De un optimismo encarnado.

        
  Cuando alrededor pueda extenderse el desaliento, cuando, incluso por situaciones complejas o razones de peso, consideras que cierta lucha perdió su posibilidad de éxito o sentido. Sólo entonces, cuando el silencio parece sentencia firme, emerge humilde pero fortalecido, ese espíritu de quienes se mantienen de pie por su esperanza.
      Hay un optimismo profundo, encarnado en la realidad más concreta, entrelazado en la luz que tu mirada limpia desprende; hay un optimismo sin alardes cosméticos ni adornado con fuegos de artificio que se difuminan en la espesura de la noche, dejando el recuerdo de un eco sordo y desnudo. 
       Hay un optimismo sereno pero constante en su propósito, que resite las acometidas severas de la melancolía o el gris de las horas vacías que te agrieta el alma. Hay un optimismo agazapado en ti como primavera rebosante y eterna.
       Hay un optimismo que cancela el tiempo anodino de la queja, que derriba el muro siniestro del lamento sin aspavientos ni suspiros gratuitos lanzados a las esquinas de la nada. Hay un optimismo que trae la vida en tus manos, que grita en ti y pugna por salir con descontrolada naturalidad.
       Hay un optimismo que nace de dentro de la persona, en ese mágico lugar en el que se teje la tela de los sueños, donde anudan los anhelos más íntimos. Hay un optimismo que no vive a expensas sólo de momentos ni circunstancias; que no las espera para medirse. Sí, existe un optimismo que, vinculado a opciones y principios, surge del interior y se expresa en cada momento con la propia vida. No hay receta concreta, existe vivencia y transmisión inevitable.
      Hay un optimismo que, en el momento que lo decidas, eliges tú.

De una libertad triste (Caín, de Saramago).


        Saramago, en Caín, permanece fiel y coherente a esos planteamientos vitales que jalona el conjunto de su obra. Por tanto, desde el principio nos sumergimos en una melancolía sabiamente agitada, una melancolía desplegada como sonido monocorde que con compasiva ternura mece el tiempo que nos devora; también atrapa en Caín su irreverente nostalgia, como pesado abrigo de la gélida existencia que atormenta; su aroma a inevitable caos y su despechada dignidad ante la experiencia de desprotección.
          Con la misma densidad con que el aire pesado se atrinchera en su Lisboa vieja y eterna, fluye en Saramago una tristeza honda y sincera, atrapada en el sabor del reproche que a la presunta totalidad lanza con la valentía del perdedor convencido. Cierto, no hay lamento, tampoco concesión alguna a la compasión; se trata de un reproche abierto y directo a lo encontrado por la conciencia humana en un mundo no buscado.
          Se visten sus renglones profundos, sus atropelladas páginas, de un grito desgarrado hacia adentro, desembocando, como siempre, en agonía que se desangra ante la posibilidad imposible. Araña su percepción de lo religioso-trascendente, esa dignidad intelectual ante la derrota que le infringe su incursión en esta dimensión o –si se quiere- la victoria de la duda y la zozobra como respuesta posible y última. Entre el suspiro que destilan sus conceptos se avista la nada que espera tras el todo de la vida.
        De ahí que sitúe al ser humano ante un horizonte demacrado y siniestro, de inconcreta resolución, un horizonte sin sentido, donde sólo hay camino, senda, sin el motivo que alguna meta pudiera proporcionar a modo de estímulo vital; el ser humano atrapado en su propia existencia que lo postra y reduce a mero testigo panorámico de la crueldad de Dios para con el mundo, donde la persona se siente arrojada y casi despojada de su libertad y dignidad.
         Encontramos en su Caín la personificación del reproche incontenido a Dios. El escritor juega a admitir su existencia para fotografiar y revelar una personalidad oscura, fría, distante, intransigente con los protagonistas de la creación. Nada refleja integridad, todo es huida y retorno, todo transcurre en la distancia que se concede a escapar para volver al lugar en el que te reconociste indefenso y solo ante el mal. Allí donde, como indiscreto espectador, asiste el Creador a la obra raída de sus entrañas. Siempre, como telón de fondo, el sinsentido de todo tipo de sufrimiento.
        Saramago, la triste libertad; una conciencia rendida a esa desapasionada lucidez con que esculpe emociones y razones. Arrinconado en cualquier lugar por las fauces del tiempo, con el cincel del lamento aspira continuamente a reproducir y dar forma al alma del reproche humano, a concretar aquella herida en carne viva que hace encoger el espíritu. Se trata del surco que abre la pasión descreída elevada a literatura, se trata del curso del controvertido río que desemboca en la nada eterna. Eso, Saramago como el autor-relator del todo de la nada. Saramago, una vez más, como serena agonía que espera disconforme y locuaz en ningún lugar; la palabra y la voz como creativa ironía de alma grisácea y amargo vestido.

De la posibilidad de cumplir nuestros sueños.


"La gente a la que le va bien la vida es la que va en busca de las circunstancias que quiere, y, si no, las encuentra."
George Bernad Shaw

      Hay un espíritu en el ser humano que lo genera todo. Aún en la peor de las circunstancias, o precisamente por ello, existe algo muy dentro de él que lo dispone a lo mejor, y no descansa hasta ver cumplido ese propósito por el que estaría dispuesto a consumir lo que es. 
   Después de no pocos y necesarios tropiezos, aprendemos que la vida sólo puede ser llenada con más vida; de ahí que sea difícil que cuanto pueda encontrarse alejado de ésta pueda llegar a colmar la más honda aspiración a la que está convocado tu espíritu humano. Si te dieron las alas para volar, no serás feliz hasta que no consigas volar
      No estamos hechos para experimentar la condena de arrastrarnos en la fría galería en la que pueden convertirse los días. No consiste en tener la seguridad de llegar, pero sí, al menos, en tener la certeza de que merece la pena intentarlo; que sólo el intento ya contribuye a llenar ese inconsistente recipiente en el que das cabida a la vida que recorres. 
      Nada como poner todo tu corazón en el centro de la pequeña historia que eres en medio de la inmensidad. La fuerza de la gran historia es, precisamente, la multiplicación de cada una de las pequeñas grandes historias que, como la tuya, está llena del corazón del mundo, ese corazón que de algún modo todos alimentamos y que late durante un maravilloso tiempo en y desde ti.
      Sencillamente, impulsarnos, caminar juntos y alentar cada paso al frente que compartimos, porque encontramos en hacerlo en equipo, además, una inconfundible sensación de plenitud que inunda el espíritu humano. 
     No te parapetes en la excusa de no verlo posible; poco es imposible; por supuesto, mucho menos de lo que creemos. La superación, el ánimo, el crecimiento está dentro de nosotros como dinamismo imparable que podemos encauzar con nuestra voluntad más firme y decidida. Sólo se necesita un lugar al que ir, un sentido por el que llegar... y se llega, claro que se llega. 

Del valor del camino.


"Poca gente es capaz de prever hacia dónde les lleva el camino 
hasta que llegan a su fin." 
J. R. Tolkien
Cuando se trata de algo tan decisivo como lo que amas, todo cambia, todo se torna trascendente y adquiere una dimensión especial. Quien transmite con la justa emoción su visión; quien comunica bien su idea y también su estrategia, aquel que entusiasma con su proyecto hasta el punto de contagiar a su equipo, tiene ganado buena parte del camino emprendido.
Más aún si cabe, el camino, desde este punto de vista, se convierte entonces en parte esencial –consustancial, si se quiere- de la meta. De tal manera que no llega a entenderse del todo el sentido más profundo del logro si no incorporamos, como elemento constitutivo y constructivo, el proceso que nos conduce hasta él, o lo que es lo mismo, todos aquéllos mecanismos que fueron necesarios para alcanzar los propósitos planificados en el inicio.
A menudo nos encontramos mensajes que degradan y devalúan el esfuerzo, incluso considerándose un mal necesario para conseguir resultados. Bien es cierto que, con independencia de los resultados, todo esfuerzo debería estar alineado a la consecución de unos objetivos, pero caeríamos en la trampa si no valoráramos la trascendencia del camino, de su dureza, pero también de sus valiosas enseñanzas. Precisamente será ese esfuerzo el que permanezca siempre como espíritu en la persona y el equipo, como bagaje, grabado a fuego en el alma de los caminantes. En definitiva, los resultados se quedan atrás, el espíritu que los provocó permanece intacto y constituirá el verdadero punto de partida y fortaleza para el camino que conduce a la siguiente meta.
Ésa puede ser una de las razones –quizá no la única- del que, tras haber alcanzado la cumbre, piensa sin solución de continuidad en la siguiente meta, integrando el posible cansancio de inmediato. De ahí que, una vez asegurada la dirección y afianzado el rumbo, y de manera casi imperceptible, el camino se convierta en el motivo, en razón suficiente para el equipo, aquello por lo que merece la pena iniciar o remprender la marcha una vez tras otra, aquello que proporciona sentido y forja auténtica mentalidad, ésa que se sitúa incluso por encima del cumplimiento de objetivos trazados.
Sea como fuere, en una sociedad eminentemente finalista y resultadista, en la que el valor viene proporcionado por los resultados, tratar de transmitir la relevancia de los procesos, el preponderante e ineludible papel del camino, parece cuanto menos osado. La urgencia y la prisa en la que permanecemos instalados tampoco contribuyen a esta visión del trabajo en equipo y el desarrollo personal que genera. En cualquier caso, cuando la euforia de los resultados se disipa, queda tu verdad, y con ella, la verdad de tu equipo
Por encima de roles y funciones, la contribución decidida de todas las partes a crear estructura de equipo será determinante para la solidez y la consecución de los objetivos, para crear y forjar esa mentalidad que será inexpugnable valor compartido, generador de nuevos y estimulantes retos.