“Corremos
el riesgo de llegar a los demás como meros objetos
a
los que podemos acceder”.
Turkle.

Ciertamente, el mundo de la tecnología en general, y el
de las aplicaciones de manera muy particular, está creando una nueva conciencia
de sí mismo, de los demás y del conjunto de la realidad circundante; una
nueva microvisión y macrovisión en la que el ser humano es
sujeto y objeto. Así, la brecha abierta entre los considerados nativos digitales, los inmigrantes digitales y –por supuesto-
los analfabetos digitales se expande,
como se expande con ella esa concepción del mundo tan singular.
Pocos expertos
en educación, psicología, sociología o antropología evolutiva, entre otras
disciplinas complementarias, dudan de la influencia y el impacto que las APPS están ejerciendo en cuestiones tan fundamentales como la identidad, la
intimidad y la creatividad de los individuos. El modo en el que se vertebra el
ser individual, la manera en la que establecemos nuestras relaciones y abrimos
nuestra intimidad con los otros (alteridad) y la propia capacidad creativa e
imaginativa se ven claramente afectadas por la tecnología que nos envuelve y
desde la que hemos establecido la mayor parte de nuestro desarrollo. Puede que,
en cierto modo, la relación, uso y dominio de la tecnología determine hoy, como
en otro tiempo lo determinaban otras cuestiones, la pertenencia generacional.
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Las APP-dependientes
trazan rutas establecidas, caminos marcados; dispensan soluciones unívocas y
generan un pensamiento unidireccional y dependiente. Mientras que las
APP-capacitadoras proporcionan horizontes y no caminos establecidos ni rutas
marcadas; generan un tipo de pensamiento alternativo, constructivo y autónomo.
En cualquier
caso, vivimos en un mundo rodeado de
dispositivos digitales que, a través de sus innumerables aplicaciones, parecen
dispensar soluciones de todo tipo a todo tipo de situaciones. Basta reconocer
una dificultad, un problema más o menos extendido para a continuación crear una
aplicación que lo solvente con más o menos acierto. Un mundo en el que ser humano, en plena revolución tecnológica, se está
convirtiendo en un avezado cazador y devorador de estímulos. Sin ellos, sin
el contacto permanente y continuado de estímulos, el ser humano incluso llega a
desarrollar un síndrome de abstinencia con toda la sintomatología que lo hace
reconocible.
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