"La mayor parte de las batallas son ganadas antes de ser luchadas"
Sol Tzu. Siglo V a.C.
En el mundo
convulso y exigente de la competitividad no parece existir el descanso para la
insaciabilidad de sus ocupantes. Su disconforme espíritu y el particular
encendido de sus pupilas los dispone para ese modo singular de entender la
vida, para esa interminable cuerda de equilibristas por la que, agitados, hacen
discurrir sus días. No son mejores, tampoco peores, pero el alma de un competidor requiere del espacio, el entrenamiento, el trato
y la misma exigencia con la que se forjó su hierro.
Su matrimonio
con la exigencia y su reñida amistad con los retos no siempre se traducen en
éxitos. La búsqueda incesante de resultados, el continuo empeño por conseguir la
fórmula del rendimiento máximo, sus desvelos por alcanzar la cumbre, hace que no pocos revolucionen de tal modo la maquinaria
que termine por explotar, no saliendo de ese maldito bucle del que no se
encuentra escapatoria ni espacio alguno para pensar y trazar con mínima
competencia el sentido de tanta energía canalizable.
Como combustible
de variable calidad, la motivación nunca
resulta indiferente en la realidad de la competición, influye en todo
momento y de tal modo que marca decisivamente incluso los umbrales de
resistencia. Sí, la motivación raras veces permanece neutra en su influencia,
de tal manera que o bien proyecta o bien arrastra hasta hacer sucumbir por sobredosis
de excitación.
Si bien, existe
un error que, ni siquiera por repetido, desaparece de la práctica y
entrenamiento de personas y equipos acuciados por esa exigencia con la que besa
apasionada toda competición a su inasequible ejército. Entonces… ¿Qué podemos
hacer ante esta inevitable situación?
1. Definición de la meta. Resultará fundamental
que tengamos claro hacia dónde dirigir los pasos, desde y hasta dónde orientar
los esfuerzos. No conocer el destino reduce considerablemente los niveles de compromiso
en ese esfuerzo prolongado, porque en el conocimiento del destino se encuentra
la posibilidad de sentido.
2.
Identificación
con la estrategia. Será clave comunicar el
plan/estrategia, así como comprobar su comprensión y valorar las posibles
aportaciones que lo enriquezcan y completen. Cuando la persona/equipo se
identifica con los procesos aumentan exponencialmente los niveles de
resistencia.
3. La visualización del esfuerzo y
el sacrificio. El gran error de muchos
líderes/entrenadores consiste en insistir en la visualización de la meta, la
percepción del éxito, cuando el estímulo más eficiente se encuentra en
conseguir integrar mental y emocionalmente todo el sacrificio que requerirá la
meta propuesta. Quien no visualiza en su justa medida ese sacrificio sucumbirá
con la aparición de las dificultades.
4. Flexibilidad en el trayecto. Como
en la vida, cabe la posibilidad del error o la aparición siempre indeseable de
las variables no controladas. Contar con la suficiente flexibilidad para
cambiar el rumbo o variar la estrategia distinguirá a los equipos en un
contexto cambiante en el que la capacidad de adaptación marcará las
posibilidades reales y potenciales.