“La fuerza no viene de la capacidad corporal,
sino de la voluntad del alma”
Gandhi.
En ocasiones tenemos
la fortuna de encontramos con victorias plenas, cargadas de todo aquello que
las hace especiales, victorias que marcan y dejan una huella imborrable en su
forma y, sobre todo, en su fondo. Pero a menudo, dejados llevar por ese
espíritu de la complacencia con que los resultados nos amordazan, nos
conformamos con victorias ridículas, insuficientes, incompletas y –por qué no-,
por el modo en el que se producen y la enseñanza que dejan, hasta
inconvenientes.
La meta no es
ganar. No, porque terminaremos confundiendo lo accesorio con lo esencial, y,
siendo las dos realidades hermosas, no compiten
en la misma dimensión. Lo que está destinado a ser consecuencia –ganar- rara
vez puede ser un buen objetivo para personas y equipos. Nos vuelve fríos y
distantes en el camino y los procesos, calculadores y –lo peor- vagos finalistas
que miden su entrega y dispensan su talento exprimiendo temerosamente el látex
del cuentagotas que tienen por alma.
Luego
entonces, la verdadera meta es dar lo mejor de ti, dar lo máximo, entregar tu
espíritu en cada instante, ése que ya no vuelve; dar hasta que te sientes consumir
para que parte de ti pueda quedar ya en los otros y ser también parte de ellos.
Poner el corazón en tus palabras, en tus manos, reconociendo que tú eres
también, en gran medida, parte de lo mucho bueno que otros pusieron en ti.
Aspectos como
la fortaleza, la motivación o la resistencia están escritos en nuestro corazón;
no te empeñes en ponerles límites cuando están llamados a expresar toda su
naturaleza expansiva y creativa. En cierto modo, nuestra capacidad de
resistencia se encuentra íntimamente relacionada con la consistencia de
nuestros motivos, con la profundidad de las razones que nos impulsan.
Después y a
pesar de todo, la felicidad o la alegría no son quimeras, ni imposibles, tan
sólo se encuentran falseados en su concepto y posibilidad por este implacable
imperio de lo efímero que terminamos por aceptar como día a día, atribulados en
la dictadura del instante. Algo debemos cambiar, pero algo de dentro, algo que remueva cimientos personales y genere el auténtico cambio. Si llegas, no pierdas el tiempo primero en negarlo, luego -poco más tarde- en retrasarlo. No temas amar la entrega que llega a doler, ésa que
nuestro mundo a veces se empeña en esconder, porque en ella está parte del
sentido y tu destino.
Llega entonces
un momento en el que olvidas la meta. Te sorprende lo que puedes llegar a dar y, por los
motivos que fueran, trataste de frenar o frenaron. Al fin y al cabo, obtener resultados es importante, necesario, pero
no es ganar ni, por supuesto, vencer. Para ganar y vencer -para convencer- sólo
tienes que reconocer, interiorizar y compartir el valor de las formas, del
proceso, del camino que elegiste y te condujo. Todo, al final, es medio para el conocimiento personal y
del mundo, expresión compleja de lo que nos mueve, conmueve e impulsa cada día y en toda circunstancia, por su ausencia, o por su presencia: la FE. La superación no es más que vivir en ella y desde ella, su incontenible impulso.
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