“Para
convencer hay que persuadir. Y el arte de la persuasión solo puede comenzarlo
quien goza de credibilidad ante su equipo”
En Competir con el alma.
El
diccionario de la RAE, en su octava acepción, define la entrada patrón como “hombre que manda y dirige un pequeño buque mercante”, y solo una
acepción después –la novena- considera patrón como “el modelo que sirve de muestra para sacar otra cosa igual”. Se trata
de esto, precisamente, del patrón del patrón.
El
ejercicio del liderazgo tiene ese juego a veces caprichoso, generoso y cruel a
un tiempo, en el que también entrenadores, equipos y proyectos deportivos se
ven necesaria e irremediablemente envueltos. Como cualquier otra organización, estructura o maquinaria creada para
la implacable dictadura del resultado, los entrenadores son protagonistas –héroes
o víctimas en cuestión de minutos- de una
obra a la que asisten los espectadores más dispuestos a la emoción que cualquier
otro espectáculo pudiera imaginar.
En
este sentido, apreciamos estructuras con patrones (líderes) con patrón (modelo);
pero también las hay con patrones (líderes) sin patrón claro (modelo), o patrón
indefinido, o en crisis; incluso podemos observar patrón (modelo) que sobrevive
a ciertos patrones (líderes). Puede ser una cuestión apreciativa y, por tanto,
subjetiva, abierta a la consideración, el debate y la rica polémica.
Nos
parezca más o menos atractivo el modelo; obtenga o no los resultados deseados, el caso es que equipos como el Bayern, el Chelsea, o el
Atlético de Madrid –por poner sobre el terreno tres competiciones
diferentes- reflejan claridad en el espacio
del patrón y en la existencia de patrón de juego. Mientras que otros proyectos
deportivos, que obtienen incluso resultados y algún que otro título, carecen de
patrón, empiezan a carecer de este o se encuentran en una necesaria y cíclica crisis
de patrón. Vamos a abordarlo, esta vez, analizando al FC Barcelona.
Podríamos verlo en otros proyectos, sí, pero como quiera que algo de esto parece suceder en el Barcelona de Luis Enrique, nos centraremos en este caso. Bueno, para ser
más precisos, en el Barcelona de Luis Enrique, en el Barcelona de los jugadores
y el Barcelona de los directivos o la afición. Entiendo, además, que hay una serie de síntomas que lo hacen
visible y analizable incluso para cualquier analista desde el punto de vista de la
sociología del deporte o la estructura de las organizaciones.
Antes
de nada, parece razonable que la sociedad (el Barcelona institución) encargue
el proyecto a un líder experto o gerente (Luis Enrique) para que conduzca al
equipo de trabajo (jugadores de la plantilla) a los mejores resultados posibles
(títulos) con el mejor modelo posible (patrón de juego), para mayor
satisfacción de sus destinatarios-clientes (afición-masa social). Y en esta
compleja correa de distribución encontramos
una sintomática fisura en la parte que une a gerente y equipo de trabajo por la
cuestión del modelo o patrón, algo que puede afectar o estar ya afectando al
resto de los elementos de toda la correa. Pero, ¿Cuáles pueden ser
exactamente las razones desde la perspectiva de la sociología del deporte o la
estructura de las organizaciones? Veamos:
1. Desde el liderazgo. El líder –Luis
Enrique- es una persona competente, con amplia experiencia y una cualificación
contrastada. Pero no basta, o solo la experiencia o el currículum no es
suficiente. El liderazgo no se proclama; más bien se otorga o concede.
2. Desde el modelo o patrón. La vigencia
de un modelo o patrón asumido por la institución, pero que –no sé si comparte o
no, supongo que sí- no parece capaz de mantener y hacer evolucionar. La sombra
alargada del patrón Cruyff-Guardiola pesa aunque sea eso, sombra.
3. Desde la comunicación. La sintonía
con su equipo de trabajo (plantilla) no parece la mejor desde fuera, con la
consiguiente complejidad a la hora implantar las necesarias y lógicas variaciones
que su patrón –como el de cualquier otro líder- requiere.
4. Desde la credibilidad. Consecuencia
de la anterior. Para estas alturas bien parece que nadie cree en nadie. Se
acabó el amor –si es que alguna vez lo hubo- aunque sea conveniente mantener la
relación hasta que se guarden las cámaras y se apaguen los focos.
El tipo de liderazgo que surge desde la ausencia
de credibilidad sobre tu equipo no puede ser consistente ni duradero. Puede resolverse
desde un extremo de la relación o del otro. Y creo que el Barcelona de los
directivos, doblando la cabeza hacia el Barcelona de los aficionados, ha
elegido y no tiene dudas al respecto. Luego entonces, pierde
el patrón, su credibilidad salta por los aires y, por tanto, ya no parece cuestionable
ni pertinente un debate sobre el valor de unas ideas sin aparente
aceptación y vida entre su equipo; ni tampoco sobre sus métodos o su patrón de juego. La realidad o situación enjuiciable parece otra, puesto que al mando está el equipo, que lo va a mantener hasta que le interese.
Luis Enrique se encuentra entre las garras del liderazgo reversible, ese que sobrevive en el espacio muerto que habilita el tira y afloja entre el líder y su equipo; ese que se arrastra en el desierto de la desconfianza; ese que se empeña en conjugar el verbo mandar y destierra el verbo inspirar; ese en el que, al fin y al cabo, el líder se sabe
desposeído de su autoridad, sin aparente mando ante el equipo, pero responsable
de cualquiera de los contratiempos que están por llegar, porque será en ese momento -entonces sí- cuando su equipo le reconozca el liderazgo que ahora le cuestiona y le niega.
Pero ya hablaremos del liderazgo reversible con detenimiento en otro momento…
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