“No
permitas que nadie te diga que eres incapaz de hacer algo. Si tienes un sueño
debes conservarlo. Si quieres algo sal a buscarlo. La gente que no logra
conseguir sus sueños suele decirle a los demás que tampoco cumplirán los suyos.”
Will
Smith. En busca de la felicidad.
Ganan
los mejores, aunque –eso sí- los mejores no siempre sean los más buenos. Quienes
lo han vivido y lo han compartido saben que se trata de una cuestión de
confianza. Todo lo que algunos quieren llamar triunfo, éxito o victoria tiene
como elemento esencial e insustituible la fe inquebrantable en las
posibilidades propias y de equipo. Efectivamente, cuando lo vives y lo
compartes llegas a creer de tal modo en
el valor de la entrega que todo parece posible y, muy poco, inexpugnable. Para
entonces, ya estás compitiendo con el alma.
La confianza
es una actitud potenciadora que, transformada en hábito, genera en las personas
y equipos un espíritu inconfundible, proporciona un sello singular. Y es que, cuando te exiges cierto nivel de presencia
y sólo te permites dar lo mejor, se puede llegar a perder sin que resultes del
todo vencido. Para entonces, ya estás compitiendo con el alma.
La confianza,
como sucede con el compromiso o la misma entrega, transpira sensaciones y
construye emociones. La confianza provoca una onda expansiva que termina por
contagiar a quienes se encuentran en su área de influencia. Crea una atmósfera
distinta pero muy reconocible, porque la confianza se huele, se toca, contagia,
embarga, provoca, acciona; la confianza
te conduce a un territorio donde no puedes ser otro que tú, ese tú más esencial,
ése que construyes cada instante: tu mejor tú… Para entonces, ya estás
compitiendo con el alma.
Con frecuencia
se confunden ciertos conceptos del ámbito competitivo, de modo que, aunque
muchos lo entiendan de otra manera, ser el mejor no se reduce sólo a una
cuestión de calidad. Existe un espíritu ingobernable en esa lucha que toda
competición brinda, un espíritu inasequible al desaliento, intratable en la batalla,
incansable en el propósito marcado; sí, existe
ese inconfundible espíritu que forja un equipo cuando se muestra capaz de
integrar el talento de sus componentes y lo dispone para el bien colectivo.
Entonces arrolla, devora incontenible los metros de cada reto, tritura los
obstáculos que presenta cada necesario desafío. Y para entonces, ya estáis
compitiendo con el alma.
La confianza que pasó se fue, y la que tiene
que venir no está aún para ayudarnos; se trata de encontrar la presencia total,
la confianza que mueve el “aquí y ahora”, aquella que pisa y otorga el poder del presente que nos interpela y
nos reta, ése en el que es posible el paso que nos acerca a la meta. Y para
entonces, ya estáis compitiendo con el alma.
Compites sabiendo
que el límite, con demasiada
frecuencia, no deja de ser una
representación mental, una creencia limitante tan inconsistente que se
desvanece en el momento en el que decides traspasarlo. Y para entonces, ya estás
compitiendo con el alma. Quien compite
con esa pasión inspira, y quien inspira, lidera. Compites con la intención
de descubrir el corazón de tu equipo, tocarlo, ganarlo, movilizarlo,
disfrutarlo… Quieres ganar, quieres ser mejor, quieres y vas a conseguirlo; vamos a conseguirlo.
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