
La práctica
del deporte en general, del running en
particular, no sólo es saludable en sí misma, sino que mejora a la persona en
cada una de sus múltiples dimensiones. Quienes son corredores de fondo
experimentan, desde los primeros momentos que se lanzan al asfalto o la tierra,
sensaciones revitalizadoras, estímulos insospechados que parecían dormidos en
algún rincón de nuestro espíritu indómito.
El runner no sólo añade un hábito –otro- a
los ya existentes, ciertamente, aparecen asociados a esta maravillosa práctica
deportiva una serie de valores que se trasfieren a la propia existencia. De tal
modo que, casi a simple vista, distinguimos a quienes tienen el running como un modo de ser, sí, como
una parte ineludible de su organización personal.

Aunque lo
intentas, a veces no logras, como te gustaría, vaciar tu mente de ciertas
cuestiones que ocupan tu pensamiento –trabajo, no trabajo, familia, amigos…-,
pero tienes la certeza de que corriendo te permite verlas de otra forma, aupado
hasta una perspectiva enfocada por el esfuerzo de una carrera o un trote suave.
Sin quererlo, inmiscuido en esos pensamientos, te sorprendiste acelerando el
ritmo, como buscando igualar intensidad de pensamiento con intensidad de
entrenamiento. Quizá no solucionaste nada, pero lograste verlo de otro modo. Y
sigues en la brecha sabiendo que será cuestión de tiempo y espacio, tiempo y
espacio que convertiste en el aliado que no pocos perciben como enemigo
irredento.
No te paras
fácilmente. Eres consciente de que cada meta no es sino el necesario punto de
apoyo y referencia para el siguiente reto que te impones como modo de sentirte
vivo. Te gusta correr en grupo y compartir sensaciones, pero, si no es posible,
te calzas las zapatillas y te dispones a devorar ese espacio que la vida te
ofrece como camino para ser más tú.
