“Nunca
es demasiado tarde para ser la persona que podrías haber sido”.
George
Eliot.
Es
posible que te encuentres atravesando un momento delicado; de algún modo, todos
lo vivimos. También es posible que lo hayas pasado y conserves su huella en
forma de cicatriz mental o emocional. Cabe la posibilidad de que todo hasta
ahora haya sido plácido en tu vida. Sí, es posible. Pero, de ser así, no te
extrañes si de pronto cambia el viento, viene el rostro adverso de los días y,
por alguna razón que incluso en este punto desconoces, pretende quedarse. No importa,
lo mejor de cada desierto es la
fortaleza con que su experiencia condecora tu alma.
En cualquier
caso, a pesar de que ciertas sombras traten de cernirse sobre nuestros pasos,
se puede vivir en la certeza de que nada
de lo que en esencia somos se apaga del todo. Se puede vivir con la
seguridad de que parte de lo que en esencia somos, y que aún no hemos
desarrollado, terminemos por descubrirlo de una vez y lleguemos a vivirlo, a
compartirlo, y, por supuesto, a disfrutarlo. Así es el ser humano en su
sencilla pero maravillosa complejidad.
Buena parte de nuestro crecimiento y
desarrollo personal pasa por mirarse dentro, asombrarse de ese espacio tan
singular y entenderse con la propia interioridad; por trabajarse esa estructura
personal que nos sostendrá y también nos impulsará. Buena parte de esa
oportunidad para impulsarse pasa por no tener miedo y emprender definitivamente
la aventura de adentrarse y conocerse; pasa por respirar profundo y reconocerse en la profundidad del ser que eres,
quieto y dispuesto al mismo tiempo.
Y entonces…
¡estallas!, tienes la sensación que solo vives para expresar y compartir tu
persona, radiante y vulnerable a la vez. Y entonces, la inspiración te envuelve porque vives en y desde la experiencia de encontrarte,
de descubrirte, de comprenderte. Entonces vives en la continua necesidad de
alinearte con el ser humano que en esencia eres. Y para entonces, el talento se
convierte en expresión natural y limpia de tu don; y la creatividad, en el
torrente incontenible que canaliza esa energía que va de dentro hacia fuera como
una fuerza centrífuga vital realmente mágica.
Si hay pulso, hay vida; si hay vida, hay llama, por muy
inconsistente que podamos sentirla en esos desconcertantes instantes de zozobra
vital. No muere la esencia mientras tu
corazón lata; está presente en tus latidos de cristal que parecen quebrarse
entre el ruido caótico de los días inconexos, desapasionados. Pero no muere la
esencia porque avivar el fuego del ser
depende de nosotros. Se trata primero de una decisión, de resistir el ciclo
caprichoso de las emociones; de querer después esa luz que eres y provocar así las
condiciones que la impulsen. Nadie es
tan débil como para no encontrar la fuerza que tiene dentro.
Al fin y al cabo, la prueba de
haberte encontrado parece bastante sencilla. Sabrás si has llegado de un modo precioso y verdaderamente valioso. El viaje al centro de tu
corazón te empujará irremediablemente a salir, a emprender ese camino de vuelta
que, después de todo, solo encuentra en el otro la posibilidad anhelante de completarse. La esencia
humana es, en definitiva, vivir la experiencia de encontrarse, conocerse y comunicarse
abiertamente…, trascender.
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