¿Tú también, Bruto, hijo mío?
Julio César.
Desde el
momento en el que una organización, una estructura o equipo alcanzan ciertas
cotas de éxito y sus resultados comienzan a llamar la atención de sus
competidores, se encienden al mismo tiempo las alarmas de cuantos, con la
astucia propia de quienes habilidosamente gestionan con celo sus proyectos,
pretenden alargar esa fórmula que genera
resultados y alcanza todo tipo de objetivos trazados.
En cierto modo,
el ámbito es lo de menos; esta situación se produce en realidades muy diversas
y distintas entre sí, desde multinacionales de cualquier rango y sector hasta pequeños
equipos de trabajo que impulsan proyectos o iniciativas. En todos los casos, el mayor daño que una organización puede
recibir, aquél que incluso hace que le sea poco menos que imposible
levantarse, es el que desde dentro, por
las razones que sean, se hace. Pero, si llegamos a estar de acuerdo en esta
tesis, ¿por qué sucede y, sobre todo, por qué parece inevitable?
Una de las
claves del daño se encuentra en el
conocimiento de la estructura. La efectividad de los recursos humanos, así
como la de los procesos que lideran y gestionan conlleva necesariamente el
conocimiento detallado de los mecanismos y dinamismos que sostienen los
resultados. Esto, unido a la obligada disposición
de información que requiere todo ámbito de desarrollo de competencia, provoca
que no sólo lleguemos a conocer o identificar las fortalezas o las debilidades
de la organización, sino también –en muchos casos- las claves de su naturaleza,
los secretos del encumbramiento o el dispositivo de caída o autodestrucción. Y ahí
es donde las consecuencias del daño pueden convertirse en ingobernables en la
práctica para cualquier estructura organizativa.
Sin entrar en
las razones o los motivos que mueven a estas acciones erosivas que desgastan
cimientos y deterioran la atmósfera más saludable de los equipos, a pesar de que parecen rematarlas las
cifras o los resultados, hay que aclarar que, con más frecuencia de lo que
creemos, las organizaciones comienzan a
morir por dentro. Siempre prevenidas y preparadas para cualquier amenaza
del exterior, preocupadas por ser competitivas y cada vez mejores en un entorno
hostil, comprobamos, a menudo indefensos, que desde dentro procede siempre el daño útil y calculado –o no, a
veces ni siquiera se hace a propósito-, ése que hace estallar tanto la línea de
flotación como el corazón mismo de los proyectos compartidos.
No todos los
casos tienen fácil solución –si la tienen-, pero no ayuda mucho una inadecuada gestión de la comunicación, de la
información que maneja y proyecta una organización. De modo que una buena
estrategia comunicativa, donde estén perfectamente regulados los niveles de
información, contribuye a algo fundamental: la clarificación de competencias y el establecimiento de los niveles de
interlocución.
Aún así, no
existe fórmula objetiva y universal, por lo que no hay mejor estrategia que la
que funciona. En todo caso, resulta clave reforzar la estructura interna de la
organización/equipo y protegerla de potenciales situaciones que la amenacen,
tanto las exteriores como aquellas que, desde dentro, destruyen las paredes
levantadas con la visión que un día tuvieron algunos, con la pasión y el esfuerzo
que muchos en algún momento pusieron. Lo sabrás, porque, sea cual sea su naturaleza y finalidad, tú también eres parte de alguna
organización, pieza fundamental de un equipo…
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