“Lo
que más marcó en el club fue su carácter.
Tenía inteligencia interior”
Jorge
Valdano
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Y
una semana después sucedió lo inevitable; aquello que había sido presagio y que
-como quien esperase una cita mayor- ya nada ni nadie pudo reprimir. Era una
noche algo fresca, pero en la que el otoño aún permitía la manga corta en el
Bernabeu. Corría el minuto 36 de un partido disputado entre merengues y
colchoneros. Laudrup avanza desde la medular del centro del campo, dejándose
caer ligeramente hacia la banda izquierda con el balón pegado al pie. Zamorano
marca el movimiento de desmarque que arrastra y desorienta a la defensa
atlética. Y entonces, llegando desde la derecha y buscando el área como quien intuye
la presa cercana, aparece un depredador con los colmillos afilados y una carrera
enfurecida, con un hambre tan voraz que toda resistencia pareció inexistente.
Tras una mágica asistencia con el exterior de su compañero, aquel animal
futbolístico puso el balón allí donde habita lo inaccesible para el cancerbero,
como quien apunta y da con el lugar donde los depredadores ponen el colmillo
para asestar su mortífero y definitivo mordisco…

Instinto,
sobre todo instinto, pero también otros factores, tales como la voluntad, la disciplina,
la pasión, la calidad, o el talento. Veinte años después de su estreno, en “el
7” descubrimos al futbolista que, con su trabajo infatigable, ha elevado a
talento el instinto; descubrimos al futbolista que incluso estuvo por encima de
su cuerpo. Y es que cuando la inteligencia logra canalizar el instinto surge y
se desata el genio. Y sí, quizá Raúl no tenía nada especial, no había un aspecto
por el que pudiéramos reconocer su talento; era su inconfundible todo, esa
manera tan terca y audaz de reunir lo más valioso de sí lo que ha conseguido hacer como
pocos.
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