De la gestión del éxito.


       La vida útil y efectiva de los proyectos, así como de las estructuras, de las organizaciones y de los equipos que los hacen posible, permanece decisivamente vinculada a la actitud y gestión de las personas que los lideran, a la capacidad y habilidad de éstas para esa tensión necesaria que los mantiene con pulso vigoroso en medio de las condiciones que el mundo caprichosamente impone.
La caída aparentemente repentina de proyectos exitosos, el agotamiento de estructuras de poder, el resquebrajamiento de equipos acostumbrados a convivir con el triunfo, o el cese de dinámicas ascendentes en la vida de las organizaciones y equipos, pueden atender a muy diversos factores. Entre éstos, y con mayor incidencia de lo que pensamos, uno que no conviene descuidar: la gestión del éxito.
       Ciertamente, puede existir vida más allá de todo ciclo alcista que, por la razón que fuere, llega a su punto máximo y tiende a caer (decrecimiento). Buena parte de esa curva puede deberse a una inadecuada gestión del éxito, ese mal de altura que tan bien conocen los alpinistas y que afecta a quienes, aletargados por el embriagador aroma de los resultados, perdieron la brújula, la orientación y hasta el mismo sentido común que los llevó a conquistar ciertas cotas de éxito.
Hemos visto caer ante nosotros grandes imperios que parecían acariciados por la bendición de lo eterno. Hemos visto hincar la rodilla a equipos invencibles que devoraban etapas como coleccionistas de retos inalcanzables para otros. Sí, murieron de éxito, de sobredosis de estímulos exteriores, paralizados y sin maniobra posible ante un crecimiento desmedido y descontrolado. Gigantes encorvados, titanes hundidos buscando la inescrutable explicación de su funesto ocaso.
     Así, factores como la excesiva consideración de los resultados, el descuido de los procesos que los propiciaron, la incapacidad para el cambio en momentos que requieren cierta flexibilidad y elasticidad que adapten a la organización a los nuevos contextos, sin perjuicio de los valores que la impulsaron, o la ausencia de logros intermedios compartidos -entre otros-, conducen a la progresiva desaparición de los motivos que movilizaron al equipo en una dirección. Como si, de pronto, no hubiera otra disposición que la que aboca al deterioro del sentido más profundo que impulsaron los primeros y decisivos pasos.
Inadvertido, existe un punto en pleno ascenso, en toda dinámica de crecimiento, aún imperceptible para algunos, donde la misma intensidad ya no mantiene igual rendimiento. Entonces comienza el tiempo del análisis, el replanteamiento y la redirección que deben emprender los líderes de organizaciones y equipos, con el objetivo de mantener y revalorizar el proyecto y la estructura que lo ejecuta. En este sentido, parece que gran parte de la prevención de las caídas viene de una adecuada gestión del éxito, en el diseño de una estrategia que anticipa dificultades.
Encontramos en el mundo del alpinismo una valiosa estrategia en su modo de ascenso sostenido, que mide los esfuerzos, contempla la consolidación de las alturas y estudia detalladamente las posibilidades y el momento de asaltar la cima, siendo integrada la opción de caer hasta el campo base más próximo para, en el instante en el que vuelvan a darse las condiciones mínimas, intentar de nuevo la conquista. El campo base como ese lugar en el que parar estratégicamente para tomar oxígeno, aclimatarse, consolidar los valores de la ascensión, reunir fuerzas y afrontar con garantías la siguiente etapa. El campo base, también, ante la posibilidad de caída, de un golpe en las condiciones que tenías previstas, el campo base como punto desde el que hacerse fuerte y esperar un nuevo y definitivo intento.

De un sistema de fortaleza. (Fortaleza Sistémica)


La grandeza del ser humano pasa por construirse en y desde su realidad vulnerable y frágil. Cuando, por alguna razón, olvidamos esa incontestable verdad, jugamos a ser los dioses que no somos. Huir de una constante o negarnos a integrarla con el propósito de extraer de ella lo mejor obstaculiza buena parte del desarrollo y evolución posible en la persona.
En una sociedad competitiva, en una cultura en la que se valora el rendimiento extremo y el resultado inmediato, el concepto de fortaleza ha ido ocupando notable protagonismo. Pero en plena ceremonia de su entronización, hemos reducido su naturaleza y concepto; en no pocas ocasiones hemos desvirtuado el sentido más profundo de la fortaleza, el fundamento de su misión e, incluso, hemos sobrevalorado su función como valor mediador, otorgándole un papel de valor finalista que rara vez le corresponde.
Con cierta frecuencia llegamos a confundir la fortaleza de la persona con el desarrollo específico de uno de los numerosos componentes que la constituyen. Confundimos canales de fuerza con principios de fuerza; de pronto resaltamos alguno pudiendo permanecer indiferentes ante la existencia o importancia de otro. El resultado en ocasiones es la propia frustración ante la inconsistencia de una fortaleza trabajada, sin embargo, hasta el propio límite personal.
Todo pasa por la construcción de un sistema de fortaleza (Fortaleza Sistémica), en el que distinguimos y damos entrada tanto a los canales como a los diferentes principios de fortaleza.
Los canales son la fuente de alimentación de la fortaleza, como sucede con la sangre, existe una retroalimentación, un efecto de impulsión que bombea y un efecto retorno que depura y purifica para mantener el sistema en las mejores condiciones posibles. Contamos con cuatro canales de fortaleza: 

1. Mental. La fortaleza mental desarrolla aspectos como el poder de la razón, la profundidad de los motivos, el sentido de toda y cada acción, la consistencia de los argumentos que movilizan a la persona.  
2. Emocional. La fortaleza emocional canaliza factores como la sensibilidad, la conexión empática con los motivos; vincula y compromete desde lo más íntimo y personal.  
3. Física. La fortaleza física compromete a lo corporal para la causa. Los hábitos saludables, así como la preparación y el entrenamiento físico, contribuyen decisivamente en la configuración del sistema de fortaleza.
4. Relacional. Pone en valor la capacidad y fortaleza del grupo. Desarrolla la habilidad del individuo a la hora de comprometerse y comprometer al colectivo.

En cambio, los principios corresponden a la aplicación, al tipo de fortaleza, al modo en el que ésta se expresa como energía. Algo así como el principio activo que decidimos opere en el canal. De modo que cada canal puede albergar losdiferentes principios de fortaleza.

1. Reactiva. La fuerza reactiva mide el poder de reacción de la persona o el equipo, la capacidad de respuesta en la situación de cambio. Es una fuerza flexible y adaptativa, que orienta la aplicación de los otros dos principios. 
2. Explosiva. La fuerza explosiva aplica intensidad. Tras la reacción, imprime el impulso, propulsa con vigor y decisión. Posee un alto alcance en un corto espacio de tiempo. 
3. Resistencia. Esta fuerza desarrolla el esfuerzo sostenido y constante. Programa la intensidad posible en el largo plazo, en el más largo plazo que alcanzar pueda persona y/o equipo.

En la interconexión e interdependencia de canales y principios de fortaleza se construye el sistema. En la habilidad para integrar y gestionar tanto canales como principios de fortaleza residirá gran parte de las posibilidades de personas y equipos. Sí, la fortaleza, como tantas otras cosas, se construye.