"Soy el dueño de mi destino. Soy el capitán de mi alma".

“La libertad íntima nunca se pierde; es esa libertad espiritual que no se nos puede arrebatar, la que hace que la vida tenga sentido y propósito”
Víktor Frankl

Después de haber experimentado el escozor de la herida abierta, de la frustración por el esfuerzo baldío, del agrio sabor que toda derrota deja en la comisura de los labios dispuestos a la vida… Después de que se hundan tus pies en el fango de la miseria y el olvido, o se rasgue el tejido de tu propia dignidad a fuerza de inevitables circunstancias, –sólo entonces- descubres que el verdadero límite no es aquél que las situaciones te imponen como condición irremisible, sino que el límite, siempre autoimpuesto, consiste en desertar, renunciar a construirte y construir los sueños que, por mucho que tropiece en cada uno de sus intentos, exhala tu espíritu.
Dentro. Más dentro, justo ahí donde surgieron aquellos latidos que forjaron poco a poco tu conciencia a golpe de convicciones y creencias, encuentras las razones que te disponen y te movilizan en una determinada dirección, las mismas que hacen de ti lo que hoy eres. A veces con inseguridad, con humana incertidumbre, pero, al fin y al cabo, vas teniendo la valentía y la responsabilidad de crear(te) sobre lo creado y, por tanto, crear en cuanto te rodea, y esa –consciente o inconscientemente- es tu libertad más preciada y creativa.
Cualquier paso firme comienza desde el lugar donde tú en esencia eres, desde el espacio en el que sólo puedes ser… El caso es que no escoges –ni puedes- la fuerza del viento, ni siquiera su dirección, tampoco escoges el día lluvioso ni el esplendor del sol como apacible compañía; no decides sobre la piedras que en el camino encuentras, ni la disponibilidad del terreno, tampoco decides sobre ciertas distancias. Pero has decidido que ese ruido ya no te perjudica ni te frena.
Después de todo, lo fundamental tratas de ponerlo a salvo cada jornada con la templanza de la contemplación activa. Te aclara tu conciencia, te provoca tu voluntad, te agitan tus sueños y te impulsa el ímpetu de tu corazón; te alienta tu visión, te mantiene tu fortaleza y, sobre todo, te sostiene tu fe, tu frágil pero consistente fe.
El olor de la victoria proviene de esa estructura interna que construyes con artesana paciencia. No existe victoria completa que no ponga a prueba la fe personal –también la del equipo-, ésa única capaz de acercarnos a los límites con que demarcaron nuestro desarrollo, nuestras posibilidades y, por tanto, nuestra acción; aquellos límites que un día tuvimos que creernos y que ya no pesan ni frenan lo que deseamos alcanzar.

En la noche que me envuelve,
negra como un pozo insondable,
doy gracias al Dios que fuere
por mi alma inconquistable.
En las garras de las circunstancias
no he gemido ni llorado
ante las puñaladas del azar,
si bien he sangrado, jamás me he postrado.
Más allá de este lugar de ira y llantos
acecha la oscuridad con su horror.
No obstante, la amenaza de los años
me halla y me hallará sin temor.
Ya no importa cuán recto haya sido el camino,
ni cuántos castigos lleve a la espalda.
Soy el amo de mi destino,
Soy el capitán de mi alma.

                   William Ernest Henley

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