidad del ser humano, por difícil que en ocasiones pueda parecer, clasifica las propuestas y experiencias.
       El impacto –la forma- conquista, pero es el contenido –el fondo- el que mantiene, sostiene y consolida las opciones libres. La preocupación por que el mensaje alcance la mayor cantidad no debería superar, por tanto, a la necesidad de que llegue del modo más rotundo, explícito y limpio posible. Como estrategia, el objetivo fundamental no es llegar a muchos, ésta será más bien la consecuencia de llegar bien.
Conscientes de la realidad ineludible e incuestionable de nuestro mundo cambiante, de la necesidad de tomar decisiones en medio de la espiral, la pausa que la vida pueda requerir siempre corresponderá a la decisión del ser humano, a esa disposición única que para la contemplación de las cosas posee en su interior y que le concede siempre la oportunidad de mirar y comenzar.