“Una
de las grandes desventajas de la prisa es que lleva demasiado tiempo”
G.
K. Chesterton.
Las señales horarias de la radio indicaban las ocho. Los primeros claros del día se dejaban ver
al salir de la cochera en dirección al colegio. No era ni
tarde ni temprano; más bien la hora prevista, pero ni siquiera eso me hacía
bajar en modo alguno la guardia…
-Papá, ¿vamos hoy tarde? –pregunta el
pequeño bien pertrechado en su silla.
Inclino levemente el cuello para mirarlo
por el retrovisor. Vuelvo la vista a la calle y digiero sus palabras después de
haber masticado su inocente dureza. Y espera una respuesta como quien espera el autobús en
una parada de la periferia.
-No, hijo. Hoy vamos bien –resuelvo sin
mostrar demasiada convicción.
-¡Lo hemos hecho bien, hemos sido muy
rápidos!, ¿verdad?
-Claro, claro… Lo habéis hecho genial.
Sin embargo, una mueca de insatisfacción
interior me rasga por dentro y cierto regusto amargo recorre mi cuerpo hasta
que un semáforo en rojo me devuelve a la prisa que necesito para no sentirme del
todo mal.
De
los padres de la prisa solo pueden
salir los hijos de la urgencia y la
culpa. Porque creo que esa, sobre todo, es la parte fundamental y dominante de
la herencia emocional que podemos legar a aquellos que decimos amar sobre todas las cosas. Se abre paso
entre su modernísima inocencia un perfil de niños premaduros, pacientes del virus de la prisa en el que sobreviven
sus padres en su vertiginoso día a día; niños programables y programados para incluso sentirse libres en la inocua y fría dictadura
de la actividad.
Sin
intención de juzgar, y solo pretendiendo dejar constancia de ellos, podríamos cifrar al
menos cuatro rasgos inconfundibles que identifican a esos niños premaduros que aprenden y tratan, de
agradar, por encima de todo y antes que a sí mismos, a los padres de la prisa:
1. URGENCIA. La vida es una continua urgencia que
atender, de manera que cualquier espacio de tranquilidad se convierte en un
inquietante momento que desconcierta por su insoportable pausa.
2. IMPACIENCIA. La vida es el instante inaplazable
que devoramos o nos devora. Se vive bajo el dominio del “lo quiero aquí y ahora”, y se confunde la intensidad y la
presencia con la precipitación y la prisa.
3. PRAGMATISMO. La vida es un incesante banco
de pruebas que superar, un listado de tareas que hacer bien… bueno, mejor brillantemente.
El sentido de utilidad domina la relación con el mundo y las personas. Se tacha lo que no vale, lo que deja de ser útil o puede entretenernos.
4. INFLEXIBILIDAD. La vida es un plan trazado
que cumplir, un camino marcado que recorrer, una línea de la que no hay tiempo
de salirse. Cualquier distracción inoportuna genera una ansiedad perceptible.
Un rasgo apreciable de los padres de la prisa -bueno, también el de todos- es su deseo ardiente de que llegue el fin de semana para ralentizar el ritmo, espacio en el que, paradójicamente, luego se sienten confundidos e indefensos ante su inconfesable dependencia de la prisa. Esclavos del ritmo que no saben atajar ni parar, sufren en estos momentos de cierto sosiego el irascible estrés de la pausa.
Al fin y al cabo, para muchos de estos niños, la vida llega a percibirse en ocasiones como unos padres a los que agradar de comienzo a fin, como una expectativa que atender y cumplir incluso antes que el desarrollo de cualquier autonomía, juicio, criterio...
Al fin y al cabo, para muchos de estos niños, la vida llega a percibirse en ocasiones como unos padres a los que agradar de comienzo a fin, como una expectativa que atender y cumplir incluso antes que el desarrollo de cualquier autonomía, juicio, criterio...
Qué tal, como atrevida alternativa, la vida como descubrimiento frente a esa vida como conquista; qué tal, como osada alternativa, la vida como espacio de creación y creatividad, como capacidad de asombro y sentido de la contemplación; la vida como interioridad generada, asumida, querida y compartida. Intuyo que para todo eso habrá antes que neutralizar algo de la prisa de muchos padres como yo, porque hay algo peor que el sentido de la urgencia en que hacemos que vivan, se trata del sentimiento de culpa que desarrollan por no responder de la manera más efectiva.
Acertadas importante artículo Gabinete, quizás, no estaría de más, recordar la parábola del pescador del lago al que su vecino le invitaba a pescar más. Os la recomiendo vivamente, porque nos hará ver la vida de otra manera.
ResponderEliminarOs dejo el enlace por si os apetece.
http://vidaenpositivo.org/index.php/el-cuento-del-pescador-y-el-empresario/