“Allí me mostrarías
aquello que mi alma pretendía,
y luego me darías allí tú, vida mía,
aquello que me diste el otro día.”
San Juan de la
Cruz
Inherente a la
condición humana, el consumo aparece como respuesta, como parte indisociable de su esencia y ser,
pertenece a su urdimbre más profunda, pero también la más concreta. La voracidad humana no tiene límite
objetivo, ni tampoco plazo perceptible el ansia con que en ocasiones devora
el mundo que se le viene. Su particular sed de todo, esa extraña sed que reseca
y agrieta el alma, esa insaciable sed
que no llena cualquier cosa y cuyo síntoma inequívoco es el consumo al que nos
entregamos sin explicación aparente, en busca –quizá- de una placentera
sensación que refresque esa tierra polvorienta que a veces somos y en la que
nos arrastramos.
Excepcional
experiencia que supera incluso los límites de la comprensión terrenal, en su
Cántico Espiritual, San Juan de la Cruz toca esa natural necesidad del espíritu
humano. Descarnado, desprendido y liberado de las necesidades creadas, busca en la hondura propia y pugna por ver cumplido el anhelo de
sentir completado su vacío interior, pleno su deseo de llenar cuanto el
alma abierta y dispuesta necesita.
Y encuentra en
el lenguaje místico de la erótica que
nos susurra el Cantar de los Cantares la situación perfecta que describe
tan alto, tan elevado e indescriptible estado. Así, en el paradójico escenario
de su encierro en una prisión toledana, desprovisto de su libertad terrenal, y
en coherencia con su carácter controvertido y reformista, se tejen estos versos
inconfundibles, que memoriza con la tinta indeleble de las emociones ocultas
pero ciertas que trae siempre el encuentro con la interioridad.
Como sucede
entre la Amada y el Amado, se hace necesaria la participación de las partes, la justa pero desequilibrada reciprocidad
para llegar al punto culminante y rebosante de plenitud, ése que sólo está
en disposición de atender el Amado en su desbordante y arrolladora presencia.
Hay quien pone el deseo, pero siendo en todo momento consciente de que no es
sino el otro el que finalmente tiene la potestad para llenar hasta donde nadie
ni nada –sólo el Amado- llegar pudiera. Y después, tras tocar el cielo con las
entrañas, la tierra y su gravedad tiran de nuestros pies para buscar estar otra
vez preparados y, al fin…, asome de nuevo.
El apetito insaciable del ser humano revela una
verdad insoslayable
que nos zarandea con el golpe seco de ciertos interrogantes… ¿qué será aquello
que llene nuestro corazón anhelante que no lo hace aún plenamente cuanto hasta
ahora hemos buscado y encontrado?... ¿Por qué ese permanente e insatisfecho
deseo de plenitud?, ¿o por qué ese experiencia sólo
provisional de lo pleno?... ¿Qué revela esa satisfacción ante la experiencia
auténtica que en algún momento hemos podido vivir?, ¿sólo el momento?... ¿Por qué nos
conformamos sólo con aquello que se agota pudiendo alzar la mirada que reabre
esas costuras que amordazan el alma? Dentro,
muy dentro, para mirar de otro modo y con otra intención afuera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario