“Corremos
el riesgo de llegar a los demás como meros objetos
a
los que podemos acceder”.
Turkle.
Con
el libro La generación APP, Katie
Davis nos ofrece una rica reflexión sobre el impacto que la realidad de las
aplicaciones está teniendo en la vida de los jóvenes, pero también –por contagio
y extensión- en la de los adultos. Y entre sus renglones, rescata una cita de
Ellul lo suficientemente elocuente como para compartirla y digerirla: “pensar que la tecnología no hará más que
dominar nuestra existencia material es una muestra de ingenuidad. Estos dispositivos
abren paso a un cambio fundamental en la psicología humana”.
Ciertamente, el mundo de la tecnología en general, y el
de las aplicaciones de manera muy particular, está creando una nueva conciencia
de sí mismo, de los demás y del conjunto de la realidad circundante; una
nueva microvisión y macrovisión en la que el ser humano es
sujeto y objeto. Así, la brecha abierta entre los considerados nativos digitales, los inmigrantes digitales y –por supuesto-
los analfabetos digitales se expande,
como se expande con ella esa concepción del mundo tan singular.
Pocos expertos
en educación, psicología, sociología o antropología evolutiva, entre otras
disciplinas complementarias, dudan de la influencia y el impacto que las APPS están ejerciendo en cuestiones tan fundamentales como la identidad, la
intimidad y la creatividad de los individuos. El modo en el que se vertebra el
ser individual, la manera en la que establecemos nuestras relaciones y abrimos
nuestra intimidad con los otros (alteridad) y la propia capacidad creativa e
imaginativa se ven claramente afectadas por la tecnología que nos envuelve y
desde la que hemos establecido la mayor parte de nuestro desarrollo. Puede que,
en cierto modo, la relación, uso y dominio de la tecnología determine hoy, como
en otro tiempo lo determinaban otras cuestiones, la pertenencia generacional.
En este
sentido, podríamos distinguir entre dos grandes categorías de aplicaciones, las
que generan dependencia y aquellas otras que generan capacitación y promueven el
desarrollo del pensamiento y la creatividad. Sugerente al respecto es la
reflexión de Nicholas Carr, quien expresa que, “por su velocidad, la era digital fomenta el pensamiento superficial,
malogra la lectura y la reflexión sostenida que favoreció la era Gutenberg”.
Nos deberíamos preguntar, al respecto, en
qué espacio del homus technologicus nos
situamos, si en aquel en el que se encuentran las personas app-dependientes o, por el contrario, en aquel otro donde permanecen
los app-capacitados.
Las APP-dependientes
trazan rutas establecidas, caminos marcados; dispensan soluciones unívocas y
generan un pensamiento unidireccional y dependiente. Mientras que las
APP-capacitadoras proporcionan horizontes y no caminos establecidos ni rutas
marcadas; generan un tipo de pensamiento alternativo, constructivo y autónomo.
En cualquier
caso, vivimos en un mundo rodeado de
dispositivos digitales que, a través de sus innumerables aplicaciones, parecen
dispensar soluciones de todo tipo a todo tipo de situaciones. Basta reconocer
una dificultad, un problema más o menos extendido para a continuación crear una
aplicación que lo solvente con más o menos acierto. Un mundo en el que ser humano, en plena revolución tecnológica, se está
convirtiendo en un avezado cazador y devorador de estímulos. Sin ellos, sin
el contacto permanente y continuado de estímulos, el ser humano incluso llega a
desarrollar un síndrome de abstinencia con toda la sintomatología que lo hace
reconocible.
Después de
todo, en esa conciencia nueva de sí mismo, de los demás y del mundo, lo siguiente, a modo de rasgo inequívoco de
la Generación APPS, puede ser –si de
hecho no lo es ya- entender las personas
y el mundo como una gigantesca aplicación, donde el principio de utilidad
siempre esté por encima del principio de vitalidad. ¿Qué supone todo
esto?...
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