Zidane en la silla eléctrica.

“Puedes tener todas las virtudes del mundo en la piel, que si no tienes ni suerte ni gente que te ayude en el camino, no te sirven de nada esos dones”
Zinedine Zidane.
        De la volea que el 15 de mayo de 2002 otorgara la novena copa de Europa al Real Madrid en Glasgow –como punto culminante- hasta hoy, Zidane ha sido y es uno de los ídolos intocables de todo el madridismo, desde el más acérrimo hasta ese otro más desapasionado que puede ir creciendo en número en los últimos años. Y es que la polarización del seguidor merengue es ya una realidad incuestionable y consumada en virtud o demérito de una institución con el corazón de hielo.
        Pero vayamos a Zidane, el nuevo entrenador de un Real Madrid que sentenció a un Rafa Benítez en el mismo momento en el que directiva, jugadores y prensa olieron su falta de empatía –habrá que llamarlo de algún modo- en el campo de entrenamiento. Hay quienes aseguran que no tuvieron que pasar demasiadas semanas desde su adornada incorporación. Algo que podrá tener en cuenta.
Zidane, con todo, no hace que dejemos de ver una realidad profunda que esclerotiza esos valores que el madridismo de siempre ha señalado como identitarios, irrenunciables.
Zidane para comprobar, llegado el momento, que hoy el verdadero centro de gravedad de los proyectos deportivos se encuentra en los deportistas que se eligen. Y el Madrid es Cristiano Ronaldo o Sergio Ramos como el Barsa es Messi, Iniesta o Piqué. (Ese el precio que quiso y supo pagar Luis Enrique tras lo de Anoeta del año pasado).
En definitiva, Zidane porque ha sido uno de los mejores futbolistas de la historia y –¿quién lo niega?- puede convertirse en un excelente entrenador. Ahora bien, considero que habrá algunas cuestiones claves en su incursión en la silla eléctrica de Chamartín. Como el fútbol lo tiene, intuyo que pueden ser:

1.  IDEAS CLARAS en CONCEPTO y MÉTODO, así como las decisiones que ello provoca. Hay muy pocas personas que amen tanto a otros como a sí mismos. Sucede en la directiva y sucede en todo vestuario. No sorprende, pero no debe olvidarse. Para terminar muriendo con las ideas de otros, mejor hacerlo con las propias. Esto no supone no poder cambiar, sino no aceptar sentirse manejado.

2.  EQUIPO de TRABAJO. Un liderazgo carismático y competente, adaptativo, que inspire y cohesione, que transforme y obtenga resultados se consigue mejor con un equipo, con un grupo de personas expertas en cada una de las facetas de trabajo y unidas en objetivo compartido.

3.  TALENTO EMOCIONAL. Gestionar egos requiere tanta habilidad y equilibrio que se hace necesaria una buena dosis de talento emocional. Ese que empatiza, respeta y acompaña al deportista en cada momento; que concede espacio, precisamente para que pueda sentirse convocado para un objetivo del que es parte fundamental. Saber moverse en esa montaña rusa de resultados sin negociar por ello –especialmente cuando son buenos- los umbrales de rendimiento.

4.  CAPACIDAD DE RESISTENCIA. Habrá viento en contra, porque nadie ostenta la habilidad de contentar a todos de una vez. Decidir conlleva provocar insatisfacciones, es la parte menos amable del liderazgo, pero necesaria, para la que necesitas ser muy honesto con tu grupo. Sí el viento en contra “prueba la consistencia de nuestros motivos más profundos”. En parte, los deportistas somos aquellos que se mantienen cuando el aire los golpea en la cara.

5.  HABILIDAD COMUNICATIVA. No basta con tener las ideas claras, es necesario saber transmitirlas, y saber cómo hacerlo en función de a quién hacerlo. Para cualquier labor con personas la competencia comunicativa resulta decisiva.


Zidane no dejará de ser uno de los mejores futbolistas de la historia con independencia de sus resultados en el banquillo, pero también sabe que el deportista es tan bueno o tan malo como su último resultado; que los jugadores ganan y los entrenadores pierden. El caso es que desde este momento afronta una nueva aventura y muchos permaneceremos atentos. Zidane, ese mago que un día sacó una volea de su cuerpo como un mago saca una paloma de su pañuelo.

Los niños "premaduros". De los padres de la prisa a los niños de la urgencia.

“Una de las grandes desventajas de la prisa es que lleva demasiado tiempo”
G. K. Chesterton.
       Las señales horarias de la radio indicaban las ocho. Los primeros claros del día se dejaban ver al salir de la cochera en dirección al colegio. No era ni tarde ni temprano; más bien la hora prevista, pero ni siquiera eso me hacía bajar en modo alguno la guardia…
   -Papá, ¿vamos hoy tarde? –pregunta el pequeño bien pertrechado en su silla.
    Inclino levemente el cuello para mirarlo por el retrovisor. Vuelvo la vista a la calle y digiero sus palabras después de haber masticado su inocente dureza. Y espera una respuesta como quien espera el autobús en una parada de la periferia.
   -No, hijo. Hoy vamos bien –resuelvo sin mostrar demasiada convicción.
   -¡Lo hemos hecho bien, hemos sido muy rápidos!, ¿verdad?
   -Claro, claro… Lo habéis hecho genial.
   Sin embargo, una mueca de insatisfacción interior me rasga por dentro y cierto regusto amargo recorre mi cuerpo hasta que un semáforo en rojo me devuelve a la prisa que necesito para no sentirme del todo mal.

     De los padres de la prisa solo pueden salir los hijos de la urgencia y la culpa. Porque creo que esa, sobre todo, es la parte fundamental y dominante de la herencia emocional que podemos legar a aquellos que decimos amar sobre todas las cosas. Se abre paso entre su modernísima inocencia un perfil de niños premaduros, pacientes del virus de la prisa en el que sobreviven sus padres en su vertiginoso día a día; niños programables y programados para incluso sentirse libres en la inocua y fría dictadura de la actividad.
    Sin intención de juzgar, y solo pretendiendo dejar constancia de ellos, podríamos cifrar al menos cuatro rasgos inconfundibles que identifican a esos niños premaduros que aprenden y tratan, de agradar, por encima de todo y antes que a sí mismos, a los padres de la prisa:

1.  URGENCIA. La vida es una continua urgencia que atender, de manera que cualquier espacio de tranquilidad se convierte en un inquietante momento que desconcierta por su insoportable pausa. 

2. IMPACIENCIA. La vida es el instante inaplazable que devoramos o nos devora. Se vive bajo el dominio del “lo quiero aquí y ahora”, y se confunde la intensidad y la presencia con la precipitación y la prisa.

3.  PRAGMATISMO. La vida es un incesante banco de pruebas que superar, un listado de tareas que hacer bien… bueno, mejor brillantemente. El sentido de utilidad domina la relación con el mundo y las personas. Se tacha lo que no vale, lo que deja de ser útil o puede entretenernos.

4.  INFLEXIBILIDAD. La vida es un plan trazado que cumplir, un camino marcado que recorrer, una línea de la que no hay tiempo de salirse. Cualquier distracción inoportuna genera una ansiedad perceptible.

Un rasgo apreciable de los padres de la prisa -bueno, también el de todos- es su deseo ardiente de que llegue el fin de semana para ralentizar el ritmo, espacio en el que, paradójicamente, luego se sienten confundidos e indefensos ante su inconfesable dependencia de la prisa. Esclavos del ritmo que no saben atajar ni parar, sufren en estos momentos de cierto sosiego el irascible estrés de la pausa.
   Al fin y al cabo, para muchos de estos niños, la vida llega a percibirse en ocasiones como unos padres a los que agradar de comienzo a fin, como una expectativa que atender y cumplir incluso antes que el desarrollo de cualquier autonomía, juicio, criterio...

   Qué tal, como atrevida alternativa, la vida como descubrimiento frente a esa vida como conquista; qué tal, como osada alternativa, la vida como espacio de creación y creatividad, como capacidad de asombro y sentido de la contemplación; la vida como interioridad generada, asumida, querida y compartida. Intuyo que para todo eso habrá antes que neutralizar algo de la prisa de muchos padres como yo, porque hay algo peor que el sentido de la urgencia en que hacemos que vivan, se trata del sentimiento de culpa que desarrollan por no responder de la manera más efectiva. 

Los buenos propósitos... la mejor acción.

    "El objeto de la vida es más grande desde cerca y el de los deseos es más grande desde lejos"
Graciano
    Comenzamos el año arrojados a su orilla por incesantes olas de balances que amenazan la capacidad de las redes sociales. Leemos y vemos de todo, incluso hay alguna de ellas que facilita todo a un golpe de clic. Se comparten balances agradecidos y balances por la tristeza bañados; compartimos balances incompletos y también balances honestos; balances escuetos y versiones extendidas –¡Dios mío!- que no parecen caber en un solo año.
En cualquier caso, todo balance es necesario; su juicio suele ser sincero y su resaca creativa, de manera que, cuando estos concluyen, todos los propósitos a los que deja paso parecen buenos y generosos. Bueno, hay deseos que no siempre convertimos en propósitos. Por qué… Parece algo fácil:

Hay quienes esperan sentados algo bueno del año nuevo… y hay quienes tratan de buscar, de encontrar algo mejor en el nuevo año.
        Hay quienes desean que su suerte por fin cambie… y hay quienes provocan a la suerte de tal forma que esta se cansa y se rinde ante ellos.
        Hay quienes piensan que algo debe cambiar… y, sin embargo, hay quienes experimentan que no hay nada más potente que el cambio que cada uno, dentro de sí, decide.
        Hay quienes se lamentan de que el mundo está podrido… y, a pesar de todo, hay quienes se levantan para cambiar ese pequeño mundo que construye ese otro mundo más grande. Hay quienes creen en la necesidad urgente de un corazón nuevo, mientras los hay que se centran en acompasar el ritmo de cada latido.
        Hay quienes se quejan por tanto que no dejan sitio ni espacio –aunque solo sea un poco- para ver algo de todo lo bueno. Siempre habrá motivos para un lamento, como siempre habrá personas que vean más allá del color negro.
        Supongo que será cuestión de gustos, pero también de actitud y, sobre todo, de decisión. Y así, me encanta que siga habiendo personas que, vencido este tiempo, no solo lo deseen, sino que sigan teniendo una caricia para cada bofetada; una sonrisa para cada lamento; un te quiero para cada no puedo o una mano para cada tropiezo.
Me emociona que siga habiendo gente con buenos deseos un 31 de diciembre como un 19 de enero; que no gastan su humor ni su ternura en los plazos previstos; que están cuando se les llama; que tienen la fe de un amigo o que, a la hora de la verdad y cuando hace falta algo más que una broma, disponen de un iniesta para cada piqué.

¡Un abrazo y buen año a todos!