“Vine
a la luz un día impreciso en un lugar indeterminado. Mi madre me parió con
tanto dolor que se dejó la vida en el intento”
Wentinam, protagonista de Te
protegerán mis alas.
Puede
parecerlo a fuerza de ser contada, a fuerza de ser revivida, pero no, por mucho
que se parezcan unas historias a otras, no
somos la historia que se repite; somos, más bien, la historia que se abre ante
nuestros pasos, ese espacio y ese tiempo que se nos concede, aquel que
incluso puede llegar a salvarnos.
Personalmente,
no le supongo un ejercicio más noble al
escritor que el de destellar historias; el de derramar emociones como se
derraman las gotas de un perfume que parece traernos la misma eternidad
prendida en su efímera fragancia de palabras e historias que cobran vida. Quizá
sea esa, la vocación de toda novela, de esta novela, de la mejor y más alta
literatura: traernos aromas de eternidad a un mundo que lleva cosido a su alma ese
anhelo… Eternidad.
Nos adentramos
en una novela que deslumbra con su
historia por muy frágil y tenue que su luz parecer pudiera, una novela que
derrama emociones nada más abrir la primera de sus ardientes páginas. Una novela
que regala una intuición: a cada ser
humano nos corresponde un sueño, y a cada sueño, un propósito; a cada sueño y a
cada propósito le corresponden un ángel y un par de alas. Así sucede con
Wentinam; y llego a pensar que, como le ocurre a nuestro protagonista, todos
tenemos un ángel a nuestros pies desde que nacemos, aunque solo algunos lo ven
y solo unos pocos lo reconocen.
Hay en la
impronta creativa de José Miguel una habilidad muy singular para ganar el
espacio y conquistar el tiempo para su novela. Así, el relato crea su espacio y
su tiempo para dominarlo, recreándolos al calor de un estilo narrativo fresco, directo, generoso en imágenes y
transparente en la riqueza conceptual de metáforas siempre oportunas. Se
adentra el lector en sus páginas a golpe de palabras como latidos, de latidos
como palabras que se agarran a la vida con esa fuerza de quien parece nacer
cada día y morir cada noche.
Hay también en
el texto adjetivos adheridos a la esencia de los nombres a los que incendian
con su fuerza evocadora; adjetivos que cortejan a los nombres, adjetivos
atrevidos y provocadores en su deseo de poseer la realidad sustantiva.
Adjetivos sencillos, oportunos, vibrantes, sonoros; adjetivos convocados para
asaltar una y otra vez la tibieza a la que hemos condenado a los nombres a
fuerza de escucharlos. Hallamos proporción
y ritmo, una suerte de cadencia expresiva que se forja con la chispa y el fuego
de verbos exactos, palpitantes.
José Miguel es
filósofo; no puede, aunque lo quisiera,
esconder ni disimular esa devoción casi mágica por el poder del lenguaje.
Ni puede esconder esa inercia creativa tan suya en la que el lenguaje importa;
porque no es un instrumento más; se trata de un soporte esencial que hace y
construye cosmovisión, que regala y genera mundo, concepto... y, por tanto,
vida. Hay, de hecho, expresiones y palabras en el autor de TE PROTEGERÁN MIS
ALAS que ya son forman parte de su propio estilo literario.
José Miguel es
teólogo. Un sentido providente de la existencia sortea todo tipo de escenarios
que asaltarán al lector sin apenas respiro ni solución de continuidad. El
tiempo que sucede como línea inevitable (CRONOS), termina por caer rendido en
los brazos maternales del tiempo que se revela; del tiempo que se abre como
descubrimiento, como desafío, y también como oportunidad (KAIRÓS). Y de ese
modo, entrelazado a un vitalismo descarnado, desnudo, deposita nuestro autor en sus personajes toda la libertad para las
decisiones, la misma libertad que se torna en peso, con esa fuerza de gravedad
que solo soportan los seres humanos que parecen vivir con la fecha de caducidad
tatuada en la espalda.
Y José Miguel
es escritor; articulista elegante, ensayista profundo y propositivo, pero
inconformista a la vez ante las lecturas planas de la realidad entre las que se
adormece y –quién sabe si se marchita- una parte del mundo quizá desapasionado,
anestesiado; una parte del mundo que deambula buscando la parte del alma que
perdió en alguno de sus caminos.
Pero ahora nos
detenemos ante el novelista apasionado, quizá en el poeta que encuentra acomodo
y proyección en la prosa; acaso en el narrador capaz de seducir a la poesía
para intensificar la luz de las palabras, para perfumar la presencia de los
sintagmas con los que impulsa relatos de fuego y vida… Y lo hacemos disfrutando
de su madurez estilística y su compromiso con la realidad. De afilada técnica y
ritmo vibrante, José Miguel ya reúne en
sus escritos alguno de los rasgos de los grandes autores, que siendo
previsibles en su estilo, se muestran, después de todo, desbordantes en sus
historias, historias que ponen a nuestros pies para provocar nuestros
pasos, en nuestros ojos para transformar nuestra mirada, y en nuestro corazón
para –si así lo permitimos- agitar nuestras entrañas.
Escribía
Octavio Paz: “Las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha
sido inyectado el veneno del miedo”. ¿Qué
se puede esperar de quien ha mirado al miedo a la cara, de quien ha
sostenido la mirada ante sus negros presagios o de quien ha desafiado a los
días oscuros o a las horas marchitas que anuncian desgracias, más desgracias?, ¿qué
cabe esperar de aquellos que no olvidaron las palabras de una madre porque ni
siquiera tuvieron la oportunidad de escucharlas, de quienes robaron los besos
al viento, lanzaron sus lamentos a las estrellas o reclamaron las caricias de
la luna, porque no disponían de más techo que el abismo siempre inmenso de un
cielo abierto?, ¿qué cabe esperar, finalmente, de quienes dieron la cara hasta
partírsela por la dignidad que otros le negaron o arrebataron; de quienes
derrotaron todo lamento y saltaron la valla de la opresión, dejándose la piel y
hasta parte del alma en su intento; de quienes cruzan cada día un mar como si
cruzaran del infierno al cielo?
Y es ahí,
justo en esa tensión narrativa y su vaivén, donde se sostienen impolutos y
desafiantes unos renglones hechos versos para que alguien recuerde; las
historias de quienes son devorados por la historia, de cuantos son arrojados al
agujero negro de la pena, la desmemoria y el olvido. Ahí, donde ya no quedan lágrimas por derramar, y la risa y el llanto unen
caminos y destinos, ahí es donde navega la historia de Wentinam, de
Abalogam, del padre Antonio, Dominique, Margueritte, Arsene, de Fátima o de
Pedro, entre otros... de esa incandescente galería de personajes elevados por
el poder del encuentro sincero, de encuentros tan profundos y auténticos que ni
calculamos el beneficio ni reparamos los daños.

En definitiva,
personajes atrincherados en sus
desvelos, presos de sus sombras y esclavos de sus anhelos, a veces
soñadores despiertos empujados por un extraño vértigo; personajes que pagan el precio de vivir con monedas de sangre y
billetes de fuego; personajes, al fin y al cabo, para los que vivir es a
veces un juego y a veces un mal sueño. Personajes
para los que vivir es a veces es pisar fuerte, y la mayoría… llegar adentro.
Nos regala el
autor con esta novela tan rotunda, esa habilidad de artesano con la que explora el alma humana, sus recovecos más
ocultos, allí donde la alegría ensancha el alma, allí donde también luchamos con
nuestro tormento; nos regala esa forma tan suya de recorrer lo escarpado de
cada personaje, las aristas de su carácter o las oquedades de sus adentros. Hay
en la obra, ciertamente, el placer de pasear lo insospechado, lo inhabitado, y
de transitar incluso lo intransitable. Mantiene su prosa el eco lírico de los
primeros poetas románticos, portadores de la energía más rebelde y vitalista.
Pero subyace en cada línea, la lanza afilada y ardiente del realismo más social
y subversivo; quizá, el verbo encendido e incendiario de las batallas que
estallan dentro y se luchan fuera.
Cada encuentro
que acontece en la novela no deja de alumbrar una noble y encarnizada
conquista; asistimos a encuentros que
son batallas, batallas que no tienen otro propósito que rendir el corazón del
otro. Hay, para ello, riqueza y amplitud en el bagaje discursivo del autor.
Amplitud por la oportunidad de encontrarte un
relato cosido con el hilo de descripciones serenas y precisas, con una
enjundiosa carga visual que coquetea con el arte cinematográfico. Y un discurso
que muestra riqueza con la calidez de unas conversaciones que tan pronto
desprenden la placidez de los instantes serenos como las turbulencias de sus
escenas trepidantes; un discurso y un relato que, a pesar del ritmo que
generan, dejan un hueco al lector para ocupar el tiempo y el espacio
mágicamente creado.
En
José Miguel, la palabra se encuentran y se funden para mostrar una comunicación
personalísima, envolvente, capaz de crear una atmósfera única, reconocible, y
desprender con ella un aroma ya genuino que refresca algunos de los temas que
vertebran el conjunto de su obra: el destino, la fe, la Providencia.
El destino se
forja. Y ese forjado lo provoca nuestra actitud vital, nuestra palabra y la
acción de nuestra pequeña historia para la gran historia. La lucha valiente de cada ser humano libra con sus márgenes, que
contribuye decisivamente a la lucha de la humanidad con los grandes márgenes
impuestos y concedidos. Solo entonces emerge el sentido providente de la
existencia para rescatar al personaje del oleaje inhóspito de los días, de la
imprevisible tormenta del océano que es la existencia.
Quizá hoy es
la historia de Ventinam como la de un nuevo Moisés que al principio desconoce,
niega y hasta reniega de su origen; que huye hasta el desierto para escapar de
los miedos; hasta que una revelación providencial derriba los muros levantados.
Quizá Wentinam como un nuevo Moisés que
rompe las cadenas y sale de la tierra que lo hace esclavo y le roba el alma y
su destino; que atraviesa el desierto y sus penurias hasta, después de una
titánica travesía, respirar profundamente el aire que trae la tierra prometida
que ya se divisa. Wentinam como un nuevo Moisés que nos interpela y nos
provoca, que horada el alma de quienes nos empeñamos en sentenciar qué es la
tierra prometida: ¿el lugar al que se llega o el lugar que tu vida, tus
desvelos, tu lucha merece y que, en consecuencia, tus descendientes disfrutan?
Tuvo Moisés como tiene Wentinam, el anhelo y el reto; la lucha…, y en ella su
premio.
Después de todo,
cuando las negras sombras nos acechan,
solo nos queda la fe, aquello que nos impulsa a dar el salto sin tenerlo
todo atado; aquello que nos empuja a no medir la distancia del salto porque ya
no queda más suelo; porque ya no queda nada más que perder una vez que todo te
ha sido arrebatado. Entonces compruebas, como sucede con Wentinam, que no hay desiertos intransitables, sino
motivos inconsistentes.
Siento, que TE
PROTEGERÁN MIS ALAS es la historia de un robo, de alguien que posee esa capacidad en desuso para movilizar tu corazón y
cambiar el orden de tus latidos. La historia, por mejor decir, de quien secuestra por unos instantes tu
corazón para devolvértelo instantes después siendo ya otro.
Novelas como
esta hacen que sientas que no callarán
la historia de los que no tienen voz, ni silenciarán el alma de quienes gritan
en el silencio de la noche; no lo harán porque, hoy, como siempre, la providencia se hace hueco en nuestros
días para susurrar al oído la melodía de sus promesas.
Te protegerán mis alas, José Miguel Núñez. Ediciones Carena. Barcelona, 2015.