La calidad de tu motor. La motivación tóxica y la motivación sana.


"El éxito no es el resultado de una combustión espontánea. 
Tú tienes que encenderte primero."
Fred Shero.

    La motivación no siempre te hace más fuerte. Puede parecer contradictorio, pero, observado con cierto detenimiento, es la realidad que en forma de paradoja se impone. No conviene afirmar gratuitamente que toda motivación alimente ese espíritu indómito que sustenta la fortaleza humana. Más aún, diríamos que incluso existe la posibilidad de que, cierto tipo de motivación, suponga una inyección letal que dosifica imperceptiblemente su inadvertido principio activo, o pasivo, por mejor decir.
Sea como fuere, con el razonable propósito de conseguir lo mejor de uno y de los demás, quizá con la intención de obtener resultados superiores, la motivación, y todo lo que le rodea, se ha convertido en una cuestión recurrente para los que con devoción analizan claves de rendimiento personal y de equipos. Todo por la motivación, pero… ¿cuándo llega a convertirse la motivación en un desconcertante enemigo que horada el alma combativa y competitiva de la persona y los equipos?
Bien es cierto que, más que de las consecuencias o los efectos en sí de la motivación –la mayoría sólo se fija en éstos-, todo depende de la fuente, del origen de ésta, de su procedencia, del motor que la propulsa para convertirse en una fuerza incontrolable. En este sentido, se podría argumentar algo como “dime de dónde procede tu motivación y te diré hasta dónde podrás llegar con ella”. De modo que establecemos una diferencia muy sutil, pero al mismo tiempo muy evidente, entre una motivación tóxica y otra motivación sana.
  Así, de la motivación tóxica destacamos un fenómeno que se extiende con la facilidad de una plaga: el requerimiento permanente del estímulo exterior para disponer de la necesaria motivación, algo que inevitablemente conllevará una dependencia que conduce a la debilidad. El fundamento de este tipo de motivación está basado en la cultura de la eficacia, de modo que valora el resultado por encima del proceso que sustenta esa actitud motivada y motivadora. La emotividad, en este caso, domina el marco de la interacción personal y colectiva.
El punto de inflexión para la persona o el equipo viene en el momento en el que no aparece el citado estímulo externo de manera prolongada, quedando obligación de mirar hacia dentro para encontrar los resortes que ahora sustenten y mantengan el espíritu, el carácter que llevará a la consecución de los objetivos o los retos.
Queda ya entonces esbozada la motivación sana –blanca, si se prefiere-, marcada por el rasgo inequívoco de fortaleza interior de la persona o el equipo. Este tipo de motivación hunde sus raíces en los argumentos que la misma persona ha ido alojando en su espíritu a lo largo de toda su vida.
Su capacidad de éxito la proporciona su libertad respecto de los estímulos externos y los condicionantes de afuera. En este caso, la emotividad deja paso a lo emocional, que gestiona el marco relacional con el equilibrio y la ponderación de quien no contempla la estridencia como estilo de vida. Al mismo tiempo, la motivación que nace de la interioridad de la persona o los principios/valores del equipo se muestra efectiva; no se aferra a la urgencia como modo de proceder. Atenta siempre al exterior, no abandona sus claves de análisis y actuación, apreciando la capacidad y soporte de los procesos por encima de los resultados.

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