Por mucho que
nos empeñemos en aplazarlo, llega siempre ese momento crucial al que te
enfrentas con tu más indulgente enemigo, el más compasivo, aquél que puede
dañarte incluso sin notarlo con el mismo aire que respiras, tu sombra, esa versión cómoda y
desapasionada de uno mismo. Es como si estuviéramos apostados en las faldas
de nuestra propia montaña, en esas primeras estribaciones que anuncian la
pendiente exigente que viene, y entonces nos asalta la duda, la primera y más
desconcertante inseguridad, ésa capaz de zarandear las que hasta ese momento
crees tus seguridades.
Con el
propósito de afrontar con cierta garantía las situaciones complejas que nos
asaltan, nos planteamos la búsqueda de
la mejora personal, una mejora que se quede, aquélla que supere la informe
complicidad de los estímulos externos. Y, a menudo arrastrados por la atmósfera
competitiva que nos envuelve, nos afanamos en la configuración de una
estructura personal dotada de los más valiosos recursos. Empujados por un
despechado arrebato de dignidad, tratamos de dotarnos de aquellas herramientas que
gestionen con éxito esas imprevisibles circunstancias.
Y en medio de ese
mar embravecido en el que navegamos aparecen métodos de trabajo de toda naturaleza e intención para personas, grupos
y equipos. Todos y cada uno de ellos tratan de aportar esa mejora que
contribuya decisivamente. Y entre esta catarata de sistemas aparece el coaching, al calor del que ha surgido
una abigarrada serie de propuestas, muchas de ellas interesantísimas, pero
también encontramos algún que otro desenfocado intento, reducido a gruesos e
ineficaces recetarios que pretenden elevarse a la categoría de pócimas, acciones
que terminan cayendo en un conjunto inconexo de consejos que tratan de ingerirse
en cómodos y reconfortantes plazos.
Parece que descubrimos en el coaching algo más que una pose estética
esculpida por el exquisito dominio de un arte, la oratoria. Sí, más allá del
universo logocrático en el que
susurran voces almibaradas, encontramos corazones
capaces de despertar espíritus adormilados.
Se trata, por
supuesto, del potencial de la palabra sobre los labios, entrelazada en la
mirada penetrante, agazapada entre gestos sonoros, el poder del mensaje
prendido a unas manos rebosantes y cosido a las emociones de personas dotadas
de un don especial. Pero no sólo de eso. Hay entre las rendijas de su acompasado
discurso un embriagador aroma a vida que impulsa y estalla sin remisión. Incontenible,
el hambre voraz que suscita dentro todo coach hace estallar las costuras del
alma anestesiada, para sentirse por fin capaz entre un mundo por las
sombras bañado.
De este modo, no
genera adicción, no subordina ni establece relaciones de dependencia, el verdadero
coach libera y no ata a nadie a su
suerte o influencia. Llegado el momento, se va sin ser notado, porque la fortaleza creada surgió del interior
de la persona, del círculo íntimo del equipo; y en ese poderoso ejercicio basa
su sentido, en el descubrimiento convertido en recurso de buscar dentro las posibles respuestas que requiere lo de fuera. Así
parece entenderse la interacción creativa del coaching, en ese maravilloso despliegue que provoca el inagotable
arte de sugerir.
Hola Gabino. Veo que entendemos el coaching de una manera muy parecida. Estamos de acuerdo en su esencia y en que el verdadero crecimiento surge del interior de las personas. De esa forma el coaching a diferencia de otras disciplinas no crea dependencia y libera el potencial de la persona. Seguiré tu blog muy de cerca y te invito a visitar el mío de reciente creación para que tu también lo enriquezcas con tus comentarios y sugerencias. Un abrazo.
ResponderEliminarhttp://misinsights.blogspot.com.es/
Gracias por tu comentario, Enrique. Celebro que estemos en la misma sintonía y visión. Enhorabuena por tu blog y a seguir adelante.
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