“El pesimista
se queja del viento.
El optimista
espera que cambie. El líder arregla las velas.”
John Maxwell
El éxito de la
alta dirección y los directivos en las organizaciones no va siempre asociado a
la perfección personal, entre otras razones porque, sencillamente, no existe. De
hecho, quienes la proyectan tienen luego dos opciones ante sí: o la necesidad
de replantearse su modelo de liderazgo o, de otro modo, la obligación de cavar
una trinchera que, con frecuencia, termina por dinamitar el puesto, fagocitar el
proyecto y, lo peor, dañar la persona.
El modelo de
liderazgo tiene mucho que ver con nuestras convicciones, con nuestra
preparación, con nuestra trayectoria, también con nuestra experiencia. Pero,
sobre todo, nuestro liderazgo habla,
por encima de cualquier otra cuestión, de
nuestra personalidad; del modo en el que gestionamos nuestras creencias,
emociones, energía... y de la manera en que todo esto impacta y afecta al
entorno liderado.
Si bien parece
complejo dar con la fórmula del éxito, no parece tarea tan difícil trazar una
serie de claves que dibujan el contorno de un liderazgo tóxico. Y es que la tensión evolutiva de las organizaciones
la viven todos sus miembros; su realidad dinámica se hace patente a fuerza de
haber caído una y otra vez, y de haberse levantado y recrearse en otras tantas
ocasiones. De ahí que puedan advertirse alguno de los rasgos de un liderazgo
tóxico que debilita las estructuras organizativas y amenaza con llevarse
por delante a los proyectos y arrastrar con ellos a las personas que los
sostienen y procuran su vida.
1. Respecto a la organización. El líder
tóxico gasta gran parte de su energía en hacerse un espacio dentro de la
organización. Forma parte de sus prioridades. Legítimo, por supuesto, si no
fuera por lo que está dispuesto –y a quienes está dispuesto- a dejar en el
camino hasta llegar a crear ese sitio. De modo que no repara en mostrarse muy atento,
complaciente y hasta servil con quienes son sus jefes y tienen en su mano elevarlo al altar del poder. Su propósito está claro y,
llegado el momento, utilizará expresiones como dar la vida por esta empresa cuando lo que quiere expresar es su firme
e indiscutible convencimiento de que nadie, sino él, está tan preparado y lo
merece tanto. Hay un componente de ególatra suficiencia que lo distancia de la
realidad y lo sumerge en una espiral centrípeta.
2. Respecto al proyecto. El líder
tóxico no lo considera el proyecto organizacional o institucional, o la concreción
de éste en su ámbito de gobierno o decisión, sino más bien su proyecto. Por tanto,
quien cuestiona al proyecto lo cuestiona a él o ella y también cuestiona su
función como líder. Suele hacer de cualquier consideración concreta, parcial y puntual
que se aparte de la línea marcada una amenaza a la totalidad; siendo la
totalidad el proyecto, y el proyecto, él o ella. El equipo, parte fundamental
del liderazgo, perderá entonces su función, y con el tiempo habrá quienes lo
abandonen o quienes, por la razón que sea, estén dispuestos a asumir su función
casi decorativa. Pero lo analizamos a continuación.
3. Respecto a los compañeros. El líder
tóxico dice trabajar en equipo y confiar en las personas, pero en realidad
establece un modelo de delegación que genera disfunción, confusión y, por
tanto, desconfianza. Su manera de delegar consiste a menudo en repartir tareas
preestablecidas; no acordadas. Por lo general, desconfía de las aportaciones de
otros y, sobre todo, de la intención que pueda haber detrás de ellas. Además, suele
entender la lealtad como sumisión, por lo que no quiere personas leales en su
equipo, las prefiere sumisas y premiadas afectivamente por tal actitud para
crear sistema y estructura. La toxicidad del liderazgo en la alta dirección
consiste en delegar sólo tareas, rara vez funciones o autoridad. El líder
tóxico tiende a llevar mal el éxito de ciertos miembros de su equipo, porque ve
en su talento y brillo una posible amenaza para su estatus, por lo que, llegado el momento y sin perder la
oportunidad, habla mal a otros del ausente o los ausentes amenazantes, creyendo
que así los debilita más y sale reforzado. Rara vez se cumple este propósito. Por
otra parte, pensará que la información es poder,
y llevará razón, pero difícilmente ese tipo de poder podrá ser beneficioso para su proyecto, su equipo e incluso –al
final- para él o ella.
4. Respecto a las emociones. Cuando
siente la presión o la tensión natural del ejercicio de las competencias y las
decisiones, el líder tóxico recurre con cierta frecuencia -públicamente o en el
marco de su equipo- a su compromiso inquebrantable y sin fisuras con el
proyecto y a la carga de trabajo que soporta por el bien de todos. Para entonces,
parte de su equipo se sentirá culpable de no poder hacer tanto como su líder y
agradece -por un tiempo limitado- tener a alguien tan capacitado, competente y
bueno. Además. El líder tóxico realiza pequeñas concesiones en algún momento que
no tendrá reparo en utilizar de manera desproporcionada cuando sea necesario.
5. Respecto a sí mismo. El líder
tóxico dispone de cualidades y habilidades incuestionables; tiene talento -por
supuesto-, pero su problema es que lo
devora la ambición. Por lo general, posee un alto concepto de sí mismo, pero
con una autoestima tan quebradiza que necesita permanentemente de la aprobación
y el reconocimiento de los demás. A veces delimita con equívoca ambigüedad el
sentido de la responsabilidad y su relación poco sana con la perfección, algo
que le hace disminuir sus niveles de tolerancia a la frustración. Quizá lo peor
es que, aunque en ocasiones luche para que no resulte así, no acaba de
disfrutar con lo que hace. De ahí su permanente insatisfacción.
El
liderazgo tóxico es perfectamente reconocible, y casi todos los que en algún
momento hemos desempeñado tales funciones hemos mantenido una relación a corta,
media o larga distancia con él. La cuestión es que todos salimos dañados cuando,
de alguna manera, su insaciable espiral
nos absorbe. Nada tan imperfecto como la perfección malvendida. Hay y vendrán nuevos modelos de liderazgo y
estimulantes teorías, pero –como casi siempre- serán las personas las que
conviertan en válidos y valiosos los horizontes a los que las palabras apuntan.
Después de todo, como señala Brian Tracy, “la
integridad es la cualidad más valiosa y respetada del liderazgo”.
Absolutamente de acuerdo con todo lo que planteas. No es fácil sobrevivir junto a un líder así, sobre todo cuando uno piensa por sí mismo y no es capaz de cambiar su lealtad a un proyecto o unos ideales por la sumisión al "jefe". Cuando se actúa así, entonces éste utiliza su poder para difamar y crear dudas sobre quien no hace caso a sus imposiciones, vendiéndolo al exterior como falta de identidad o fidelidad. Un liderazgo así es, como dice el Papa Francisco, una hipocresía disfrazada de santidad. ¡Dios nos libre de ello! La integridad, como bien dices, es lo que da la autoridad, sobre todo la autoridad moral, que es la que no dan los cargos, sino las personas. Y eso, un líder tóxico jamás lo puede alcanzar. Gracias y felicidades por el artículo.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu valiosa y valiente reflexión, Falcon. Saludos!!
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