Elogio del iluso. La razón liberada.

“La locura es el estado en el que la felicidad deja de ser inalcanzable”
En Alicia en el país de las maravillas.

Dicen los expertos en materia de ilusionismo que la magia no existe, que solo hay magos y lo que percibe el público. Al fin y al cabo, el motor es la ilusión, y no solo en el mundo de la magia. Hay quienes, sin embargo,  se entretienen, se empeñan y hasta se pasan la vida pretendiendo encontrar el truco. Me encanta esa visión de los ilusos como personas entregadas en los brazos tiernos y sinceros de la ilusión. Demasiados tristes se empeñan cada día en descabalgar a Don Quijote de Rocinante y negarle aquella dicha que llaman locura; quizá demasiadas sobrinas, barberos, curas, amas… demasiado Sansón Carrasco infiltrado en los sueños para romperlos a golpe de lanza macabra.
Me encanta ese tipo de ilusos que estrenan días como se estrenan zapatos, y me encantan también ese tipo de ilusos que miran el final de la tarde como quien asiste al teatro de sus sueños; o que se detiene ante la luna o se maravilla del brillo inagotable de las estrellas; me encantan ese tipo de ilusos que sonríen en soledad recordando personas o sencillamente soñando momentos; me encantan ese tipo de ilusos que desafían las reglas del juego no porque no les gusten, sino porque aman también otras. Me encantan ese tipo de ilusos que regalan “te quieros” sin necesidad de monedas a la entrada o la salida, o que hacen las cosas porque les sale del alma, sin reparar si quiera en los daños propios o ajenos.
Tengo que decir que me encantan ese tipo de ilusos por muchas y muy variadas razones que comparto como una interminable lista que tú también puedes completar con las tuyas:
1.      Sonríen sin esperar que el mundo les sonría de una puñetera vez (Y los hay; he conocido a alguno).
2.      Se alimentan del bien que les pasa a los otros, porque, además, forma parte de su bien.
3.      Gozan de una conversación profunda y ridícula de la misma forma. Ríen por no llorar y lloran de felicidad.
4.      Entregan todo sin hacer más ruido que el de sus pasos al marcharse. Lo único que se atan son los cordones de las zapatillas.
5.      Son libres entre la esclavitud de tanta seguridad mal entendida y pretendida.
Hoy me detengo a elogiar a ese tipo de ilusos que muchos tachan de irresponsables porque sencillamente no se atreven a soñar como ellos; porque, de alguna manera, no están dispuestos a tropezar; sí, porque les preocupa más que les vean caídos en el suelo que sentirse más cerca de su sueño. Ellos no conocen ni conocerán sus alas. Ese tipo de ilusos lo llaman algunos inconscientes porque en el fondo desean sus pasos, su atrevimiento, su actitud y hasta su manera de afrontar cada tropiezo… pero, sobre todo, porque desean su corazón. Que nadie juzgue a uno de estos ilusos sin revisar cuanto de su alma rebosante desea. Ellos caen, lloran si tienen que hacerlo, y se levantan.