Jugadores líquidos.

    Tratan de amortiguar el efecto, pero suena el silencio estruendoso que genera su ausencia en el evento, y apenas se atisba intención de poner en pie argumento alguno que revele lo evidente. No está. Y punto... o puntos suspensivos. Un jugador declina a última hora la invitación a una gala aniversario que lo premiaba y reconocía una vez más porque “no se encuentra en su mejor momento anímico” o, sencillamente, “está algo triste”. Otro, en un vídeo, trata de recomponer su mueca de tristeza pueril para defender una decisión opuesta a la viralizada no hace todavía un año. Y lo creo, pero que no rompa en llanto de aquí a unas horas y nos ahorre el espectáculo innecesario y fortuito, por favor. Dejen eso, aunque solo sea por respeto, a quienes se lo han ganado a golpe de caídas, abandonos, alegrías breves o sentimientos eternos; a ese otro oculto, al aficionado incondicional que traspasa todo tipo de escenarios que deparan los diferentes capítulos del único libro de su vida.

    El caso es que, con cierta frecuencia, necesitamos explicarnos determinados comportamientos ante situaciones que de un modo u otro nos afectan, y lo hacemos construyendo categorías desde las que por lo menos partir, desde las que agarrarnos para por fin encontrar eso, explicación, nos guste más o nos guste menos. El fútbol profesional es hoy una industria sostenida por lo evanescente de las emociones, la eficiencia de las decisiones de sus ejecutivos y la extrema caducidad de los resultados. Inestabilidad pura, vamos. Nada nuevo!pero acaso no asumido por muchos de sus actores necesarios. Unos y otros se reparten cifras, profesión y sentimiento, pero jamás a partes iguales, por mucho que una ilusión romántica condicione la mirada de los últimos. En este sentido, hay quienes crean y moldean el producto, quienes lo ejecutan y quienes, en última instancia, lo consumen con dispar voracidad y gusto.

    La gloria es hermosa, pero etiqueta al héroe y suele distanciarlo con inconsciente facilidad del polvo de los días normales, de las vidas a la sombra. La gloria, en su efímera realidad, llega a esclavizar al héroe, incluso lo condena al éxito urgente, permanente, para así sustentar la gloria de otros. Pronto o tarde, toda épica, y de un modo no siempre previsible, termina matando. El héroe a veces quisiera huir, perderse en la multitud para pasar desapercibido, pero no hay tierra ya que no le devuelva en lo que se ha convertido, sobre todo, para otros. Siempre ha sido así. Palacio, corte y caprichos que abonen la libertad posible de la soledad triunfante.

    Nadie escapa a su tiempo. Jugadores líquidos, que diría Bauman, jugadores para tiempos movedizos, jugadores ansiosos de novedades, dependientes de la incandescencia del estímulo constante -retos, ¿desafíos?-, jugadores que, ante esta realidad y en un arrebato de sensatez, solo deberían prometer profesionalidad, eso de relación seria mientras dure. En fin, convivir en lo mudable, lo provisional, pero siempre en envoltorio robusto. Personalidades adaptativas para entornos cambiantes donde, salvo excepciones puntuales y reconocibles, la solidez de principios no termina de cotizar, o el valor es lo imperdurable. Personalidades atiborradas que deambulan entre la inconsistencia propia y la del club que lo emplea. Personalidades tan fuertes y vulnerables como tantas otras, pero desgarradas en ocasiones por su intolerancia a la frustración, por su alergia a la presión, o sobrepasadas alguna que otra vez por la responsabilidad que pueden hacerle caer sobre sus hombros de cristal. Personalidades que terminan eligiendo seguir antes que parar, huir antes que afrontar, avanzar antes que pensar.

   En cualquier caso, el futbolista líquido no es un ser extraño ni, por supuesto, condenable. Se trata de una expresión aumentada de su tiempo voluble, reflejo de las respuestas que su generación está construyendo para sobrevivir en su entorno inestable. Lo llevan, lo traen, se lo vuelven a llevar, se va... y en muchos casos se deja mientras le esculpen un impecable comunicado o le montan un vídeo emotivo, amable. Agotador por fuera y por dentro, creo que para casi todas las partes.

    Jugadores líquidos, o mejor, actitudes líquidas, como también las hay sólidas o gaseosas -pero ya habrá ocasión para escribir de estas-, porque no podemos olvidar que categorizar es tan atrevido como errático, y lo que nos proponemos no es sino pensar y reflexionar acaso antes de volver a los brazos de esta pasión, a esa locura del amor eterno a unos colores, a una forma de ser, incluso a una forma de vivir que trasciende al lenguaje siempre urgente de la competición. Después de todo, sería complejo, y hasta osado, agarrar lo inasible. Y es que lo eterno..., lo que decimos y sentimos como eterno es demasiado íntimo; mejor que cada uno lo escoja y lo cuide.