"Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo, y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa".
Mahatma Gandhi.
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6:45
horas. Recogida de dorsal en la coqueta plaza de toros lucentina, aún en los
brazos claudicantes de una oscuridad que parecía resistirse a abandonarnos. Y,
después de esperar un rato, al autobús que desplazaba a los participantes del
maratón al punto de salida, Luque. Las nubes bajas y la niebla no se lo ponían
precisamente fácil a la claridad que empezaba a asomarse al día. A lo largo del
trayecto podíamos ver buena parte del trazado que íbamos a recorrer. Concentración,
silencio, y algún comentario que rompía de vez en cuando ese momento casi
sagrado para muchos corredores.

Toda
maratón es exigente, con independencia de su perfil, incluso de la preparación
que lleves. Toda maratón es durísima para quien entrega todo lo que tiene, y
aún no conozco el maratoniano que al cruzar la meta no se haya vaciado hasta
quedarse en la reserva. Sí, vacío; vacío de energía, de fuerza… Vacío fisiológicamente, pero también vacío emocionalmente. Algunas de las inconfesables lágrimas que no
pocos corredores de fondo derraman en los instantes finales lo hacen con el
sereno pudor de quien ha tocado el límite y no se avergüenza de ello; de quien
exprimió todo el zumo hasta romper la cáscara que somos y sentir esa amenaza
punzante que ya horada la carne.

Al principio
te sientes ágil y fuerte; todo es rodar y esperar. Pero de pronto llegas al kilómetro
30 y te preguntas “¿Qué hago aquí?, ¿qué
sentido tiene todo este esfuerzo?... Entonces superas el 34 sintiéndote
caer… “Este es el último; tengo bastante”… Los metros se hacen
kilómetros y cuando llegas al 40 es el alma la que te empuja, un despojo de ti,
de tus fuerzas, de tus emociones, tu humanidad desnuda y desvalida, probada y retada; el
vacío, porque ya ni siquiera escuchas tus pensamientos… “Este va por ti…” Se acerca el 42 y oyes cadenas de aplausos en la meta; ahora un frío
distinto a todos te abraza y te empuja en los últimos metros… Ese llanto sereno
y escondido es la primera y más valiosa carga que tu nuevo ser llena en su
palpitante y reconstituyente vacío. A veces me da por pensar que el maratón se parece, y no poco, a la vida...