Liderazgo emocional. El equipo en un entorno complejo.

     "El líder es un negociador de esperanzas."
Napoleón Bonaparte.

    En el mismo ojo del huracán de una crisis sistémica, en pleno azote de la revolución tecnológica, en medio de esa onda expansiva que supone la explosión de todo este descontrolado contraste de paradigmas, apenas queda margen, espacio ni tiempo para evaluar ciertos efectos que conlleva vivir en la grieta que se abreBueno, queda bastante; para muchos, todo; queda la decisión de atrincherarse o correr el riesgo de hacerse al camino para siempre ya imprevisible.
         Sea como fuere, todo liderazgo persigue la capacidad de impacto de su equipo, esa particular manera de afectar(se) y afectar la realidad de tal modo que termine por transformar los objetivos marcados en verdaderos logros. En este sentido, hay tres elementos fundamentales para el funcionamiento efectivo de todo equipo:
1.   El grado de CONCIENCIA (Realidad). Se trata del conocimiento que el equipo tiene tanto de su realidad interna (Resortes) como de la realidad externa en la que se establece su desempeño (Entorno).
2.   El nivel de PRESENCIA (Ser). Hace referencia a la constitución de la identidad del equipo, al establecimiento del compromiso por parte de sus integrantes y a esa capacidad para crear atención, generar foco. Es el tiempo de la generación de la energía, donde acontece el alumbramiento de los motivos, donde aparece el poder de las razones o la vinculación con el sentido (Macro-visión). Aquí sabremos quién o quiénes se sienten convocados…
3.   La fuerza de la INTENCIÓN (Hacer). Se trazan y definen los objetivos a alcanzar (Micro-visión). Nos encontramos en la fase de la gestión de la energía. Entre la preponderancia de ángeles, demonios o chupópteros anda el juego de la acción en equipo. El liderazgo marcará la relevancia de unos y otros en orden a una adecuada ecología del grupo. Resultará decisiva esta conformación del ecosistema (Estructura) para la propia organización.
Después de todo, más que líderes buenos o malos, efectivos o incompetentes, la base del crecimiento se sustenta en la construcción de modelos de liderazgo que potencian o limitan al equipo, que contribuyen o no a identificarse con los objetivos y -sobre todo- el sentido de la acción que se emprende.
El liderazgo emocional se convierte en generador y canalizador de la energía del equipo, por lo que, en aras a su desarrollo y crecimiento, trata de reducir el impacto de los factores limitantes y provocar el impulso de aquellos factores que potencian el rendimiento y la identificación. Además, el liderazgo emocional se construye en la interrelación de otros principios de liderazgo como éstos:
1.   Liderazgo sinérgico. Potencia la creación de redes, la configuración de sistemas. Impulsa y confía en el talento de sus miembros y favorece las ideas innovadoras (Intraemprendimiento).
2.   Liderazgo divergente. Promueve el estudio de soluciones alternativas para la resolución de unos mismos problemas, situaciones o casos. Valora la riqueza de lo diverso y entiende de su efectiva complementariedad.
3.   Liderazgo visionario. Evalúa las tendencias, su procedencia y posible proyección. Aplica un interesante principio de trayectoriedad, dominando el análisis de contextos, el valor de las causas y el impacto de las consecuencias.
4.   Liderazgo espiritual. Cuida la conexión del grupo con el sentido profundo y último de la acción. Otorga mucha importancia a la dimensión trascendente de los miembros del equipo. Incide en el valor de la experiencia compartida, verdadero manantial de los resultados que vendrán.
     Pero entonces, ¿qué haremos en un entorno quebradizo e incierto, frente al temor de qué puede venir, a qué nos tendremos que enfrentar o dónde estaremos después de todo?, ¿qué haremos en medio de la grieta que se abre?
     Bueno, puede que cuanto viene no sea el verdadero problema; puede, al fin y al cabo, que la cuestión decisiva sea construir lo que somos y, por encima de todo, lo que estamos dispuestos a ser… algo que llamaremos LIDERAZGO PROVIDENTE.

De la trinchera al camino. (Imprudencias sobre Evangelii Gaudium)

“Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle,
antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad
de aferrarse a las propias seguridades”
Francisco, Papa de la Iglesia.

Toda una declaración de intenciones para un mundo –sobre todo intraeclesial- desapasionado, que no palpita, que tiene la queja como bastón y el victimismo por bandera. Pero también para un mundo en el que no parece haber espacio para los demás, donde emerge un individualismo racionalista de conciencia aislada y recurrente autorreferencialidad. Una exhortación encendida, de profunda provocación, que no cae en el dogmatismo huero o en una acomplejada normatividad; una exhortación llameante, destinada a un mundo interconectado y sobreinformado que continúa buscando una alegría que perdure más allá del instante que se nos va.
Derriba Francisco la barricada que la soberbia y no pocos temores infundados levantaron, abandona la trinchera del miedo, animando al sendero que nos acerca al mundo que no deja de caminar. Una eclesiología pastoral cercana, abierta, creíble, comprometida, se abre paso. Incluso el mismo concepto del magisterio papal abandona ciertos ribetes de infalibilidad que lo alejaban de la contingente y humana realidad. Aparece entonces una Iglesia que surca caminos nuevos, sin miedo a la sinuosidad del terreno que se abre a sus pies, ni temor a los horizontes difusos que se recortan en la lejanía. Una Iglesia sin miedo a salir de la trinchera paralizante que cavó como refugio estéril, como monumento a la amenaza inexistente o a la desconfianza en la propia providencia.
Reverdece el paradigma del encuentro, de la experiencia constituyente de Dios; se hace incuestionable la contundente fortaleza de la Alianza que el Éxodo nos regala. Y acontece esa apertura valiente, dispuesta a la peregrinación que enriquece. Se abandona  esa innecesaria urgencia de permanecer al mortífero calor que el refugio de la estructura dispensa, ése que estrangula y asfixia el mensaje más genuino… Sea como fuere, la superación de esta introversión eclesial alumbra nuevas estancias, nuevos espacios y, sobre todo, nuevos caminos que regalan nuevos horizontes.
Ante el riesgo evidente de perder el aroma fresco del Evangelio, surge un replanteamiento de objetivos, estructuras, métodos, estilo…; una renovación de formas y lenguaje que no temen “mancharse con el barro del camino”. Sí, con un único y principal temor, el de acaparazonarse y alejarse del mundo al que somos enviados.
Y todo para ser la sal y la luz en la “cultura del descarte”, allí donde quedan todos los sobrantes, el deshecho del mundo que emerge en esta “globalización de la indiferencia”, donde reina el desafecto. Una visión antropológica en la que el ser humano queda reducido, mutilado en su concepción y también en su aspiración, donde se crean seres domesticados e inofensivos, dependientes. Una Iglesia llamada a ser en ese peligro, en el del mundo escindido, un mundo excluyente donde los nuevos fundamentalismos serán una de las posibles consecuencias de ese galopante y maltrecho racionalismo secularista que agoniza entre hirientes dentelladas.
Una Iglesia que tendrá que afrontar la grave crisis del vínculo y el problema del desencanto. Una Iglesia que tiene la tarea de mostrarse y mostrar su mensaje limpio y directo, sin reducirse a la realidad de un  dogmatismo ramplón o un liturgismo desmedido. Una Iglesia que reaviva el valor de la credibilidad, sin manifestar mayor preocupación por mantener las verdades a salvo que por encontrarse con el mundo en la intemperie de la historia, de cada historia. En definitiva, la promoción integral del ser humano debe conducirnos con valentía a la propia superación del asistencialismo de un mundo que se empeña no arreglar del todo la grieta.
Ahora que el desierto espiritual parece acabarse, debemos saber si estamos dispuestos a transitar el camino que Dios nos sugiere, hacerlo nuestro en su dureza providente, y dejarnos seducir finalmente por aquella hermosa “revolución de la ternura” que un tal Jesús vivió y nos ofreció.

La existencia desnuda. Donde el ser comienza a ser. (Imprudencias sobre El hombre en busca de sentido)

“La vida cuyo sentido último dependa del azar o de la casualidad para mantenerse viva seguramente no merece la pena ser vivida”
Viktor Frankl.

         ¿Qué cabe esperar del destino cuando te sientes devorar inexorablemente por él?, ¿cómo reaccionamos ante la percepción cruel del límite o el descontrol absoluto de lo que supuestamente controlábamos?, ¿cuál es la esperanza que queda ante la ausencia de reglas a las que atenerse para continuar con vida? Al fin y al cabo, en medio del pánico en el que se siente zozobrar cualquier ser humano, puede que el verdadero drama de la existencia sea carecer de sentido, del propósito que éste dispensa y la acción a la que compromete.
La exaltación del tiempo cronológico, la concepción longitudinal de la existencia puede ensombrecerlo, apartarlo, pero nunca llega a ocultar del todo el sentido más profundo de la existencia humana, el tiempo ontológico, aquél que subraya y potencia el protagonismo del ser. Así, ante lo inevitable de las grandes reglas del juego, ante la pujante y en ocasiones desconcertante fortaleza de lo contingente, sólo ese sentido proporcionará sentido a todo.
El tiempo ontológico requiere una decisión fundamental para la persona, no otorga el poder a las circunstancias ni entrega toda posibilidad de realización a lo externo, sino que crea, confía en ese potencial que convierte al ser, desde que así lo decide, en expresión auténtica y máxima de lo posible, sí, traspasando esa difusa frontera que no pocos llaman lo im-posible.
El gran campo de concentración al que puede someterse nuestra todopoderosa modernidad es al del olvido de quiénes somos, ése que provoca la muerte en vida de nuestra propia identidad, al que arrojamos nuestro corazón para que sea despedazado por la indolencia y la apatía, doblegados por el hastío de todo. Quizá no se trate hoy de la experiencia explícita del horror, el terror, la angustia, la desolación o la total desnudez que provocaron los campos de concentración y exterminio. En cualquier caso, sabemos de ese hondo vacío que inocula la aniquilación de la emoción por la razón que fuere, de la del ser desprovisto de la dignidad que le fue conferida y desde la que se siente interpelado a ser en el mundo.
Al asumir el valor madurativo del sufrimiento inevitable, al descubrir su dimensión también potenciadora del ser, llega la hermosa posibilidad de descubrir tu propósito, y llega el riesgo de esa decisión que marcará la diferencia en tu vida, aquélla decisión que sabes la hará única. Entonces tomas conciencia de ti en el mundo, sientes el espacio y el valor de tu libertad, tomas la iniciativa y por fin te conviertes en responsable de tu existencia dentro de las grandes reglas ya dadas.

La capacidad de autotrascendencia –la voluntad de sentido- sólo es propia del ser humano; descubrirla y desarrollarla forma parte indisociable de su realización más profunda. Entonces, el tiempo ontológico se eleva sobre el tiempo cronológico. Después de todo, como Viktor Frankl advierte en las últimas páginas del libro, “la libertad no es la última palabra; es una parte de la historia y la mitad de la verdad”. 

Intraemprendimiento. El potencial posible, el talento necesario.

        "No nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles, 
pero son difíciles porque nunca nos atrevimos a hacerlas."

Lucio Anneo Séneca

El talento puede permanecer apagado durante algún tiempo, puede esconderse o incluso puede verse recluido por la razón que fuere, pero, más pronto que tarde, el talento estalla en las manos de quien lo reprime hasta expandirse en el espacio que le dejan, o aquél que irremisiblemente se crea. Sí, incontrolable, el talento termina por ocupar un determinado espacio y algo o mucho de tiempo. La cuestión será si esa expresión de talento derramará todo su valor en la estructura adecuada, será también quién o quiénes se beneficiarán de su desaforado poder creativo.
         Sea como fuere, existe un concepto que el mundo de las organizaciones, el trabajo en equipo más avanzado o la propia generación, impulso y desarrollo de proyectos viene empleando con diferentes matices, pero con una riqueza expresiva y conceptual que merece la pena analizar en aras de la salud de nuestras estructuras organizativas: Intraemprendimiento.
         Así, aparece el término intraemprendimiento como la capacidad personal o de un reducido grupo de los equipos para provocar el cambio efectivo desde dentro de la organización. Del espacio que las estructuras conceden al intraemprendimiento depende buena parte, no sólo de la realización de ciertas personas que conforman el equipo, sino también de la solidez dinámica de las organizaciones.
De este modo, no parece tarea del todo imposible trazar el perfil de las personas intraemprendedoras dentro del complejo mundo de las organizaciones:
1.   Desafiantes. Lejos de mostrarse apesadumbrados por una desconcertante realidad, viven los cambios de paradigma como una encendida oportunidad para crecer, regenerarse, probarse, valerse, reinventarse. Entienden el entorno movedizo como escenario de nuevas y mejores posibilidades. Les apasionan los retos
2.   Creativas. En medio de la tempestad más voraz o el más improductivo de los desiertos, el genio de estas personas pasea con humilde destreza por la cuerda que por suelo tiene. Cierta dosis controlada de presión los vuelve aún más productivos y efectivos.  
3.   Fuertes. Ante la resistencia de un buen número de quienes comparten camino –el miedo o los temores son inherentes también al espíritu humano-, no decaen ni renuncian a sus convicciones, ni tampoco dejan por ello de acudir al más desarrollado de sus sentidos, la intuición. No les va la vida en el rol dentro del equipo, pero sí conceden la máxima importancia a la posibilidad de desarrollar visión e impulsar ideas.
4.   Leales. Conscientes de sus limitaciones, pero también seguros de su valor -aunque no siempre del todo valorados-, aprecian la misión de sus organizaciones, se sienten identificados con sus objetivos más profundos (macrovisión), y, pese a sentir la tentación legítima del cambio, la fuerza y la alineación con la macrovisión de sus organizaciones les mantiene entusiasmados.
5.   Felices. En definitiva, se trata de personas que de no concedérseles el espacio, lo crean. Dentro o fuera, como decimos, el talento termina estallando como lava arrolladora e incontenible de un volcán. Y en la posibilidad de esa expresión libre consiste su felicidad abierta y dispuesta.

En cualquier caso, en un entorno tan complejo y cambiante para toda estructura de equipos, el espacio que las organizaciones concedan al intraemprendimiento resultará fundamental tanto para la regeneración y actualización de los proyectos (microvisión) como para la captación, retención y desarrollo del talento, el mayor capital de una organización con capacidad de adaptación, sentido de la competencia, posibilidad de impacto y vocación de perdurabilidad.