Donde todo empieza, donde se forja el carácter.



“El carácter es para el hombre su destino”
Heráclito


Lo casual no se sostiene fácilmente ni resiste ciertos zarandeos de la existencia humana. Suele suceder en la infancia, pero quizá no sea por ella. Suele suceder en un lugar que ya no olvidarás, pero puede que tampoco sea por el lugar, por hermoso y evocador llegue a ser. Sí, nada es del todo casual. No se trata de tiempo y espacio, aunque necesariamente recibas la caricia con que uno y otro bendicen la vida que eres, de la que estamos hechos. De alguna forma, y no siempre la elegida, todo se juega en el corazón y en el modo en el que las personas lo disponen para sí y para los otros.
Y aunque no fuera por la infancia, al fin y al cabo, fue allí, y quizá fuera porque en ese lugar y en ese tiempo descubriste y se concretó la belleza primera, sentiste el abrazo que de la eternidad rescató tu madre para entregártelo. Quién olvida entonces el tiempo, el espacio, los colores o los olores en los que te sentiste amado y amaste. Quién no recuerda aquellas sensaciones del abrazo encarnado y desinteresado, la discreta pero rotunda calidez de las primeras caricias o el temblor de aquellas firmes recomendaciones.
Fue allí, donde fuiste tú y comenzaron a tejerse las emociones que hoy vives y te viven. Allí, la luz de los días se vestía de una refulgente intensidad; allí, las horas eran anchas y espaciosas como océanos insondables, y los espacios eran inabarcables como campos abiertos; allí, donde la amistad caminaba descalza, sin la erosión de los prejuicios, y se descubrían los primeros sabores de aquellos encuentros vibrantes y emocionantes. Puede que precisamente por suceder sin decidirlo sea hoy la evocación más hermosa y entrañable. Cierto, todo ocurre y se juega en el corazón y desde él.
Si bastante de lo que somos nos viene dado, y a descubrirlo y conocerlo dedicamos no poco tiempo sin conseguirlo, también es cierto que buena parte de nuestra estructura personal se decide en la experiencia emocional de los primeros años de vida, que gran parte de nuestro carácter se forja precisamente en esa abigarrada textura con que la infancia nos abraza en quienes nos rodean y acompañan.
Elementos como la autoestima, la seguridad en sí mismo, la sensibilidad, la confianza, la fortaleza, el atrevimiento, como otros muchos, se abonan en la más permeable y tierna infancia, con toda suerte de experiencias, circunstancias o personas que encuentran en ese ser humano un canal plenamente abierto y dispuesto. Ahí se decide la configuración de ese mapa personal que se ensambla con todo aquello con lo que ya contamos y desde el que desplegará el hombre y la mujer que seremos.
Hay un carácter en ti en el que asoma el mundo que te abrió la puerta de la vida, ese que hace única y singular tu existencia, que convierte en irrepetible el encuentro con cada persona y que hace valioso tu paso por el mundo. Hay un carácter en ti que abre un surco nuevo y distinto, que imprime en cada paso la huella inconfundible de tu ser.

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