De la tiranía del tardo-relativismo.

“Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros”
Groucho Marx
       La idea-mito-teoría de ascenso y caída, la mentalidad de ciclo, el ineludible carácter autodestructivo de los movimientos, la caducidad de los espacios, o la necesidad de las ideas perennes continúa haciendo mella en las entrañas de la persona y la sociedad. Hemos llegado a confundir el paradigma de la oportunidad del cambio en tiempos de crisis por el de la fragmentación como adaptación y respuesta para todo. 
Vivimos los efectos lógicos de la entronización de lo efímero, que ha terminado por esclerotizar nuestro espíritu y lo ha desprovisto de horizonte significativo. La tiranía de un demacrado tardo-relativismo proclamó un hedonismo ramplón y desapasionado, difícil, por tanto, de contrarrestar. Ya envejecido y manoseado por sus aduladores y proclamadores, esta forma de relativismo gestiona con la indolencia de siempre y con un renovado desafecto por el ser humano; coletazos inconexos de frustración que no conviene simplificar ni infravalorar.
         Convencidos de la capacidad de transformación de la realidad, tratamos de abrir surcos en los que asiente la semilla de la libertad. Y a esperar, a la esperanza activa… Así, por esa parte insoslayable de un mundo convulso y sobresaltado que nos conmueve y duele, tenemos la obligación y el compromiso de superar el miedo que pudiera atenazarnos. Consiste en alzar la vista y encontrar el sentido que tiene el esfuerzo de cada uno por hacer de nuestro mundo un mundo mejor. Mejorar tu mundo es mejorar el mundo.
Para ello, no podemos rendirnos ante la supuesta decadencia de la virtud que algunos cacarean con esa macilenta sonrisa que vende modernidad a cómodos y mortíferos plazos. Nada nuevo, la virtud jamás decae, se postran quienes deciden justificarse en este argumento para no comprometerse con sus hijos, con su hermano, sus padres, con sus vecinos, su gente, su pueblo…; nadie puede robarnos la noble grandeza de aspirar a llenar lo íntimo, aunque en ocasiones nuestra fragilidad no acierte a hacerlo.
No aceptar la imposición me parece muy razonable y progresista, pero más aún me parece hacerlo de todo, no sólo de aquello que me interesa o dependiendo de la procedencia. Nuestra sociedad no estará dispuesta a creer en lo que se impone, y hará bien en hacerlo. El individuo libre, la sociedad instruida creerá en lo que descubre e interioriza. El principio de convicción será soporte de la persona inteligente, que ha interiorizado y razonado. Ésa es la clave de quien considere su planteamiento válido para el entorno en el que convive: saber que se dirige a una libertad, a una libertad muy preparada que desea y ama tanto para sí como para el otro.
En medio de ese decrépito y decadente escepticismo tardo-relativista complejo y multiforme, emergen nuevos valores con brillo. La coherencia y la credibilidad constituirán verdaderos baluartes en la influencia de personas y grupos. Nada se posee, todo se conquista y se vive; pero nada se posee, aunque seguimos en esos esquemas de pensamiento estáticos y materialistas que frustran a innumerables generaciones con el síndrome del coleccionista permanentemente insatisfecho.
Todo lo que te llena lo sientes, lo vives; la materialidad es una expresión válida, pero provisional, perfecta fugacidad de algo mucho más profundo que anhelas desde lo íntimo. La felicidad, como el equilibrio, no se posee, se conquista y se vive para volver a esa conquista misteriosa y profunda. Tú eliges nivel y exigencia en el juego, con tu esfuerzo y dedicación avanzarás pantallas insospechadas.

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