De la diferencia entre encontrar y buscar.

        Bien valdría un estudio minucioso la contribución de las redes sociales en la recuperación del gusto por la reflexión, el pensamiento positivo, la filosofía, el sentido ético de la conducta… En tiempos difíciles como éstos, asistimos a una proliferación de mensajes cargados de energía, planteamientos que millones de personas ponen al alcance de un clic de distancia para introducir alternativas a un mundo con esquemas y paradigmas agotados, enfermo de un éxito derrotado, un mundo con síntomas de cansancio, que arrastra la anemia que delata la ausencia de algún componente esencial para el sostenimiento de la naturaleza humana.
     Mientras que vamos siendo conscientes de que algo falla, una corriente neo-epicúrea se extiende con la densidad envolvente del aceite en la nebulosa de internet. Todo un síntoma, pero no sé –dudo- si se convertirá en un remedio, en la respuesta válida que llegue a esa esquina de la persona en la que tirita desvalida el alma humana.
       Parece evidente que el deseo íntimo del ser humano no desaparece, si acaso lo desplazamos, lo escondemos hasta que de nuevo, por alguna incontrolable razón, emerge para recordarnos que tenemos una cuenta pendiente con nosotros mismos, aquélla que proporciona sentido, horizonte, hondura y profundidad a nuestros días.
       En el fondo, subyace en esta realidad compleja una cultura del merecimiento, que no del mérito; una sensación de poder encontrar lo que necesitamos sin apenas esfuerzo; una falsa convicción de que lo necesario algún día vendrá a nosotros porque, sencillamente, lo merecemos. Partimos de que no podemos solventar nuestras inquietudes principales sólo con el trazo de las frases anchas que circulan como pócimas por la red; hace falta algo más que ocurrencia o tiempo.
Merece la pena intentarlo, y hacerlo con el ímpetu rebelde que la empresa requiere. Merece la pena invertir el orden que se nos impone como pensamiento único; también, llegado el momento, como pensamiento débil, inconsistente. Será decisivo para esta misión la actitud, la voluntad, la convicción de que los deseos, las emociones, los pensamientos, necesitan del impulso y la constancia de los hechos, de las acciones sostenidas y pacientes.
Conviene, por tanto, dejar de conformarnos con deambular en el verbo encontrar, tan estático y conformista, propio de esa mentalidad débil que espera como espectadora todo cuanto pueda suceder. Hay que vivir, de una vez por todas, en el verbo buscar, atrevido y valiente, inconformista y arriesgado, creyente. Vivir en el verbo buscar supone salir de sí para descubrir el anhelado valor, la verdadera dimensión de encontrar. No es menos cierto que vivir conlleva necesariamente encontrar vivencias en el camino.
En cualquier caso, no encontrar lo que busco es el destino inevitable de la indolencia y la pasividad, de entender la vida como decadente inercia que los días apaga. Por tanto, elijo buscar, y hacerlo desde dentro hacia fuera, con el firme propósito de transformar mi realidad en algo más consistente cada día.

Del grupo al equipo. Construirse como arte y oportunidad.

"Afirmar que mi destino no está ligado al tuyo es como decir: 
Tu lado del bote se está hundiendo"
Hugh Downs

     El “nacemos humanos, pero no humanizados” de la antropología evolutiva más clásica encierra claves que nos permiten valorar la importancia del entorno en el desarrollo de la persona. Ciertamente, el ser humano se humaniza progresivamente, y en ese delicado y complejo proceso en el que el animal social desata ese instinto que la cultura se encarga de moldear, se experimenta un sano ejercicio de reciprocidad que mantiene el consistente hilo de las civilizaciones que han sido, son y serán: individuo y comunidad, comunidad e individuo.
Sea como fuere, hay un momento del crecimiento personal que aparece asociado de manera indisoluble a la pertenencia a un grupo de referencia, bien sea elegido o sobrevenido. Permanecer aislado a la influencia del entorno resulta complicado, artificial e incluso inconveniente para la persona.
Únicamente un espíritu libre y crítico establecerá la diferencia entre la naturaleza de un grupo y la de un equipo, marcada por una serie de rasgos inequívocos. Así, del grupo se forma parte, mientras que al equipo se pertenece. El grupo ya lo encuentro en mi vida, me viene incluso dado; en el equipo, en cambio, decido entrar y me aceptan. En el grupo eres uno más de tantos, en el equipo te sientes único, experimentas que nadie podrá poner lo específico que tu ser aporta.
El grupo es un abigarrada masa informe en la que el individuo termina por perder su singularidad; si bien, a diferencia del grupo, el equipo refuerza el papel del individuo, necesita preservar su identidad para disponer de la máxima expresión de ésta –talento-, de manera que contribuya del mejor modo posible al bien del conjunto.
El valor del equipo es mayor que la suma del talento individual que sus componentes son capaces de reunir. Del contacto con el equipo descubro que mi persona sólo puede ganar y sentirse completada. Para el equipo es importante el logro colectivo, pero resulta del todo decisivo que tú salgas victorioso también como individuo. Esto reforzará la propia identidad y la del equipo.
El grupo se mueve, funciona, se muestra intermitente y no divisa retos. Hay que decir que el equipo comparte un proyecto, analiza los medios  que están a su alcance para conseguirlo, y traza el camino que les conduce a la meta, haciendo previsión de las dificultades que puedan presentarse en a lo largo del trayecto. El equipo no sólo visualiza la meta, sino que también reproduce las situaciones de esfuerzo y sacrificio necesarias, de tal suerte que no aparezca la frustración en el primer contratiempo que lo asalte.
El grupo llega a ser complaciente, no te exige; relativiza y puede justificar cualquier actitud. sin embargo, el equipo respeta tu espacio y necesita tu libertad, tu propia genialidad, tu especificidad; de lo contrario, no habría valor añadido ni aportación. Llega el momento en el que experimentas con auténtica satisfacción que mejoras al equipo y el equipo te mejora a ti. El equipo no tiene a nadie que haga lo que tú -sólo tú- eres capaz de hacer. Y Lo más importante, el equipo no tiene a nadie que sea lo que tú eres. Y lo sientes.

De la vocación, el carisma y la misión.

      "Te basta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta en la debilidad".
2 Co 12, 9.

Sin proyecto sólido que la sostenga, la persona parece abocada al vaivén caprichoso y locuaz de las circunstancias, al azote casi imperceptible pero envenenado de la apatía vital. Y, con el sabor del beso helado, sin apenas buscarla, aparece la sombra hiriente de la mediocridad. Para entonces, la escala de grises ya se adueña del alma cándida hasta anestesiarla y reducirla a la mínima expresión de aquella vida que soñaba en colores y desprendía mágica ilusión.
Para caer en las seductoras garras de la atonía no hacía falta transitar infranqueables senderos ni surcar los más recónditos mares; para malversarte, sí, para despreciar cuanto puedes ser, bastaba con haber decidido no tener criterio, abrazar con desapasionada fruición el cuerpo desnudo de la desgana y vestir con aparente indiferencia el deshilachado traje de la tristeza.
Hay un salto de calidad en quienes deciden conjugar verbos de voluntad sin más estímulo que el carácter, el amor propio o la querencia innata de los retos, sin mayor interés que prender definitivamente la llama de la vela que apagada decora el salón de tu espíritu. Hay quienes, derribando la muralla del hastío, deciden escarbar dentro de sí con la intención de reconciliarse consigo mismo y encontrar de una vez esa voz que grita en lo hondo, trayendo el eco de los sueños propios, de los horizontes difusos que los infatigables pasos acercan como meta posible.
Hay quienes, conscientes de lo que está en juego, encuentran aquello que quieren ser con la paciente espera del artesano, con la ardiente serenidad de quien lo mejor de sí entrega. Forjar la vocación es amasar el fundamento de la propia vida y necesita, por tanto, el tiempo que el fuego lento requiere para aderezar el mejor de los sabores. Nos adentramos en la vocación entendida entonces como el descubrimiento esencial que descansa en lo más íntimo y pugna por salir y expresarse como lava incontenible. No existe vacilación en el concepto, la vocación como el yo encontrado y predispuesto a ser en plenitud.
Después, sólo después, el carisma, el estallido gozoso y descontrolado del ser, esa expresión singular y genuina que sólo la vocación desprende por su impacto en la persona. El carisma como el verbo arrollador y desbordante que construye sentencias firmes y recrea los contornos del alma intrépida. El carisma es el beso, la caricia, el abrazo, el gesto más humano que trae entrelazado el aroma de la interioridad, en definitiva, la forma del fondo.
Y, finalmente, en consecuencia de todo lo anterior, la misión. La misión como el destino, el surco en la tierra, como el lugar escogido, el escenario en el que la expresión decide ser para transformar; la misión como consecuencia del descubrimiento esencial de la vocación y el mejor espacio posible para derramar la fuerza centrífuga de la experiencia interior que incandescente alumbra y calienta a cuanto alcanza.

Del talento y la credibilidad.


"El talento es algo bastante corriente, 
no escasea la inteligencia, sino la constancia".

Doris Lessing

 Pocos bienes tan rastreados y valorados socialmente como el talento, entendido como la disposición y habilidad de la persona o el grupo a la hora de poner en valor la capacidad propia y el posible impacto que en lo ajeno y en lo propio provoca.
De modo que no parece sencillo encontrar ámbitos en los que no podamos aplicar la realidad transformadora que implica el desarrollo del talento, desde una empresa, un equipo de fútbol o la comunidad de vecinos hasta la propia familia e, incluso y sobre todo, la misma persona.
Ahora bien, gestionar adecuadamente el talento se convierte en una verdadera prueba, un modo de obrar que exige del líder cuatro grandes elementos: visión, estrategia, comunicación y credibilidad. Expresado de otro modo: 
1. Visión. Un proyecto estimulante que aglutine sensibilidades y ofrezca verdaderos retos para quienes participan en él.  
2. Estrategia. Una metodología diáfana, un mapa, una hoja de ruta claramente alineada con la finalidad y que, al mismo tiempo, segmente la percepción del logro.
3. Comunicación. La capacidad de transmitir la idea, la necesidad de ser comprendido. Es la forma para el fondo, y el fondo para el fin. La gestión de la comunicación también es estrategia, te puede salvar y te puede hundir.
4. Credibilidad. La confianza en quien/es lideran dicho proyecto. Saberse en buenas y nobles manos conforta y genera la serenidad que los proyectos buenos merecen y necesitan.

Pero hay alrededor de este soporte teórico-práctico una serie de intangibles de terminan de apuntalar el trabajo en equipo, esa necesaria atmósfera que propicia la expresión creativa del talento, la explosión del genio, el arrebato casi místico forjado por la voluntad y la disciplina de quienes saben que hasta el talento necesita orden. Es en este punto donde se aprecia la habilidad innata de ese liderazgo que hace fluir el talento corporativo, una labor de fina artesanía que integra con naturalidad la gestión emocional del grupo, del equipo.
Liderar talento supone conocer y atender la expectativas de las individualidades que forman el equipo, pero también promover que esas individualidades comprendan que no hay nada más potente que el talento personal puesto al servicio de un equipo con talento diverso.
Sin duda, gestionar talento resulta mucho más complejo y difícil que gestionar la mediocridad, pues requiere de la exigencia de personas con expectativas altas. Se trata de liderar tanto o más las personas que las situaciones. Y para ello parece imprescindible cierta plasticidad mental, algo que el concepto de “neuroliderazgo” está poniendo sobre la mesa en estos momentos.
Liderar, en definitiva, es amar el trabajo al que el equipo se entrega con pasión; se trata de valorar profundamente el esfuerzo por conseguir cada paso, por insignificante que pueda parecer. Liderar, al fin y al cabo, es estar dispuesto a caer con tu equipo y compartir las pequeñas derrotas que te enseñarán el camino a veces caprichoso de la victoria. Para entonces, ganar ya no será suficiente, sólo para entonces, vencer será lo más importante, y el equipo convertirá cada caída en la primera parte del impulso.