De la crisis, la resistencia y los valores.

    Ante la abrumadora cantidad de mensajes que nos bombardean, pero también por la realidad que atraviesa un importante número de familias, parece como si estuviéramos en la cresta de una de esas olas de la tormenta perfecta en la que nos encontramos.
Lo cierto es que nos hicimos a la mar, decidimos un buen día abandonar tierra firme entusiasmados por la inmensidad serena y conquistable de las aguas, empujados quizá por el sonido encantador de los sueños, por el embrujo que desprende la “tierra prometida” del bienestar. Y, sin embargo, todo esto, aunque en nuestros cálculos no acabara de entrar, podía pasar en algún momento. Unos por otros, por unas u otras razones, el agua que en la cubierta se achica preocupa a no pocos.
A pesar de todo, podemos pensar que de toda pérdida se puede encontrar alguna ganancia. Intentemos localizarla y gestionarla para encontrar puntos de partida sólidos. Podemos lamentarnos que en plena primavera vuelen las hojas de nuestro árbol, pero quizá es más bien el momento de valorar que las hondas y profundas raíces son las que mantienen en pie a ese árbol ante el dantesco panorama de ver un ingente número de árboles volar. Es momento de sostener, no de lucir; la belleza de las hojas no salvará al árbol, sí lo hará, en cambio, la consistencia de sus raíces, y aprenderemos –quién sabe- de su belleza escondida y valiosa, agazapada pero decisiva sin ser precisamente llamativa y provocativa.
Puede que tengamos la oportunidad de entender alguna de las lecciones que este agitado tiempo nos proporciona. Puede que, confundidos y algo desorientados, experimentemos un ejercicio de desconfiguración personal, de reajuste interior; puede que incluso no venga mal abordar ese proceso depurativo que toda crisis a su paso necesariamente deja. Y puede que entonces, y sólo así, pasemos de las ruinas que una cultura enferma del bienestar ha dejado en la persona a la cultura del “bienser”.
Y será desde dentro, más adentro aún, allí donde descubrimos y experimentamos que es el principio de vulnerabilidad el primer principio de fortaleza de la persona, desde donde hallemos claves de resistencia humana sorprendentes, espíritus fuertes que afrontan los cambios con la flexibilidad y elasticidad necesarias, pero también con la firmeza de no ceder o perder aquello que parece decisivo para nosotros. De este modo, no podemos permitir lamentarnos de la caída de las hojas, aun en plena primavera; más bien, deberíamos alegrarnos por tener un tronco consistente que se aferra a la tierra con sus hondas y resistentes raíces.
Sabemos que puede haber algo que no controlan los mercados o los gobiernos, un espacio en el que soy libre porque lo decido con mis opciones, se trata de los valores que elegimos como inspiración y guía en nuestro proyecto personal. Se podrá llevar la tormenta inoportuna mis hojas, pero haré todo lo posible para que no arranque los valores que, como raíces, me tienen en pie en medio de la tempestad. Tiempo de crisis, cierto; por tanto, tiempo de reconfiguración personal, de oportunidad de transformación, de puesta en valor de lo que permanece como estructura estable de la persona en escenarios complejos y desconcertantes. Nuestro particular paso del Mar Rojo donde atrás queda lo necesario prescindible, ese paso purificador que transita de la cultura del bienestar a la cultura del “bienser”.