A propósito de Jerry Sloan.

“Creo que los Utah Jazz son Jerry Sloan. Toda la franquicia está impregnada de las cosas que enseñó y formó en los años 90”.
Mark Eaton. 

Todo ha sido más previsto, quizá mucho más ordenado y natural que la desaparición accidental y estridente de Kobe Bryant, pero el caso es que, café en mano, el repaso de la prensa del día me proyectaba una estampa póstuma a modo de panegírico digital de nuestro tiempo. El entrenador Sloan, siempre serio, discreto, de corbata impecablemente anudada, mirada algo triste, nostálgica, pero desafiante y competitivo desde cada poro por el que transpiraba baloncesto, se ha encargado de clausurar otro espacio –acumulo demasiados en los últimos meses- de los pocos que bien pudieran quedar de aquella primera juventud de finales de los 90, donde uno buscaba inspiración en el vigor de los iconos del deporte del momento; da igual la modalidad para quien el deporte es una gigantesca habitación con un número incalculable de puertas.
Jerry Sloan, además de jugador de la NBA en los 70, será recordado por dirigir a los Utah Jazz de Salt Lake City nada más y nada menos que durante veintitrés campañas ininterrumpidas, quizá las más mediáticas aquellas al mando de Malone y Stockton. Desde ellos, lideró un equipo a finales de los 90 con méritos suficientes para haber conquistado algún anillo, una sólida estructura, una organización -como gusta llamar allí- que demuestra que hay proyectos deportivos que pueden basar su grandeza en esa cultura que son capaces de forjar y fomentar pacientemente para los suyos. En ese valor considero humildemente, dejando otros aspectos para los expertos en baloncesto, estuvo el hecho de que rozaran con los dedos el anillo de campeones de la NBA, y se convirtieran en una franquicia respetada y respetable por todos. De nuevo se repite la espiral que envuelve a los grandes equipos y los líderes que los impulsaban. Veamos:

Unos VALORES. No hacía falta ver demasiado en acción al head coach Sloan para intuir cómo entrenaba aquel grupo, desde qué principios se movía cada día o a partir de qué código ético trabajan por sí mismos y para cada compañero. Bastaba con verlos en la pista para hacerse una mínima idea. 

Una IDENTIDAD. Tienes tan interiorizada, tan automatizada tu conducta individual y colectiva; se encuentran tan presentes en cada gesto del día a día los valores acordados, que configuran el ADN inexcusable del equipo. Se trata de lo que podríamos definir como el comportamiento o la actitud esperable, fuera de la cual nadie lo reconocería como un jazz en este caso. 

Un EQUIPO. No valen todos, ni de la misma forma; precisamente por aquello de los valores y la identidad. Acordados los valores y la identidad comunes, es preciso establecer y aclarar los roles, que poco o nada tiene que ver con la importancia o la relevancia de unos u otros dentro del grupo, sino con lo específico de cada uno y aquello para lo que encaja.

Una CULTURA. Hacer de la identidad un constructo, una experiencia repetida, asumida, reconocida y reconocible. La cultura como todo eso de una estructura que construye y defiende el de dentro; y es reconocido por el de fuera. Todo aquello por lo que alguien estaría dispuesto a venir, o también por lo que otro precisamente renunciaría. Una cultura de equipo no excluye a nadie, pero sí puede hacer que alguien se encuentre excluido; hace que nadie venga engañado ni nadie termine por irse traicionado.

Un RENDIMIENTO. Tarde o temprano se obtienen resultados, porque ese trabajo que brota de este circuito, año tras año, clarifica el mapa, los caminos, hasta las personas más idóneas. El rendimiento es la constante por la que nos desvelamos para el resultado, para el tanteo de cada partido, para esa pequeña gloria que regala de vez en cuando la mayor gloria, la de forjar a hierro un sello.  

Jerry Sloan lo hizo visible para quienes estábamos fuera de sus Utah Jazz, incluso para quienes solo acertábamos a ver en él un tipo serio y prescindible tras  las asistencias de John Stockton o los recados de Karl Malone. Casi todo requiere tiempo y experiencia para descubrir parte de su mejor valor. El caso es que todo el que lo decidía, sabía a qué iba a Salt Lake City y sus crudos inviernos de las Rocosas; podía expresar perfectamente qué iba a encontrar o qué se le iba a pedir al pisar la pista de entrenamiento; intuía el rol para el que se le fichaba o aquello que la afición tenía el derecho de exigirle como un jazz más de todos. Algo –o mucho- tendría él que ver, supongo.

La madurez de una estructura deportiva, su solidez como proyecto, su salud como organización, se encuentra también en ese tipo de pequeños detalles. Sería algo triste, una débil señal o un síntoma a vigilar el hecho de que, alguna vez, hubiera que convencer a un deportista que apostara por nuestro proyecto solo con el argumento de la grandeza de su ciudad, la majestuosidad de su estadio, su clima o la generosa comida que quizá no deba comer… Se nos ha ido el bueno de Sloan, pero imagino que deja algo escrito en la vieja pizarra del vestuario de Utah, algo que puede quedar más allá de la esquina que acaba de doblar. Hasta siempre, entrenador.

Todo lo arrasa, aunque hubiera remedio.

“Un estado es gobernado mejor por un hombre bueno que por una buena ley”.
Aristóteles.


Síndrome de estrés político: cuando la clase política agota   Todo lo arrasa la política, o aquello en lo que la hemos convertido, o aquello en lo que se ha visto reducida; confinado ya como está en el desván de la historia aquel arte que abrazaba a la ética en su proyección social, aquella vocación sincera de utilidad y servicio en la organización y funcionamiento de las ciudades. Puro y romántico idealismo. 
   Todo lo arrasa esta política y sus políticos allá por donde pasan, en las feroces garras de los pensamientos únicos a diestra y siniestra exigidos, en su aniquilación permanente de los matices o los posicionamientos críticos, de la pertenencia incondicional o –si no- la defunción y el más absoluto desprecio a través de sus vociferantes adláteres a sueldo. Puro y vacío pragmatismo.
   Todo lo arrasa la política en las voraces fauces de sus sofisticados medios, sin decencia ni escrúpulo alguno en ese masivo alcance que encontró en los brazos de la tecnología. Todo lo arrasa esta política, incluso todo aquello que nos merece la pena por encima de ella, y que terminamos sacrificando por la puerta entreabierta de nuestros más bajos instintos en una comida, en una cena o el mensaje de una red social. 
Curioso poder en sus manos el de esta política de laboratorio que juega a parecer cercana y hasta buena en cada mueca de su invariable teatro viralizado. Pero se trata de descomponer siempre al individuo. Procura volatilizarlo desde su fuerza más abrasiva, desde su impecable maquinaria que trata de confinarnos en el igualitarismo más gratuito y miserable, ese que nos convierte en seres inútiles y mediocres, acaso más incapaces que ellos, que solo valemos lo que votamos; teniendo la desvergüenza, si no fuera suficiente con esto, de venderlo bien empaquetado, por supuesto, como la lucha por la igualdad ante los derechos y la igualdad de oportunidades.
La manipulación emocional invisible - La Mente es Maravillosa
Esta crisis confirma algunas vergüenzas de la política que hemos tolerado y consentido hasta ahora por mera desidia o comodidad humana, por creer, en definitiva, que la torpeza, la chulería, la charlatanería barata, e incluso –¡qué tristeza!- la incompetencia o la incapacidad de unos y de otros jamás quebraría esa línea imaginaria que protegía a nuestras familias, nuestros amigos, nuestros vecinos, nuestra identidad como pueblo y nuestra cultura, que posiblemente no sea ni mejor ni peor que cualquier otra del orbe, con sus contradicciones y sus miserias, pero también con sus luces y sus grandezas; la nuestra, en cualquier caso, con nuestra particular manera de verla y entenderla, la tuya y la mía, la de cualquier otro, esa que acoge y en la que cabe toda idea o condición respetable, aquella donde nos desarrollamos y vivimos con las garantías de una civilización que no sabemos ya si agoniza en los estertores de una era, y no solo por su culpa, claro, pero en esto nos quieren… y así nos luce el camino y sus paradas.

Primera. Nos convierten en seres irracionales, impulsivos, desprovistos de juicio sereno y crítica lúcida. 
Segunda. Por tanto, esa ignorancia trae incapacidad, y la incapacidad desconfianza en uno mismo y, en consecuencia, confianza absoluta en quien llegue a convencerme primero y –esto es lo definitivo- consiga amortiguar mis miedos.
Tercera. Obvio, ya pensamos por ti, no te preocupes y haznos caso. Y de ahí, de legislatura en legislatura, al seguimos trabajando por ti, estamos en ello.
Cuarta. Cuidado con el adversario; es el enemigo íntimo que rompe nuestro acuerdo. Y si hay algo fácil de convencer ahora es –desgraciadamente- de la miseria y el despropósito de los otros.
Quinta. En esto si hay buen cálculo y conocimiento. Reconocimiento, adherencia a la marca y –¡pum!, es el momento- directos al ego: tú lo haces posible, eres nuestra fuerza, nuestro orgullo y nuestro aliento. 
 Todo lo arrasa esta política y sus incansables aspersores de confusión y odio. Supongo que va siendo hora de aceptar esa parte justa de responsabilidad para que nos gobiernen, por lo general y bien que lo lamento, no los mejores –insisto, a diestra y siniestra-, sino una generación indecente e irresponsable que solo entiende la política como un oficio al que aferrarse, y no un servicio prestado por el pueblo y por un tiempo. Y puedo llegar hasta a entenderlo, porque no pocos, o huyen de su trabajo o bien ni siquiera tendrían ese puesto al que regresar si no fuera por el cobro de ciertos favores prestados desde los sillones de las influencias y las concesiones.
Camino al atardecer - Paisajes - Comunidad NikonistasPero esta es otra pandemia de hace tiempo, y lo cobra también a su modo; no sé si podrá hacerse algo llegado el momento, pero no conviene distraer demasiado lo decisivo ahora para todos. Mientras tanto, confieso que me duele y mucho ver a familias, a amigos o vecinos que discuten, se enfrentan y hasta se alejan por esta mierda que todavía llaman política. Quizá debamos ser algo necios. A ver si no perdemos también a algunos de nuestros mejores vivos en el camino, además de la sangrante pérdida de tanto y tanto inocente ya en los márgenes de nuestra pequeña historia.

Jugadores líquidos.

    Tratan de amortiguar el efecto, pero suena el silencio estruendoso que genera su ausencia en el evento, y apenas se atisba intención de poner en pie argumento alguno que revele lo evidente. No está. Y punto... o puntos suspensivos. Un jugador declina a última hora la invitación a una gala aniversario que lo premiaba y reconocía una vez más porque “no se encuentra en su mejor momento anímico” o, sencillamente, “está algo triste”. Otro, en un vídeo, trata de recomponer su mueca de tristeza pueril para defender una decisión opuesta a la viralizada no hace todavía un año. Y lo creo, pero que no rompa en llanto de aquí a unas horas y nos ahorre el espectáculo innecesario y fortuito, por favor. Dejen eso, aunque solo sea por respeto, a quienes se lo han ganado a golpe de caídas, abandonos, alegrías breves o sentimientos eternos; a ese otro oculto, al aficionado incondicional que traspasa todo tipo de escenarios que deparan los diferentes capítulos del único libro de su vida.

    El caso es que, con cierta frecuencia, necesitamos explicarnos determinados comportamientos ante situaciones que de un modo u otro nos afectan, y lo hacemos construyendo categorías desde las que por lo menos partir, desde las que agarrarnos para por fin encontrar eso, explicación, nos guste más o nos guste menos. El fútbol profesional es hoy una industria sostenida por lo evanescente de las emociones, la eficiencia de las decisiones de sus ejecutivos y la extrema caducidad de los resultados. Inestabilidad pura, vamos. Nada nuevo!pero acaso no asumido por muchos de sus actores necesarios. Unos y otros se reparten cifras, profesión y sentimiento, pero jamás a partes iguales, por mucho que una ilusión romántica condicione la mirada de los últimos. En este sentido, hay quienes crean y moldean el producto, quienes lo ejecutan y quienes, en última instancia, lo consumen con dispar voracidad y gusto.

    La gloria es hermosa, pero etiqueta al héroe y suele distanciarlo con inconsciente facilidad del polvo de los días normales, de las vidas a la sombra. La gloria, en su efímera realidad, llega a esclavizar al héroe, incluso lo condena al éxito urgente, permanente, para así sustentar la gloria de otros. Pronto o tarde, toda épica, y de un modo no siempre previsible, termina matando. El héroe a veces quisiera huir, perderse en la multitud para pasar desapercibido, pero no hay tierra ya que no le devuelva en lo que se ha convertido, sobre todo, para otros. Siempre ha sido así. Palacio, corte y caprichos que abonen la libertad posible de la soledad triunfante.

    Nadie escapa a su tiempo. Jugadores líquidos, que diría Bauman, jugadores para tiempos movedizos, jugadores ansiosos de novedades, dependientes de la incandescencia del estímulo constante -retos, ¿desafíos?-, jugadores que, ante esta realidad y en un arrebato de sensatez, solo deberían prometer profesionalidad, eso de relación seria mientras dure. En fin, convivir en lo mudable, lo provisional, pero siempre en envoltorio robusto. Personalidades adaptativas para entornos cambiantes donde, salvo excepciones puntuales y reconocibles, la solidez de principios no termina de cotizar, o el valor es lo imperdurable. Personalidades atiborradas que deambulan entre la inconsistencia propia y la del club que lo emplea. Personalidades tan fuertes y vulnerables como tantas otras, pero desgarradas en ocasiones por su intolerancia a la frustración, por su alergia a la presión, o sobrepasadas alguna que otra vez por la responsabilidad que pueden hacerle caer sobre sus hombros de cristal. Personalidades que terminan eligiendo seguir antes que parar, huir antes que afrontar, avanzar antes que pensar.

   En cualquier caso, el futbolista líquido no es un ser extraño ni, por supuesto, condenable. Se trata de una expresión aumentada de su tiempo voluble, reflejo de las respuestas que su generación está construyendo para sobrevivir en su entorno inestable. Lo llevan, lo traen, se lo vuelven a llevar, se va... y en muchos casos se deja mientras le esculpen un impecable comunicado o le montan un vídeo emotivo, amable. Agotador por fuera y por dentro, creo que para casi todas las partes.

    Jugadores líquidos, o mejor, actitudes líquidas, como también las hay sólidas o gaseosas -pero ya habrá ocasión para escribir de estas-, porque no podemos olvidar que categorizar es tan atrevido como errático, y lo que nos proponemos no es sino pensar y reflexionar acaso antes de volver a los brazos de esta pasión, a esa locura del amor eterno a unos colores, a una forma de ser, incluso a una forma de vivir que trasciende al lenguaje siempre urgente de la competición. Después de todo, sería complejo, y hasta osado, agarrar lo inasible. Y es que lo eterno..., lo que decimos y sentimos como eterno es demasiado íntimo; mejor que cada uno lo escoja y lo cuide.

El lenguaje desfigurado del éxito. La gloria es conectar, trascender.


“No hay más que una gloria cierta, y es la del alma que está contenta de sí”.
José Martí.
¿Alguien imagina Rafa Nadal siendo abucheado por sus seguidores tras haber perdido un partido?, ¿alguien lo imagina siendo increpado tras caer derrotado en la final de uno de los Grand Slam? Para muchos, Nadal es el deportista de los 73 títulos ATP (15 Grand Slam), de las Copas Davis, de las medallas olímpicas…; pero sospecho que para todos es el deportista de la entrega, de la raza, del carisma.
Mientras ganar hace poderosos a los deportistas, la forma de ganar los hace grandes, admirables, incluso legendarios. No es cierto que la historia –también el deporte- no guarde un sitio a los “perdedores”; porque ejemplos de deportistas que no han sido encumbrados por sus resultados sino por su espíritu competitivo, su liderazgo o carisma, hay muchos. De ahí que sea una verdad a medias elevada a categoría eso de “del segundo no se acuerda nadie”, “segundones”, “el segundo es el primero de los perdedores”…
No nos vamos a engañar: lo decisivo para estar arriba es ganar; ganar mucho. Pero hay algo imprescindible para conectar, y es por esta razón por la que hay muchos ganadores que perdieron la mejor de las victorias: la gloria, eso que te conceden los demás, no solo los títulos. La gloria es aquella energía que hace que un ganador sea campeón; que un ganador sea capaz de trascender más allá del aura de una efímera corona de laurel, el brillo de un trofeo o una medalla o incluso de una saneada cuenta corriente.
Creo que hay algunas constantes que se repiten en aquellos deportistas y equipos que, más allá de ganar o perder, se muestran capaces de conectar y trascender:

Sin sus ligas o su copa de Europa el Barsa de Cruyff no habría entrado en la historia del fútbol, pero, ¿por qué es recordado este equipo? Sin sus anillos, los Bulls de Jordan no estarían en el cuadro de honor de la NBA, pero, ¿por qué siguen siendo recordados? Seguro que tú podrías proponer otros casos que respondieran a este paradigma de éxito.

Ganar tiene múltiples expresiones. Ganar, al fin y al cabo, está al alcance de unos pocos; conectar y trascender solo está al alcance de unos elegidos. La cuestión está en si lo haces para ti, lo haces además para quienes te rodean, o si lo haces para que deje huella, y esta, por alguna razón que no siempre acertamos a descifrar, quede indeleble en el tiempo, en la memoria de quienes no puede dejar de contarlo porque lo vivieron o se lo contaron como solo se cuentan las hazañas, con las pupilas dilatadas y el verbo abundante, generoso. Gana la gloria quien construye y deja un legado.

"Yo, que también fallo...". La CONFIANZA y equipos de alto rendimiento.

“Los factores claves del éxito en las organizaciones son las personas que las componen y las relaciones que mantienen”.
Jesús María Iturrioz.
           
No hace mucho me comentaba un entrenador en una animada conversación lo difícil que resultaba “conducir un grupo a lo largo de toda una temporada”; “la cantidad de factores y variables que se deben tener en cuenta para intentar que todo vaya bien, o al menos de forma equilibrada”. Cierto, la base de los resultados en equipos de alto rendimiento se sustenta en constantes no siempre tangibles o valoradas en su justa proporción; ya no digo planificadas.
En este sentido, me parece muy recomendable la reflexión que Patrick Lencioni proporciona en Las cinco disfunciones de un equipo (Empresa Activa, 2003). Lencioni aporta un valioso modelo para formar un equipo cohesionado y eficaz, transferible a cualquier equipo de alto rendimiento sea cual fuere su naturaleza y misión. Entre estas cinco disfunciones que plantea su teoría aparece en primer lugar la AUSENCIA DE CONFIANZA entre los miembros de un equipo.

Pero… ¿por qué se habla tanto de la CONFIANZA a la hora hablar del rendimiento de equipos? ¿Acaso factores como la CONFIANZA entre compañeros dispara balances, construye informes, mete goles, para penalties o encesta canastas…? Vayamos por partes.
  1. La CONFIANZA es un factor relacional absolutamente crucial en la construcción de un equipo. No se empieza a trabajar cuando aparecen los problemas; más bien los problemas se acentúan cuando no se ha trabajado.
  2. La CONFIANZA en el otro/otros es decisiva para obtener resultados; es el fundamento del trabajo en equipos de alto rendimiento. Resulta más fácil entregar nuestro mejor esfuerzo junto a alguien al que respeto y aprecio que junto a un “desconocido” con el que comparto espacio.
  3. La ausencia o la quiebra de CONFIANZA es la primera y principal disfunción que experimenta un grupo con máxima exigencia competitiva. Sin CONFIANZA en tu equipo no hay cohesión auténtica, y sin esta, todo contratiempo se convierte en un problema.
  4. La CONFIANZA requiere comprenderse, abrirse y aceptarse unos a otros. Esto supone no temer mostrar todo lo que somos, incluso, y sobre todo, nuestra parte más vulnerable, verdadero soporte del posible crecimiento personal y de equipo.


Sí. Después de todo, la CONFIANZA que tenemos o dejamos de tener en los miembros de nuestro equipo juega; quizá no se cambie en un vestuario, no lleve un número o no salta al terreno de juego. Pero sí puede cambiarse contigo, lleva tu número o salta contigo y con cada uno de tus compañeros en el campo. Se llama CREER.

Perdón, fútbol, perdón.

“Todas las personas sueñan con la libertad, 
pero están enamoradas de sus cadenas”.
Khalil Gibran
Qué importa dónde, cuándo o cómo. Otra pelea de animales que renuncian a su condición humana; otro episodio vergonzante para que su castigo manche –una vez más- a quienes aman el deporte y sufren que siga siendo utilizado por aquellos cobardes que pasean su violencia por espacios destinados a la superación, el esfuerzo, el sentido de equipo o el placer del juego y la competición; otro capítulo de machitos encabritados que no hallan mejor escenario ni altavoz más grande para rendir cuentas con su frustración reprimida.

 ¿Cuál será la próxima línea que veremos cruzar en el deporte base para rasgarnos las vestiduras por enésima vez sin que concretemos poco o nada efectivo? Quizá no amemos tanto como confesamos a nuestro fútbol; quizá no sea suficiente cuanto hacemos para limpiarlo de tanta porquería como ya soporta. Algo habríamos hecho ya mucho más efectivo y contundente si –como repetimos- el fútbol nos apasiona tanto.

No es el fútbol. El fútbol es otra cosa muy distinta, pero parece que este partido no importa y, sin embargo, nos jugamos la clasificación al mejor de los mundiales: el de la vida que le queda a cada niño o joven cuando se da cuenta de que el sueño de su padre no cabe en sus planes o en sus condiciones. Y esa es parte de la verdad que nos negamos a asumir, la misma que escondemos cuando algunos atribuyen la responsabilidad al deporte rey.

1.       ¡Que no es el fútbol! Que se trata de una sociedad enferma que arrincona en la esquina del olvido los valores universales, y lo expresa en los ámbitos más abiertos y tolerantes. Y el fútbol lo es.
2.       ¡Que no es el fútbol! Que la frustración viene de casa, o del trabajo, o de la calle, pero termina estallando allí donde, por principio, se acoge a todo el mundo. Y el fútbol lo hace.
3.       ¡Que no es el fútbol! Que puede que no queramos verlo ni afrontar nuestras vergüenzas, pero se trata de un problema social y cultural que encuentra cauce y expresión en determinados fenómenos mediáticos. Y el fútbol lo es.

Claro que tiene solución, como casi todo, pero transformar una cultura requiere tanto como…

Ø  DECISIÓN. Voluntad por parte de todos los agentes sociales implicados.

Ø  ESTRATEGIA. Concreción de proyectos que impulsen procesos operativos consistentes, evaluables, revisables por parte de todas las partes. Instituciones, clubes, escuelas, familias…

Ø  COMPROMISO. Valentía para dar el paso que acerca y aproxima a todos, ¡a todos! Y tener muy claro quien decide estar fuera con su doblez o actitud.

Ø  PACIENCIA. Perseverancia en el esfuerzo sostenido; transformar una cultura lega tiempo, energía, recursos… y tropiezos.

Ø  CONFIANZA. Hay que insistir y tener fe; o eso nos enseña el deporte. Centrarnos en el proceso para que lleguen los primeros resultados.


Que no es el fútbol, que no; que es lo que hemos permitido y estamos permitiendo cada una de las personas que decimos amar al fútbol y cuanto significa. Que no es el fútbol; que somos todos nosotros cada vez que nos callamos, consentimos, transigimos o preferimos mirar hacia otro lado mientras se desangra el corazón de nuestro maravilloso deporte
Perdón, fútbol, perdón; dando siempre tanto a tantos para recibir tan poco de algunos.

El líder silencioso. Cuando el carisma estalla dentro y salpica fuera.

"Todo lo que no se da, se pierde”.
Proverbio indio.
     Su expresión mantiene la misma tensión en los momentos decisivos, pero ha ganado en suavidad su gesto con el paso de los años, de las ligas, de los mundiales, de los JJ.OO., de cada partido, de cada jugada, de cada instante... Quizá aquella vehemencia desordenada y casi arrogante ahora se manifiesta más humana y comprensiva, pero sin haber perdido por ello un ápice de esa competitividad con que su alma va fraccionando en entregas su controvertido espíritu indomable.
Andrés Nocioni regala energía porque le estalla dentro y le dejsborda, porque muy posiblemente juega como es; sin medir la entrega ni reparar en el daño que esto pudiera traer. Admiro la forma de gestionar su carrera; de entender, vivir y transmitirnos cosas como que el carisma no se guarda o el liderazgo no se impone. Su particular modo de dignificar cualquier rol dentro del grupo solo se encuentra al alcance de un alma apasionada por el deporte y todo lo que su práctica –profesional o no- requiere; y supone levantar un sencillo pero impagable monumento a estos dos factores reconocibles en su persona: carisma y liderazgo.
En el banquillo, apenas sin ser advertido al principio, emerge en cada partido un líder acaso silencioso, pero de una presencia arrolladora que solo puede forjarse a golpe de entrenamientos exigentes y conversaciones claras, generosas, profundas. Algo que nos recuerdja que ser líder a veces consiste en algo tan sencillo como mostrar:

1. NATURALIDAD. El líder no necesita marcar o imponer su territorio. Su área de influencia viene marcada por su carisma, su energía vital.

2. CERCANÍA. El líder no se muestra únicamente próximo, sino que es cercano. Está cuando hay que estar y de la manera en la que hay que estar para los compañeros, el equipo.

3. INFLUENCIA. El líder es una referencia para los demás. Lo buscan y lo encuentran, porque su reacción, su palabra o su gesto llena el espacio necesario.

4. VALENTÍA. El líder no se esconde, ni basa su acción en el temor al posible error. Da un paso al frente en momentos muy concretos y asume la responsabilidad.

5. RESISTENCIA. El líder es consciente de que determinadas situaciones –partidos, competiciones, decisiones…- no requieren prisa, sino constancia, presencia, paciencia y determinación.

6. CONFIANZA. El líder no sabe el resultado final, pero siente cuáles son los factores, los valores que hacen más posible la victoria. Los pone y mantiene la fe hasta el final.

7. SE LEVANTA. El líder vive el contratiempo, el tropiezo, la derrota, como parte necesaria e ineludible de la competición. Sabe cruzar su “pequeño” desierto y mirar con optimismo el paso que viene.

8. PASIÓN. El líder no es un superhéroe, es un ser humano que, en la mayoría de los casos, decide vivir desde su pasión por algo de sus adentros.

     El líder silencioso nos muestra cosas como que el carisma es una fuerza intangible que estalla dentro y salpica fuera. Con Andrés Nocioni siento hay determinados deportistas que podrían haber jugado a lo que hubieran querido y hubiéramos deseado tenerlos en nuestro equipo, de nuestro lado, en la parte de la cancha que defendemos -por un tiempo y desde el juego- la vida, unos colores, un escudo, el equipo, o incluso una pasión irracional que nos agota y nos levanta a un tiempo; que nos hace estar y sentirnos vivos.