"Los buenos equipos acaban por ser grandes equipos cuando sus integrantes confían los unos en los otros lo suficiente para renunciar al yo por el nosotros."
Phil Jackson.

Así, a efectos
de repercusión, aunque fuera tenga su impacto y su trascendencia, miramos dentro y tratamos de poner en valor la incidencia que en la persona y en el grupo tiene el deporte y su dimensión
competitiva. Sólo entonces comprobamos que no se trata tanto de dónde estás
como de qué sientes por dentro entrenando, justo antes de comenzar, en los
instantes en los que estás compitiendo e incluso el momento en el que se apagan los focos y abandonas el juego. También
ahí el deporte bendice a todos sin distinción.
Tanto para
quienes lo practican solos, como los que lo hacen ante cien, para diez mil o para
los que compiten ante cincuenta mil o más espectadores –absolutamente para
todos, porque eso depende de ti-, hay un
espacio singular, protegido y casi sagrado en el que, una vez instalado y
abierto a su influencia, parece difuminarse
hasta el espacio y el tiempo, terminando por existir sólo tú, tu equipo y ese
juego competitivo que te envuelve y os arrastra a esa mágica locura en la que
sólo cabe la entrega, en la que sólo se permite derramar el cuerpo y el
alma como quien derrama vida que se esparce para la siembra.

Cierto, instalado
en ese espíritu, no hay nada distinto entre lo que tu equipo siente cuando
entra a un vestuario modesto y llega a morder el silencio, y quienes lo hacen
deslumbrándoles el brillo de cada pulgada del confortable salón en el que se
preparan. Y no hay tanta diferencia
porque podéis también experimentar la presión más verdadera, aquélla que
vosotros –vuestro irrefrenable e inconfundible espíritu competitivo- os imponéis cuando saltáis al escenario de
juego y ya sólo pensáis en devorar cada segundo que se os regale de juego.
.jpg)
No hay comentarios:
Publicar un comentario