¡Tú, Don Quijote!

“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida”.
Miguel de Cervantes. El Quijote. Segunda Parte. Cap LVIII.

        Ni cuatrocientos años ni cuatro. No te sientas en la obligación de reconocer la figura de Miguel de Cervantes, ni mucho menos el valor del Quijote; no sucumbas a la tentación de adentrarte en sus renglones o empacharte de páginas como si no costara solo por darte la importancia de haberlo leído. No, no te sientas en la obligación de todo ello por mucho que insistan los medios; no te sientas en la obligación, a menos que hoy, como hace cuatrocientos años, sientas que ninguna ficción ni sueño se construye desde un escenario vital distinto de la realidad. ¡TÚ, DON QUIJOTE!, porque, de algún modo, también encontramos a nuestro lado…

A.    Un Sancho empujado a subirse en la locura de otros para obtener un bien personal; un Sancho empeñado en lanzarse a lomos de su tierna ignorancia incluso para alcanzar el objetivo para el que no se siente ni llamado ni preparado; un Sancho contrapunteando, incluso desde su rancia inocencia, la esperanza de unos pocos soñadores. También un Sancho lleno de bondad buscando la tranquilidad de quien se complica y hace demasiado atrevida la existencia.

B.    Amas y sobrinas dispuestas a hacer de la compasión la excusa perfecta para mantener a su lado la versión más gris de quienes respetan y quieren; amas y sobrinas que procuran la protección que nadie pidió. Amas y sobrinas que demuestran que solo los buenos deseos y la buena voluntad no bastan para decidir lo mejor para otros sin tenerlo siquiera claro para nosotros.


C.    Un Maese Nicolás -el barbero- que, por afeitar, afeita hasta las ilusiones ajenas, ya que las propias parecen rasuradas por el filo de una mediocridad consentida con el golpe seco que la rutina asesta.



D.    Un Pedro Pérez -el cura-, que en el fondo comparta tu sueño pero se sienta incapaz de vivirlo; que impide que otro pueda experimentarlo solo porque él a sí mismo se lo niega, quién sabe si por indecisión, incapacidad o hasta por falta de voluntad.

E.    Un sabio Frestón al que responsabilizar de los desencantos inesperados y repetidos, que nos permita justificar esa secuencia de pequeños fracasos que, a pesar de todo, no consiguen rendirnos.

F.     Un Sansón Carrasco decidido a descabalgar a la locura de ese Rocinante desvalido y frágil que la sustenta; a convertirse en cualquier otro que ensartar pudiera con su lanza y espada los propósitos más nobles y tiernos del ser humano; a derrotar y desposeer de su  honra a quien no hace más daño que vivir su sueño y construir su destino.

G.    O cualquiera de los personajes que traen los días y las circunstancias que, ni siquiera con mala intención, tratan de protegernos de nuestros sueños y anhelos.


        ¡No leas el Quijote, alma de cántaro! Al fin y al cabo, para leer el Quijote más que tiempo, necesitaríamos propósito; habría, de alguna u otra forma, que tener o hacer ganas de querer cambiar la realidad -tu realidad- con esa pizca de locura que requieren, además, los mejores sueños; sí, los de cada uno, y no los de los otros. ¡TÚ, tus propósitos y la pasión de DON QUIJOTE!

No hay comentarios:

Publicar un comentario