El mundo
fluye, se transforma, muda y retorna, emprende, involuciona, evoluciona, no se
detiene…; la realidad del cambio no parece cuestionarse, más bien se impone
como estructura de pensamiento, situación o intervención. En el nuevo paradigma
en el que sobrevivimos, sobredimensionada, la coyuntura devora a cualquier
estructura con alguna vocación de permanencia o mínima intención de repercusión.
Con todo, no
merece la pena lamentarse por los rincones de los días ante la complejidad del escenario
que nos tocó interpretar y gestionar. Ante la incertidumbre, serenidad y constancia,
no hay máscara que oculte el verdadero rostro de las cosas para siempre. Por
unas u otras razones, la realidad nunca dejó de ser compleja para cada
generación que afrontó su momento crucial, su particular cita con el peso de la
historia. Y la queja, como fuerza, rara vez moviliza en la dirección necesaria.
Amante de todo
efectismo, nuestro mundo gusta de moverse por la capacidad de impacto, de repercusión.
El ámbito de influencia –lo cuantitativo- traduce la valía de lo que se expone en
ese mercado en el que cada persona se exhibe como marca. Hasta aquí, todo bien
si se apunta y conduce a procesos de transformación efectivos, que proponen al
ser humano caminos de realización sólidos, donde se generan y establecen redes
de verdadero desarrollo y crecimiento. Bueno si no se queda, después de todo, en
un exhibicionismo vacío que se descompone al apagar los luminosos de los
expositores personales, y tu soledad termina por delatarte.
Definitivamente,
para quienes, con independencia de los motivos, desean tener sitio y relevancia
–impacto e influencia- en este macroescenario globalizado, todo se juega en el
mensaje, en su forma y en su fondo. Para muchos, con la forma basta si con ésta
se consigue el propósito; en este caso no resulta relevante el alto alcance del
mensaje, sino su efecto instantáneo, que es para el que se diseñó. Para otros
no parece suficiente el envoltorio y su fulminante efecto, tratando de ofrecer
algo, o mucho más, que un fogonazo que no repara en la oscuridad y el frío con el
que devasta al ser humano al apagarse su llama.
En cualquier
caso, sólo si tenemos claro que nuestro mensaje se dirige a la libertad más
profunda y concreta de la persona, tendrá el espacio y la repercusión que
pretendemos. Poco que no sea consistente resiste la embestida del tiempo ni la
exigencia con que la dignidad del ser humano, por difícil que en ocasiones
pueda parecer, clasifica las propuestas y experiencias.
El impacto –la forma- conquista, pero es el contenido –el fondo- el que mantiene, sostiene y consolida las opciones libres. La preocupación por que el mensaje alcance la mayor cantidad no debería superar, por tanto, a la necesidad de que llegue del modo más rotundo, explícito y limpio posible. Como estrategia, el objetivo fundamental no es llegar a muchos, ésta será más bien la consecuencia de llegar bien.
El impacto –la forma- conquista, pero es el contenido –el fondo- el que mantiene, sostiene y consolida las opciones libres. La preocupación por que el mensaje alcance la mayor cantidad no debería superar, por tanto, a la necesidad de que llegue del modo más rotundo, explícito y limpio posible. Como estrategia, el objetivo fundamental no es llegar a muchos, ésta será más bien la consecuencia de llegar bien.
Conscientes de
la realidad ineludible e incuestionable de nuestro mundo cambiante, de la
necesidad de tomar decisiones en medio de la espiral, la pausa que la vida pueda
requerir siempre corresponderá a la decisión del ser humano, a esa disposición
única que para la contemplación de las cosas posee en su interior y que le
concede siempre la oportunidad de mirar y comenzar.
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