Liderazgo providente. En el camino inestable.

“Las cosas y los estados pueden darte placer; pero no alegría.
La alegría no tiene causa, surge desde dentro”.
Eckhart Tolle

Liderar forma parte esencial y constitutiva de la propia vida. Cuando tomamos decisiones lideramos; pero también lideramos cuando dejamos de tomarlas. Cuando tomamos la iniciativa sobre aspectos que nos afectan a nosotros mismos o a los otros, lideramos; y también cuando dejamos de tenerla. Después de todo, optar es liderar, y la vida –de mayor o menor trascendencia- es un constante ejercicio de opciones.
Liderar es asumir el protagonismo que a ti -y a nadie más, por la existencia que se te ha concedido- te pertenece; liderar es tomar conciencia de quién eres, adónde vas, con quién o quiénes quieres ir, para, llegado el momento, no terminar por recluirte en ese socorrido papel de víctima que culpabiliza al resto del mundo por todo lo malo que te sucede. Liderar forma parte del comportamiento humano y es una conducta natural, una magnífica oportunidad para ser y convertirte en quien has decidido. Liderar es nada más y nada menos que descubrir, descubrirte, proyectarte y -algo que otorgan los otros- trascender
El liderazgo providente aparece como la apuesta personal y de equipo que genera el espacio necesario para descubrir la realidad más profunda y construir la posibilidad. El liderazgo providente crea y protege un escenario de interacción personal y colectiva donde la confianza en las posibilidades dispara el rendimiento, la creatividad, la realización, el desarrollo. El liderazgo providente inspira, entre otras razones, por una serie de rasgos que lo definen y distingue:
1.   Deposita el centro de gravedad en las personas, no en las circunstancias.
2.   Las circunstancias no dejan de ser datos de la realidad; no son determinantes; más bien lo es tu actitud y tu disposición ante ellas. Ganar o perder es una cuestión de nuestra mente; se vive.
3.   Muestra una plasticidad mental y una flexibilidad emocional ante lo inevitable, ante aquello que de pronto cambia la realidad percibida y transforma el escenario.
4.   Entiende la intensidad vital como una presencia comprometida; vive en el poderoso “aquí y ahora” sin que ello suponga un olvido del pasado ni una falta de previsión del futuro. Toma conciencia del momento como constructo.
5.   Elimina el ego. El corazón ama y se re-crea en las experiencias; el ego ama y vive de las medallas. El corazón busca expresar, el ego necesita el reconocimiento y el aplauso. El corazón te hace sincero y libre; el ego, esclavo y ambicioso.
6.   Hay un rasgo fundamental que se recoge en el paradigma del pionero. El líder no se siente mejor que nadie; pero sí capaz, interpelado, llamado, convocado a una misión apasionante que contagia.
7.   Admite la caída como parte del camino. Caemos e hincamos la rodilla, pero lo hacemos ya pensando en la manera de levantarnos, en el modo de seguir acercándonos a la meta.
Cuando todo parece estallar, cuando se agotan las alternativas y los análisis se derriten en la mente; cuando las ideas se agotan o huyen por el sumidero del miedo, la gestión personal y de equipo requiere de nuevas dimensiones que añadan perspectivas y sentido, amplitud y distancia para acercarse de nuevo y con una visión más completa. 
  El liderazgo providente es esa expresión limpia que solo desprende la conexión entre la persona, la realidad y el equipo. El liderazgo providente provoca un estallido ingobernable por dentro, un impulso creativo que trasciende de los caprichos del tiempo y el espacio y se entrega a un juego que olvidó la distracción que provoca vivir sólo de la dictadura del marcador o la tiranía del resultado. Incontenible, el liderazgo providente rezuma el aroma de lo genuino y auténtico que cada ser alberga y trae al mundo, ese liderazgo que se relaciona con la esperanza como inconfundible señuelo de la verdad que está y viene.

No sin mi equipo. (Elogio del deporte modesto, el espíritu competitivo y la experiencia de equipo)

"Los buenos equipos acaban por ser grandes equipos cuando sus integrantes confían los unos en los otros lo suficiente para renunciar al yo por el nosotros."
Phil Jackson.

     La diferencia la podrán marcar otras cuestiones, pero poco -más bien nada- nos separa de lo fundamental con aquellos que se encuentran en lo que el negocio ha tenido a bien llamar élite. Y es que, más allá de ciertos patrones de calidad siempre discutidos y discutibles, existe un espíritu, una esencia en el mundo del deporte, de sus valores y sus enriquecedoras vivencias, alcanzable para todo ser humano que decida vivirlo y se predisponga a experimentarlo.
Así, a efectos de repercusión, aunque fuera tenga su impacto y su trascendencia, miramos dentro y tratamos de poner en valor la incidencia que en la persona y en el grupo tiene el deporte y su dimensión competitiva. Sólo entonces comprobamos que no se trata tanto de dónde estás como de qué sientes por dentro entrenando, justo antes de comenzar, en los instantes en los que estás compitiendo e incluso el momento en el que se apagan los focos y abandonas el juego. También ahí el deporte bendice a todos sin distinción.
Tanto para quienes lo practican solos, como los que lo hacen ante cien, para diez mil o para los que compiten ante cincuenta mil o más espectadores –absolutamente para todos, porque eso depende de ti-, hay un espacio singular, protegido y casi sagrado en el que, una vez instalado y abierto a su influencia, parece difuminarse hasta el espacio y el tiempo, terminando por existir sólo tú, tu equipo y ese juego competitivo que te envuelve y os arrastra a esa mágica locura en la que sólo cabe la entrega, en la que sólo se permite derramar el cuerpo y el alma como quien derrama vida que se esparce para la siembra.
Al fin y al cabo, no todo el que pisa deja huella, sino sólo aquellos que pisaron derramando el cuerpo y el alma que dispusieron en ese momento. Tal vez por eso a éstos los recordamos y a otros los olvidamos o sencillamente se pierden en la galería fría e inmisericorde del tiempo. Tal vez por eso nunca se olvida a quienes se pusieron una camiseta como quienes se enfundaban de una vez todos los sueños propios y los de aquéllos que tragaron saliva para poder después transmitir el aliento más puro del alma que de tantas y tan hermosas maneras compite.
Cierto, instalado en ese espíritu, no hay nada distinto entre lo que tu equipo siente cuando entra a un vestuario modesto y llega a morder el silencio, y quienes lo hacen deslumbrándoles el brillo de cada pulgada del confortable salón en el que se preparan. Y no hay tanta diferencia porque podéis también experimentar la presión más verdadera, aquélla que vosotros –vuestro irrefrenable e inconfundible espíritu competitivo- os imponéis cuando saltáis al escenario de juego y ya sólo pensáis en devorar cada segundo que se os regale de juego.

Entonces, vivir y compartir este espíritu deportivo y competitivo poco tiene que ver con el espacio en el que lo hagáis, sino con la actitud con que lo afrontáis y las personas con las que lo compartís. Ese espíritu no se encuentra en ningún lugar concreto, ni en ninguna categoría determinada, sino en el equipo que se muestra capaz de convocarlo, crearlo, vivirlo, respetarlo y, sobre todo, compartirlo. Tu equipo deja huella porque, en cada uno, está el cuerpo y el alma de todos; y en todos, el cuerpo y el alma de cada uno.  

Camino de Betania. (Lunes Santo)

"Entonces, los jefes de los sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque por causa suyo muchos judíos se separaban de ellos y creían en Jesús"
Juan 12, 11.

        Caminábamos sin prisa, sumergidos en triviales conversaciones siempre cerca del maestro, que sonreía ante la jovialidad de algunos de nosotros. Su sonrisa siempre decía más, y sus palabras –a veces directas, otras enigmáticas-, todo… Nos dirigíamos a Betania y el sol caía sobre nuestras espaldas; aquellas sombras se proyectaban cada vez más alargadas delante de nuestros pasos. La suave brisa que la tarde solía traer los primeros días de primavera acariciaba los matorrales y los árboles que salpicaban el camino polvoriento. La intensidad del anaranjado del cielo se desvanecía por momentos y la primera oscuridad se recortaba en el horizonte.
Quedaba poco menos de una semana para la celebración de la Pascua y estábamos invitados en casa de Lázaro. Él y sus hermanas –Marta y María- siempre se deshacían en la presencia de Jesús, aún más desde aquel suceso de la resurrección de su amigo que conmovió a todos, aquél que terminó por extender la fama del maestro y que tanto incomodaba a cuantos fariseos se acercaban.
Betania estaba cerca, apenas distaba tres kilómetros de la muralla de Jerusalén, a la derecha del camino que conducía a la ciudad de Jericó. La noche se abría paso entre aromas de flores nuevas. Los tres hermanos nos recibieron con bendiciones y grandes muestras de respeto en la puerta de su casa. En seguida pasamos a una estancia en la que todo estaba prácticamente dispuesto. El pan estaba sobre la mesa y el aroma del vino invadía aquella agradable atmósfera. El nazareno no mudaba su ligera sonrisa, ni su serena y penetrante mirada cambiaba. Los saludos y los fraternales abrazos dieron paso enseguida al acomodo de todos, que fuimos recostándonos alrededor de una generosa mesa.
Palabras intensas en el juego de luces y sombras que las velas disponían entre nosotros. Marta trataba de servir con ese natural encanto que su persona desprendía. Pero antes de que pudiéramos si quiera tomar el pan y degustar aquel oloroso vino que se entremetía muy adentro, María se acercó algo impaciente a Jesús. Al instante, abrió un frasco de perfume de nardo puro y se lo extendió por sus pies. Al terminar, secó con sus propios cabellos los pies húmedos del maestro. Aquel caro perfume inundó la sala y concitó la atención de todos cuantos allí nos encontrábamos.
El gesto demudado de Judas delataba su contrariedad, mostrando su disconformidad ante tal dispendio inútil. Aquellos ojos pequeños y desafiantes parecían devorar su alma insaciable e inquieta. A pesar de estar acostumbrados a su espíritu algo huraño, a esa rebeldía zigzagueante que a ratos le hacía sentirse fuera del grupo, Jesús le recriminó su indecorosa actitud sin perder un ápice de su serena templanza. El silencio trajo tensión, y la tensión de nuevo silencio, hasta que alguien decidió coger una copa llena de vino como si nada hubiera pasado.

Los ánimos se aplacaron y la amarga soledad de Judas se evaporó con el perfume de nardo en aquella noche plácida y violenta a la vez. Un halo de tristeza se dibujó por un instante en la mirada del maestro. Quizá pocos o nadie la vieron. Fuera, la noche traía una silenciosa calma como presagio de algo nuevo e inesperado.

Competir con el alma. La confianza como factor.

“No permitas que nadie te diga que eres incapaz de hacer algo. Si tienes un sueño debes conservarlo. Si quieres algo sal a buscarlo. La gente que no logra conseguir sus sueños suele decirle a los demás que tampoco cumplirán los suyos.”
Will Smith. En busca de la felicidad.

         Ganan los mejores, aunque –eso sí- los mejores no siempre sean los más buenos. Quienes lo han vivido y lo han compartido saben que se trata de una cuestión de confianza. Todo lo que algunos quieren llamar triunfo, éxito o victoria tiene como elemento esencial e insustituible la fe inquebrantable en las posibilidades propias y de equipo. Efectivamente, cuando lo vives y lo compartes llegas a creer de tal modo en el valor de la entrega que todo parece posible y, muy poco, inexpugnable. Para entonces, ya estás compitiendo con el alma.
La confianza es una actitud potenciadora que, transformada en hábito, genera en las personas y equipos un espíritu inconfundible, proporciona un sello singular. Y es que, cuando te exiges cierto nivel de presencia y sólo te permites dar lo mejor, se puede llegar a perder sin que resultes del todo vencido. Para entonces, ya estás compitiendo con el alma.
La confianza, como sucede con el compromiso o la misma entrega, transpira sensaciones y construye emociones. La confianza provoca una onda expansiva que termina por contagiar a quienes se encuentran en su área de influencia. Crea una atmósfera distinta pero muy reconocible, porque la confianza se huele, se toca, contagia, embarga, provoca, acciona; la confianza te conduce a un territorio donde no puedes ser otro que tú, ese tú más esencial, ése que construyes cada instante: tu mejor tú… Para entonces, ya estás compitiendo con el alma.
Con frecuencia se confunden ciertos conceptos del ámbito competitivo, de modo que, aunque muchos lo entiendan de otra manera, ser el mejor no se reduce sólo a una cuestión de calidad. Existe un espíritu ingobernable en esa lucha que toda competición brinda, un espíritu inasequible al desaliento, intratable en la batalla, incansable en el propósito marcado; sí, existe ese inconfundible espíritu que forja un equipo cuando se muestra capaz de integrar el talento de sus componentes y lo dispone para el bien colectivo. Entonces arrolla, devora incontenible los metros de cada reto, tritura los obstáculos que presenta cada necesario desafío. Y para entonces, ya estáis compitiendo con el alma.
 La confianza que pasó se fue, y la que tiene que venir no está aún para ayudarnos; se trata de encontrar la presencia total, la confianza que mueve el “aquí y ahora”, aquella que pisa y otorga el poder del presente que nos interpela y nos reta, ése en el que es posible el paso que nos acerca a la meta. Y para entonces, ya estáis compitiendo con el alma.
Compites sabiendo que el límite, con demasiada frecuencia, no deja de ser una representación mental, una creencia limitante tan inconsistente que se desvanece en el momento en el que decides traspasarlo. Y para entonces, ya estás compitiendo con el alma. Quien compite con esa pasión inspira, y quien inspira, lidera. Compites con la intención de descubrir el corazón de tu equipo, tocarlo, ganarlo, movilizarlo, disfrutarlo… Quieres ganar, quieres ser mejor, quieres y vas a conseguirlo; vamos a conseguirlo.