“Cuida
tus pensamientos porque se volverán palabras; cuida tus palabras porque se
transformarán en acciones; cuida tus acciones porque se convertirán en hábitos.
Cuida tus hábitos porque forjarán tu carácter. Cuida tu carácter porque
determinará tu destino. Y
tu destino será tu vida”.
Mohamat
Gandhi.
Hace algunos días, mi compañero y
amigo José Ángel Thomas tuvo la ocurrencia de invitarme a un módulo de Personal Branding para compartir mi
escasa experiencia y algunas convicciones con un grupo de futuros coaches. Me llevé muchas enseñanzas
pero, sobre todo, pude experimentar con el grupo y sus encendidas aportaciones
una certeza: el entusiasmo se convierte
en factor decisivo del cambio. No me refiero solo al plano de los resultados,
donde también tiene impacto e incidencia, sino a la manera en que ese
entusiasmo interior limpia los filtros y contribuye al engrasado del motor que
tenemos dentro y que moviliza nuestra existencia.
Entre
el material que José Ángel había dispuesto para el trabajo de ese día, se
encontraba un título editorial sugerente que hasta entonces –confieso mi
ignorancia- no había tenido la ocasión de abordar, El principito se pone la corbata. Lo tomé entre mis manos en un
descanso con mi curiosidad bibliófila y dirigí entonces una mirada escrutadora
a mi compañero después de que éste compartiera algún párrafo con el grupo. “Llévatelo”; me lo ofreció con esa generosidad instantánea que tienen por hábito las
buenas personas y, sí, me lo llevé a casa.
Una
historia de descubrimientos y decisiones; de fe ante el vértigo de los cambios inevitables que nos permiten crecer.
Acompañamos a unos personajes amontonados en el tedio de la rutina tolerada y asumida;
personajes con la necesidad inaplazable de poner en orden lo suyo para –por fin-
relacionarse equilibradamente con todo lo de fuera. Una historia que escarba en
la finalidad última –más última- de las organizaciones empresariales y en una
gestión más humanizada de sus recursos humanos. Una historia que deja atrás el victimismo reactivo que nos
anestesia el alma y que trata de combatir y poner fin a los dos grandes
enemigos del ser humano, la ignorancia y la inconsciencia.
No
se trata tanto de crear una identidad nueva cuanto de recuperar la esencia de nuestro ser, esa que posiblemente se haya visto
enterrada por una montaña de falsas creencias que engendraron nuestro ego y su tiránico modo de llevarnos por
la vida. Un camino de purificación personal duro y complejo, pero
agradecido con quien lo emprende y persiste; que provoca el verdadero cambio
que nos cambia: la manera de observar la realidad.
Al fin y al
cabo, alejado de cualquier narcisismo paralizante, el mayor de todos nuestros retos es conquistarse a sí mismo,
descomponer el propio ego y conectar
con tus valores más esenciales. Tan válido para la persona como para la
organización, quizá se trate –como apunta el autor- de algo sencillo, algo
tan revolucionario como “poner lo esencial
en el corazón de la estrategia”.
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