Emotiocracia. Poder y gobierno de las emociones en las organizaciones (y II).

"Tome control de sus emociones de manera consistente y conscientemente, y deliberadamente transforme las experiencias de su vida diaria."
Anthony Robbins.

           A pesar de la intensidad interior que provocan, de todo ese movimiento generativo con el que agitan el organismo, nuestra relación con las emociones no se circunscribe al ámbito intrapersonal, sino que trasciende de la propia persona y genera un inconfundible impacto en nuestro entorno. No es ya que condicionen poderosamente la manera de percibir la realidad y de relacionase consigo mismo, sino que influyen en tu pareja, en el ámbito familiar, el círculo de amigos o el propio entorno profesional.
         Casi siempre de un modo inconsciente, las emociones –como sabemos- construyen estados, y los estados conducen a la conformación de nuestro sistema de creencias, fundamentales por otra parte para la configuración de la personalidad. Así, la habilidad para influir conscientemente en este complejo pero decisivo proceso neurológico otorga cierta potencialidad a la persona; la capacidad desarrollada para alterar, determinar y transformar estos estados proporciona al individuo un dominio sobre su estado –también actitud- que lo diferencia sensiblemente de aquellos otros rendidos al a menudo implacable gobierno de las circunstancias. Precisamente en esto consiste la neuroplasticidad, en la posibilidad de condicionar voluntariamente, y con una determinada intención, el inconmensurable tejido conectivo que juega dentro de nuestro organismo para convertirse en auténtica energía vital.        
         No ocurre por casualidad; se trata de un rasgo que, sin hacerlo mejor o peor que otros, distingue a nuestro tiempo. En la búsqueda y captación de talento por parte de los departamentos de Recursos Humanos de muchas de las organizaciones más avanzadas y que mejor han entendido el nuevo paradigma de desarrollo ésta se ha convertido en una prioridad máxima. Junto a la competencia y destrezas necesarias para el desempeño, las organizaciones con un funcionamiento horizontal valoran una persona con rasgos muy definidos:
1.   Una persona flexible, abierta al cambio. Una estructura personal muy rígida en lo funcional sufrirá en un tiempo marcado por la realidad del cambio y unas organizaciones demandantes de elasticidad mental y emocional.
2.   Una persona con capacidad para reinventarse al tiempo de la misma organización y por necesidad de los objetivos que se van cruzando en el mismo camino. Aunque la meta pueda mantenerse, las rutas no tienen por qué ser siempre las previstas.
3.   Una persona dispuesta a la interacción y al trabajo cooperativo. El trabajo en equipo no será la suma de sus individuos, sino el resultado de la riqueza que genera el trabajo en red. El factor de equipo.
4.   Una persona feliz, equilibrada, multidisciplinar, que busca llenar otros espacios vitales que, al fin y al cabo, redundarán en el beneficio de la organización. Se busca el impacto del efecto contagio en el mundo organizacional. Todo se transmite, hasta el optimismo. 
     Un nuevo funcionamiento organizacional se impone de un modo que determinará la misma existencia y supervivencia de las estructuras, donde aspectos como la motivación, el liderazgo, la conciliación entre la realización personal y cumplimiento de los objetivos de las entidades serán determinantes (Ecología de la organización). Una visión donde –ya lo estamos viendo- la dimensión emocional se ha convertido en una potente correa de transmisión organizacional.

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