Todo lo arrasa, aunque hubiera remedio.

“Un estado es gobernado mejor por un hombre bueno que por una buena ley”.
Aristóteles.


Síndrome de estrés político: cuando la clase política agota   Todo lo arrasa la política, o aquello en lo que la hemos convertido, o aquello en lo que se ha visto reducida; confinado ya como está en el desván de la historia aquel arte que abrazaba a la ética en su proyección social, aquella vocación sincera de utilidad y servicio en la organización y funcionamiento de las ciudades. Puro y romántico idealismo. 
   Todo lo arrasa esta política y sus políticos allá por donde pasan, en las feroces garras de los pensamientos únicos a diestra y siniestra exigidos, en su aniquilación permanente de los matices o los posicionamientos críticos, de la pertenencia incondicional o –si no- la defunción y el más absoluto desprecio a través de sus vociferantes adláteres a sueldo. Puro y vacío pragmatismo.
   Todo lo arrasa la política en las voraces fauces de sus sofisticados medios, sin decencia ni escrúpulo alguno en ese masivo alcance que encontró en los brazos de la tecnología. Todo lo arrasa esta política, incluso todo aquello que nos merece la pena por encima de ella, y que terminamos sacrificando por la puerta entreabierta de nuestros más bajos instintos en una comida, en una cena o el mensaje de una red social. 
Curioso poder en sus manos el de esta política de laboratorio que juega a parecer cercana y hasta buena en cada mueca de su invariable teatro viralizado. Pero se trata de descomponer siempre al individuo. Procura volatilizarlo desde su fuerza más abrasiva, desde su impecable maquinaria que trata de confinarnos en el igualitarismo más gratuito y miserable, ese que nos convierte en seres inútiles y mediocres, acaso más incapaces que ellos, que solo valemos lo que votamos; teniendo la desvergüenza, si no fuera suficiente con esto, de venderlo bien empaquetado, por supuesto, como la lucha por la igualdad ante los derechos y la igualdad de oportunidades.
La manipulación emocional invisible - La Mente es Maravillosa
Esta crisis confirma algunas vergüenzas de la política que hemos tolerado y consentido hasta ahora por mera desidia o comodidad humana, por creer, en definitiva, que la torpeza, la chulería, la charlatanería barata, e incluso –¡qué tristeza!- la incompetencia o la incapacidad de unos y de otros jamás quebraría esa línea imaginaria que protegía a nuestras familias, nuestros amigos, nuestros vecinos, nuestra identidad como pueblo y nuestra cultura, que posiblemente no sea ni mejor ni peor que cualquier otra del orbe, con sus contradicciones y sus miserias, pero también con sus luces y sus grandezas; la nuestra, en cualquier caso, con nuestra particular manera de verla y entenderla, la tuya y la mía, la de cualquier otro, esa que acoge y en la que cabe toda idea o condición respetable, aquella donde nos desarrollamos y vivimos con las garantías de una civilización que no sabemos ya si agoniza en los estertores de una era, y no solo por su culpa, claro, pero en esto nos quieren… y así nos luce el camino y sus paradas.

Primera. Nos convierten en seres irracionales, impulsivos, desprovistos de juicio sereno y crítica lúcida. 
Segunda. Por tanto, esa ignorancia trae incapacidad, y la incapacidad desconfianza en uno mismo y, en consecuencia, confianza absoluta en quien llegue a convencerme primero y –esto es lo definitivo- consiga amortiguar mis miedos.
Tercera. Obvio, ya pensamos por ti, no te preocupes y haznos caso. Y de ahí, de legislatura en legislatura, al seguimos trabajando por ti, estamos en ello.
Cuarta. Cuidado con el adversario; es el enemigo íntimo que rompe nuestro acuerdo. Y si hay algo fácil de convencer ahora es –desgraciadamente- de la miseria y el despropósito de los otros.
Quinta. En esto si hay buen cálculo y conocimiento. Reconocimiento, adherencia a la marca y –¡pum!, es el momento- directos al ego: tú lo haces posible, eres nuestra fuerza, nuestro orgullo y nuestro aliento. 
 Todo lo arrasa esta política y sus incansables aspersores de confusión y odio. Supongo que va siendo hora de aceptar esa parte justa de responsabilidad para que nos gobiernen, por lo general y bien que lo lamento, no los mejores –insisto, a diestra y siniestra-, sino una generación indecente e irresponsable que solo entiende la política como un oficio al que aferrarse, y no un servicio prestado por el pueblo y por un tiempo. Y puedo llegar hasta a entenderlo, porque no pocos, o huyen de su trabajo o bien ni siquiera tendrían ese puesto al que regresar si no fuera por el cobro de ciertos favores prestados desde los sillones de las influencias y las concesiones.
Camino al atardecer - Paisajes - Comunidad NikonistasPero esta es otra pandemia de hace tiempo, y lo cobra también a su modo; no sé si podrá hacerse algo llegado el momento, pero no conviene distraer demasiado lo decisivo ahora para todos. Mientras tanto, confieso que me duele y mucho ver a familias, a amigos o vecinos que discuten, se enfrentan y hasta se alejan por esta mierda que todavía llaman política. Quizá debamos ser algo necios. A ver si no perdemos también a algunos de nuestros mejores vivos en el camino, además de la sangrante pérdida de tanto y tanto inocente ya en los márgenes de nuestra pequeña historia.